Que si rebelión constitucional fallida o, mejor dicho, transacción rechazada. Que si deserciones de altos militares del régimen. Que si contubernio en el seno de la Asamblea Nacional para atornillar al régimen y, sino a éste, por lo menos al socialismo. Que si los americanos van en serio o hablan puro gamelote. Que si los cubanos, los rusos, los iraníes y la terrible historia de la intervención que ya se dio. ¿Cómo es la cosa? ¿Hacia dónde ahora? ¿Qué es lo que está pasando?
Los venezolanos estamos tan sobresaturados por una mezcla explosiva de sucesos, expectativas y chismes que comprender a nuestra realidad es prácticamente una labor herculina. En un escenario de colapso, como en el que estamos inmersos, el ruido y la confusión han hecho fiesta.
Ahora bien, paranoia y teorías de conspiración aparte y, además, sin contar con ningún tipo de información privilegiada, sea verídica o de WhatsApp; puede decirse que la incertidumbre nacional está llegando a otro nivel.
Estamos viviendo horas que invocan a nuevos actores y a acomodaciones malsanas. Cualquiera puede ser un conspirador. Cualquiera puede estar negociando. En este punto de la partida, la cuestión no es tanto si el régimen saldrá o no, sino cómo es que éste saldrá.
Sí, el régimen actual terminará y lo asevero sin necesidad de realismo mágico o proyección optimista. Pero el problema radica en lo que vendría después y qué es lo estaríamos entendiendo por cambio. Dada nuestra situación, el mayor peligro que estamos enfrentando no es que no se concrete el cese de la usurpación, sino que se secuestre al Gobierno de Transición para que éste degenere en subterfugio y pantomima.
Con un parapeto así, el único cambio que avizoraríamos sería uno estético, la ausencia de Nicolás Maduro, porque de fondo prevalecería el aparataje de mafias e inherencias que han secuestrado a la patria. Eso, queridos lectores, no es una transición. Eso tiene otros nombres: transacción, claudicación, estafa, entre otros.
La realidad, puesta de manera muy resumida, es que estamos atestiguando el ocaso de un régimen que no tiene ni asidero político, por ser carente de ideas, ni social, por ser despreciado por más del noventa por ciento de la población, ni pseudo-institucional, pues ni siquiera los remanentes de la devastada institucionalidad venezolana, incluyendo las Fuerzas Armadas, lo soportan.
Los elementos que están sosteniendo al régimen no son, en su esencia, institucionales. Lo que lo mantiene precariamente, como si de un paciente en terapia intensiva se tratase, es una combinación maldita de inherencia extranjera junto a delincuencia organizada y terrorismo internacional.
Por ello, en estos momentos aciagos, la amenaza que exige nuestra atención está constituida por aquellos actores que buscan pescar en río revuelto. El statu quo hamponil no es que quiera ceder, es que quiere reinventarse y seguir viviendo, sea bajo el amparo de otro régimen autoritario o como una sombra adherida a los futuros gobiernos democráticos. Este supuesto es el que más debe preocuparnos, por cuanto no hay nada que beneficiaría más al hamponato que la restitución de una fachada democrática.