Por: Cardenal Baltazar Porras Cardozo
Hay muertes que golpean el alma fuertemente por lo inesperado y absurdo, sobre todo cuando es producto de un accidente inesperado. Debo confesar que siento la desaparición de la “Chavita” como la de alguien muy cercana. Desde mi llegada a Mérida, en mi primera visita a Mucuchíes, recuerdo su rostro amable y sonriente, presentándome a la cofradía de Santa Lucía en las muchas niñas y jóvenes preparadas por ella, en aquel momento su presidenta. Luego en su preocupación y atención al Padre Castillo, párroco de Canaguá, y mucho más, a su muerte.
No había celebración en El Chama o en Mucuchíes en que no estuviera presente y actuante, sin protagonismos ni honores, sino como servidora. Su amor y devoción por los sacerdotes se manifestaba de manera particular en estar pendiente de los seminaristas. Hija del páramo mucuchicero estuvo siempre unido a él como orgullo de su identidad humana y cristiana. Comparto con ustedes, los muchos mensajes de los sacerdotes que la conocieron y trataron, al enterarse de su fallecimiento. En todos ellos reluce la gratitud por su ejemplo de mujer ejemplar, cristiana contemplativa, servidora de todos, alegre siempre.
Nos cuesta mucho reconocer la virtud y el bien de nuestra gente popular. En “Chava”, su religiosidad brotaba a borbotones con un sentido de identidad con las manifestaciones bellas y hermosas de la piedad popular, “verdadera expresión de la acción misionera espontánea del pueblo de Dios. Se trata de una realidad en permanente desarrollo, donde el Espíritu Santo es el agente principal”, como nos dice el Papa Francisco en “la alegría del Evangelio”.
En “Chavita” se percibe aquella piedad popular en la que se ve como la fe se encarna en una cultura y se sigue trasmitiendo. No debemos dejar pasar, ni dejar en el olvido, su trayectoria vital. Hay santos de carne y hueso que nos evangelizan porque trasmiten con diafanidad lo que brota por sus poros con total naturalidad. Quien escribe estas líneas se siente evangelizado por ella, agradecido por sus muchos gestos de devoción y cariño, y la expresión que siempre estaba en sus labios al decirme que me tenía muy presente y oraba mucho por mí.
Que su memoria permanezca viva en Mucuchíes. Que las Hijas de Santa Lucía pongan su nombre y recojan testimonios de su vida para bien de las actuales y futuras generaciones. Perdió la vida en medio del río que da la vida a buena parte de Mérida hasta desembocar en el Lago de Maracaibo. Que su virtud sea un eco que anime la esperanza de todos los creyentes a ser testigos, discípulos y misioneros de la fe que recibimos de nuestros mayores. A sus seres queridos y a todos los mucuchiceros, la seguridad de mi oración y afecto. Descanse en paz María Isabelina y que ante el trono del Altísimo intercedas por la tierra y la gente que amaste y serviste. Que así sea.