Huyendo del hambre se convierten en “mulas” de carga

***Llevan  en sus cuerpos cargas que muchas veces superan su peso corporal. Lo hacen por 3 mil pesos y bajo un sol inclemente, ese rudo trabajo les permitirá algo de comer y mandar a la familia en Venezuela

Judith Valderrama

fotos @juditvalderrama

“Si mi abuelo estuviera vivo yo no estaría pasando por todo esto”, relata Jhonatan, mientras carga a su espalda y en sus manos, al menos 90 kilos. 

En febrero se vino desde Oriente de Venezuela, atravesando todo el país hasta llegar al lejano estado Táchira, en occidente. De ahí cruzó a Cúcuta, Colombia, donde le prometieron un empleo y podría percibir unos pesos que le servirían para comer y ayudar a su familia, porque en su tierra el trabajo no le daba ni para alimentarse él solo. 

Viajó con su hermana Lucia, “ella me dijo vámonos Jhonatan, allá se gana mejor y tendremos para comer. Mi hermana tiene cuatro hijos pequeños y si nos quedábamos allá, se podría decir que estaban condenados a morir de hambre. Ya no comían si no algunas poquitas cosas que podíamos comprar. En verdad se comía muy mal y sé que se iba a llegar el momento en que ya no sé comería nada”, relata con voz suave y algo agitada por el peso de su carga y el agobiante sol de la frontera colombo venezolana, donde las temperaturas bordean los 40 grados centígrados.  

Ahí, iba cruzando el puente, como cientos de venezolanos que emigraron y son como mulas de carga por las cantidades de peso que llevan encima. 

Suelen transportar mercado, pero no es lo único, pasan repuestos de vehículos, plantas eléctricas y muchos productos, algunos no pueden pasarse por el puente y lo cruzan por las trochas. 

Antes; esa tarea la hacían con carretillas, pero con la restricción por los puentes internacionales desde el 23 de febrero, por parte del gobierno venezolano, los cargadores o maleteros, deben hacer su trabajo a hombro pelado. 

Desde que se sale de Villa del Rosario, en Cúcuta, se ven cientos de hombres, niños y mujeres que persiguen a quienes llevan cargas para que les permitan trasladarlas por unos cuantos pesos, de 3mil pesos en adelante suelen decir como tarifa cuando les preguntan. El trayecto es largo, en el puente internacional Simón Bolívar, por ejemplo, se supera los 20 minutos caminando, si llevan la maleta hasta algún carro del lado venezolano, donde colocarán la carga y estirarán la mano para recibir su paga. 

Cambió de vida 

Jhonatan, de 22 años, era entrenador deportivo de niños en una escuela de béisbol en oriente, dejó atrás ese oficio que amaba y para el que se preparó por mucho tiempo, para ir a Colombia, donde le ofrecían un trabajo “normal”, como dice él, pero al llegar no había nada y decidió ser maletero.  

“Yo me crié bien y consentido, dormía con mi abuelo hasta los 14 años y estudiaba, hasta empecé la universidad, pero debí dejarla para trabajar porque mi abuelo murió y era mi apoyo. Ya la cosa se puso muy brava en Venezuela”. 

Cuando llegó a Cúcuta, se llevó una sorpresa, no había ningún trabajo. “A los pocos días cerraron el paso por el puente por lo de la ayuda humanitaria el 23 de febrero, y me tocó que comenzar hacer cargas por las trochas”. 

Su trabajo consistía en pasar todo tipo de maletas y bultos al hombro cruzando el río Táchira por las trochas. Incluso a sus espaldas montaba gente.  

 

“No tenía más opción ni más trabajo”

Cuenta que debe competir por ganar un cliente, entre al menos 500 venezolanos que hacen lo mismo: “Al principio terminas muy reventado, como que no te puedes mover, pero tienes que aguantar. Mi hermana hace el mismo trabajo que yo y también hay niñas y niños haciéndolo, para ellos es más difícil, pero deben sobrevivir”.

