*Carlos Vignolo F.
Hay personas que aún creen, a pesar de lo que hemos visto y vivido las últimas tres décadas, que la innovación es una opción. O que sólo es una necesidad de las empresas. Que se puede vivir sin innovar. Hay incluso empresarios y ejecutivos de empresas que piensan lo mismo.
Craso, costoso y riesgoso error. Necesitamos urgentemente tomar conciencia de que la innovación es hoy en día una necesidad apremiante, desde lo planetario a lo individual. Pasando por las empresas, la gestión de las organizaciones públicas, la educación, la vida social y la política. Necesaria incluso en la vida familiar. Nada escapa hoy a la exigencia de innovar.
Buena parte de los problemas graves que enfrentamos hoy se deben a que no tomamos conciencia cabal, y a tiempo, de la necesidad de innovar. Era urgente innovar para evitar el avance del descontento creciente de muchas y muchos, del avance del consumo y tráfico de drogas, de la inhumanidad del sistema, de la desigualdad en los ámbitos de la educación y la salud. Era urgente innovar para generar un real acceso a las oportunidades de desarrollo personal. Urgente para detener los abusos, las injusticias, la creciente precarización de la vida de vastos sectores de la población entre otros desafíos urgentes.
La innovación nunca fue una opción. La innovación no es más que lo que Darwin propuso como condición de sobrevivencia de las especies. Darwin no propuso que los que sobreviven son los más fuertes, los más rápidos o los más inteligentes, sino aquellos con mayor capacidad de adaptación a los cambios del entorno. Eso es innovar. Adaptarse al medio ambiente, que está cada vez más rápida y profundamente cambiando.
En el espacio de lo humano la innovación no sólo es clave para la sobrevivencia. Lo es también para desarrollarse. Más importante aún, la innovación es condición de para prevalecer como humanos, esto es, preservar un conjunto de valores y principios fundamentales, aquellos que nos diferencian de nuestros antepasados animales y nos hacen propiamente humanos. Lo humano no vive en nuestra forma exterior. No vive sólo en el cuerpo. Vive también -y ello es mucho más importante que la pura biología- en la dimensión espiritual, incluida la fundamental preocupación por los demás.
Vivir bien implica necesariamente con-vivir bien, vivir con otras personas, en armonía, con solidaridad, con conciencia, comprensión, empatía y amor. Eso es lo que está, a mi juicio, en la raíz de nuestra crisis y también en la crisis del mundo entero: el desamor. Necesitamos urgentemente cumplir con aquello que nuestra genial y noble Gabriela Mistral nos legó cuando sostuvo: “Nos falta humanizar la humanidad”. Eso implica poner el amor en el centro de nuestras vidas, en todos los ámbitos, incluidos lo empresarial, lo social y lo político.
La buena noticia es que el desarrollo científico y tecnológico, así como los cambios en el plano de los paradigmas filosóficos, nos hacen saber que la innovación es mucho más fácil de lo que antes pensábamos. Y es una capacidad que todos los seres humanos tenemos, desde que nacemos hasta que morimos. Sólo tenemos que liberarla, desencadenarla de paradigmas y prácticas sociales que impiden su manifestación.
Hoy sabemos que tenemos neuroplasticidad y podemos, por tanto, evolucionar en lo personal muchísimo más de lo que creíamos, alcanzando metas que parecían fantasías hasta hace muy poco. Si a ello agregamos el descubrimiento de las neuronas espejo -reveladoramente llamadas también neuronas de la empatía- sabemos también que podemos con-vivir mucho mejor, adaptándonos a otras personas y comunidades con las cuales nos resultaba antes mucho más difícil o incluso imposible confiar, comunicarnos, colaborar y coexistir en armonía y bien-estar.
Si innovamos y dejamos de discutir y en cambio conversamos, es decir, interactuamos con otros no con la finalidad de con-vencer y vencer sino de escuchar y aprender, así como de “cambiar de opinión”, lograremos acordar caminos para abordar en conjunto las urgentes necesidades de innovar, especialmente en lo económico y político.
Además, poco a poco, paso a paso, iremos incrementando nuestra capacidad de amar al prójimo, como nos los proponen todas las religiones, los caminos espirituales, la filosofía perenne y los grandes sabios de todos los tiempos.
Seguiremos conversando…
*Carlos Vignolo F.
Académico Universidad de Chile