Fiel a su afición personal de «preferir morir haciendo olas hasta el final», «murió con las botas puestas», ¡sorprendiendo a medio mundo! En sus escasos 12 años de pontificado, dejó profundas olas y huella. Se fue un lunes 21 de abril, en medio de una «Semana Santa de la Esperanza» —en su decretado «Año Jubilar de la Esperanza»—, no otra cosa que «la fe por la Resurrección» (coronada este pasado domingo). En este contexto, «hizo puentes» con su antecesor, «Benedicto XVI», allá por el comienzo del papado de Francisco en 2013, en aquella primera gran encíclica inusual conjunta entre ambos: «Luz de la Fe».
De cara al siguiente «Fin de Semana de La Misericordia», en el que su gran devoto «San Juan Pablo II» falleció, le tocó «hacer los más cercanos puentes» al respecto en «Cracovia», durante la «Jornada Mundial de la Juventud del 2016», en aquel inusual «Año Jubilar de La Misericordia» decretado por el mismo Papa Francisco.
«Maestro de los gestos», dejó clara su voluntad, ya realizada o aún pendiente: la «Reforma Profunda de la Iglesia para hacerla más cercana»; «Lo Verde» (Laudato Si, el Amazonas, etc.); «Lo Ecuménico» (unidad de los cristianos, incluyendo «la unificación de las fechas de Pascua», a partir de lo de Nicea, etc.); «Lo Interreligioso» (incluyendo sus emblemáticas visitas a Irak y Mongolia).
Y, por supuesto, quedarán también los dos santos venezolanos que decretó prácticamente desde su última convalescencia personal: el Dr. José Gregorio Hernández y la Madre María Carmen; ambos son «testimonios de la superación de lo débil humano hacia la Trascendencia Divina de la Sanación».
Fue «el Papa de La Compasión y La Paz», con la vehemencia práctica jesuítica a su manera. Francisco, como Jesucristo, nos dejó un legado muy viviente, más plenamente entendido a posteriori. ¡Dejó huella!
(-FB/ 21A del 2025)