 

Seguir como sea

Jhonatan cuenta, que él es un poco más capaz que otros por su formación deportiva, sin embargo, define su trabajo como muy fuerte. 

El día que narró su historia tenía un fuerte dolor de muela, que se le  había alojado desde la noche anterior. 

“Anoche el dolor era desesperante, cuando lo comenté entre el grupo, un amigo dijo que tenía droga que consumiera y eso me aliviaba, era tanto el desespero y no tenía nada que aliviara, pero no acepté, me quedé callado. Me prometí nunca probarla y pensaba en mi abuelo. Lo que hice fue llamar a mi papá para que me diera fuerzas y alejarme de eso”. 

Su cuñado le ofreció chimó para el dolor, un compuesto que parece brea negra, se mastica y escupe, es consumido desde hace siglos por campesinos de las montañas y tiene un efecto parecido al licor, es socialmente aceptado. Además, es muy barato en comparación al licor o la droga. 

“Yo antes veía a alguien mascando chimó y me daba asco porque la boca se pone negra y andan con la escupidera, pero lo masqué y algo alivié el martirio del dolor de muela, pero no del todo, sigo malo”. 

Jhonatan es de de buen hablar,  con modales, tono bajito y mirada caída, como evitando siempre que sus clientes se vayan a molestar por alguna imprudencia y luego no le  paguen, como ha ocurrido y se pierde tanto esfuerzo. Incluso una mujer a quien le llevaba la carga le dijo que le dejara una de las bolsas para llevarla y él no lo permitió: “no yo la llevó, el señor puede molestarse”, le contestó refiriéndose al hombre que acompañaba la señora. 

Al llegar al destino entregó la carga y recibió 3 mil pesos, que equivalen a un dólar. 

Después emprendió la carrera de vuelta con la idea de conseguir otro cliente que le permitiera cargar sus maletas. 

 

Larga jornada

Trabajan desde muy temprano hasta la noche. Van y vienen todo el día cuánto les es posible. Hay días donde no llegan a 15 mil pesos colombianos de ganancia, de ahí sacan para comer, pagar por un espacio donde dormir y mandar dinero o mercado a su familia en Venezuela. 

Jhonatan, quien prefirió no dar su apellido, tiene “un socio”, así llama a su acompañante maletero, porque cuando consiguen un cliente con mucha carga la llevan entre ambos  y la ganancia va a medias. 

 

“Todos no sobreviven”

Él sueña poder regresar a Venezuela y estudiar. Allá quedó su familia mientras él huía del hambre.  

“Aquí es muy fuerte lo que ves y lo que vives, mucho, no se imagina. Uno hace el que no siente, ni ve para poder seguir y no caer en vicios y trampas crueles de la calle”. 

Pero todos no sobreviven a esa vida, ni al trabajo en la calle en la devastadora frontera, ahora minada de venezolanos migrantes. 

“Duele ver niñas hasta de 12 años que llegan solas y caen rápido en las drogas y terminan haciendo cualquier cosa por su vicio, y siempre hay quien se aprovecha y las abusa y no puedes hacer nada por ellas, son muchos casos y meterse puede ser peligroso para uno. A uno le duele y sigue como si no viera nada”. 

Jhonatan se toma enserio su tarea de maletero, no pierde tiempo, el relato de su ruda cotidianidad lo hace mientras lleva la carga a sus espaldas. La entrega y tiene que seguir en silencio con la cara gacha. No se puede detener a pesar de su dolor de muela, los pies cansados, la sed y los sueños que no le combinan con el presente. 

Es un venezolano más, tristemente abortado por la descomunal crisis venezolana, quien además de las maletas de otros, carga por el puente o la trocha sus recuerdos sobre lo bonito que vivió de niño, sus añoranzas de comida caliente, su cama abrigada, su abuelo consentidor y el anhelo de quitarse las cadenas de la pobreza. 

Su realidad no es única, casi el 90% de la población de Venezuela también es pobre, cerca de cuatro millones también huyeron de la crisis para cargar las  pesadas maletas del emigrante obligado. 

 

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