Por David Uzcátegui
La inflación en Venezuela es el monstruo de mil cabezas que no ha habido manera de vencer. Si bien es cierto que ha logrado contenerse respecto a etapas recientes en las cuales estaba fuera de control, también es real que aún padecemos la tasa inflacionaria más alta del mundo.
Según el Observatorio Venezolano de Finanzas, reconocida entidad independiente, los datos de la inflación de febrero de este año indican que la tasa de inflación mensual alcanzó el 20,2%, la acumulada el 67,7% y la anualizada el 537,7%, superior al 440% de enero.
De acuerdo al sitio web de estadísticas Estatista, que recoge data de más de 150 países, la inflación venezolana cerró 2022 en 200,91%, mientras que, por ejemplo, Argentina lo hizo en 72,43% y Haití en 27,58%.
Aunque estas cifras son mucho menores que la venezolana, están también entre las más altas del mundo, por lo cual demostramos que nuestra nación está posicionándose mucho más lejos que la de otros países que también tienen un alto índice de inflación. Este fenómeno tiene un impacto devastador en la vida cotidiana de los ciudadanos venezolanos, ya que erosiona su poder adquisitivo y dificulta el acceso a los bienes y servicios más básicos.
La inflación acaba con la capacidad de ahorro y endeudamiento, destruye la posibilidad de crear patrimonio, obliga a la gente a ir rebanando pedazos de su calidad de vida.
Se comienza por renunciar al muy necesario esparcimiento, luego la ropa o el mantenimiento del hogar pasan a ser lujos, hasta que se llega a pelear con los números de cada mes para incluso poder adquirir la dieta básica familiar.
Uno de los grandes pecados capitales de nuestro país en cuanto a las causas que han prolongado la situación inflacionaria elevada, es el manejo desacertado de la política fiscal.
Nos referimos al instrumento mediante el cual el Estado realiza sus funciones de gasto público, impuestos, estabilización y planificación de la política económica de la nación.
La austeridad y la disciplina deben ser los nortes en el manejo fiscal del país. Ni la mayor bonanza económica puede excusar un manejo diferente al mencionado, porque las consecuencias se pagarán muy caro más adelante. Eso en Venezuela lo estamos aprendiendo de la manera más dura.
La llamada disciplina fiscal como problema, está cobrando vigencia en el debate académico, teórico y político de muchos países, tanto desarrollados como en desarrollo. Venezuela no tiene por qué ser la excepción, al contrario: es un asunto de total prioridad, ante el estado de nuestras finanzas públicas y la fiebre que se manifiesta con esta enfermedad, que no es otra que la inflación.
La llamada regla del equilibrio fiscal no es otra que la de déficit fiscal cero, algo difícil de conseguir, pero no imposible. Y en todo caso, hay que intentar acercarse lo más posible a ese ideal. Sin duda es la pieza central para lograr la estabilidad macroeconómica cualquier país.
Por otro lado, se debe preservar la autonomía del Banco Central de Venezuela. Es una idea que puede no resultar agradable para muchos, pero que es indispensable para la salud de la economía nacional. El mantenerlo apolítico resulta en un equilibrio para la institución que a su vez otorga igual equilibrio al país. También se asegura que las decisiones que se tomen en su seno vayan hacia el bienestar de la nación, en lugar de buscar efectismos que puedan despertar simpatías, pero que resulten letales con el tiempo.
Esto redunda también en evitar la perniciosa impresión de dinero inorgánico para tapar el déficit. Ese circulante sin respaldo, es una fórmula segura para disparar la inflación.
Luego, es urgente ocuparse de crear una economía productiva.
Si la nación no genera riqueza con su trabajo, pues sencillamente no hay riqueza alguna que distribuir. Si queremos riqueza para todos los venezolanos, eso se logra con el flujo del producto de los bienes y servicios que ofrezcamos como país a nuestros compatriotas, a quienes nos visiten e incluso a mercados internacionales.
Sobran los ejemplos de naciones que, sin recursos naturales de ningún tipo, han logrado salir adelante gracias a su materia gris, a sus conocimientos, a su duro trabajo y a su mano de obra.
Venezuela también tiene las condiciones para entrar en este grupo, pero es algo que debe generarse desde un gobierno que lo propicie al crear reglas de juego confiables, que estimulen la iniciativa particular y la labor de la ciudadanía.
Finalmente, debemos abrirnos a la empresa privada para generar empleo, mientras se reduce la nómina pública. Deslastrar al Estado de este peso nos hará un país mucho más eficiente y traerá de la mano el retorno del progreso.
Procediendo de esta manera, podíamos ganar la pelea a la inflación más pronto que tarde.