David Uzcátegui
Honduras atraviesa una de las elecciones presidenciales más cerradas de su historia reciente. Con poco más del 79% de las actas escrutadas, Salvador Nasralla, del Partido Liberal, mantiene una ligera ventaja sobre Nasry Asfura, del Partido Nacional, con apenas unos miles de votos de diferencia.
Este pulso electoral ha colocado al país en vilo y ha despertado la atención internacional, recordando que resolver las diferencias políticas a través de las urnas sigue siendo la mejor vía para garantizar estabilidad democrática.
La jornada electoral del 30 de noviembre transcurrió en relativa calma, aunque con desafíos logísticos importantes. En una sola jornada, los hondureños eligieron autoridades presidenciales, legislativas y municipales, en un proceso complejo por el sistema de listas abiertas y desbloqueadas, la implementación del voto biométrico y la necesidad de contabilizar miles de actas en tiempo récord.
Las fallas en el sistema de transmisión rápida (TREP) y la lentitud en el conteo aumentaron la tensión, llevando al CNE a extender horarios y habilitar mecanismos de control temporal para medios y partidos.
La historia reciente de Honduras ha estado marcada por acusaciones de fraude y disputas electorales. Tras las irregularidades de 2017, se dividieron las funciones del antiguo Tribunal Supremo Electoral entre el Tribunal de Justicia Electoral (TJE) y el Consejo Nacional Electoral (CNE).
Sin embargo, aún existen desafíos de confianza y coordinación institucional, evidentes en las discrepancias reportadas durante el conteo y en denuncias de “inflación de actas” y conteos internos contradictorios entre los partidos principales.
Salvador Nasralla, expresentador de televisión y figura de entretenimiento, ha consolidado una base electoral joven y urbana con un mensaje anticorrupción y promesas de reformas administrativas. Por su parte, Nasry Asfura, exalcalde de Tegucigalpa, representa la continuidad conservadora, respaldado por sectores tradicionales y empresariales.
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La influencia externa, con el respaldo del expresidente estadounidense Donald Trump a Asfura y el indulto concedido a Juan Orlando Hernández, durante el conteo, añadió tensión y suspicacias sobre la neutralidad del proceso.
A pesar de estas circunstancias, la jornada electoral evidenció que Honduras conserva espacios democráticos formales, a diferencia de otros países de la región con retrocesos autoritarios. La participación, especialmente de jóvenes, y la libertad de expresión durante la campaña reflejan la capacidad de la sociedad civil para supervisar el proceso y garantizar cierto equilibrio entre los actores políticos.
El sistema electoral hondureño, que no contempla segunda vuelta presidencial, convierte cada voto en determinante. La diferencia mínima entre los candidatos principales indica, que cualquier variación en los próximos conteos, podría alterar el resultado final. Rixi Moncada, del partido oficialista Libre, con un 19% de los votos, aunque lejos de los punteros, podría influir en futuras alianzas y en la definición de agendas legislativas o municipales.
El rol del CNE hondureño en los próximos días será crucial: procesar actas pendientes, validar resultados y garantizar transparencia en cada fase. Para la ciudadanía, tanto dentro como fuera del país, la recomendación es informarse únicamente por canales oficiales y evitar cadenas de desinformación, frecuentes en contextos de alta incertidumbre.
Más allá de los nombres y las cifras, estas elecciones demuestran la resiliencia de la democracia hondureña frente a décadas de desafíos. Resolver las diferencias mediante elecciones libres y justas, aunque el proceso sea lento y complejo, sigue siendo la mejor alternativa frente a la polarización y los conflictos históricos de la región. La estrecha contienda anticipa posibles impugnaciones, pero también subraya la necesidad de fortalecer la confianza en las instituciones y respetar la voluntad popular.
En un país donde la historia reciente muestra lo caro que puede resultar ignorar la transparencia electoral, la situación actual es un recordatorio: la legitimidad democrática se construye con paciencia, reglas claras y respeto por la voluntad de los ciudadanos. Independientemente de quién gane, la lección es clara: la democracia hondureña se fortalece cuando las diferencias se resuelven en las urnas, no en las calles ni en los tribunales.
Honduras vive hoy, una jornada que mantendrá su atención y la del mundo centrada en la importancia de los votos, la transparencia y el compromiso de todos los actores políticos con la estabilidad del país. Porque, más allá de la polarización y las sorpresas externas, la democracia es el terreno donde se juega el futuro de la nación, voto a voto.
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