El mensaje para la jornada mundial de la paz del Papa Francisco se centra este año en los migrantes y refugiados. Unirse a los que sufren por su ausencia es para tenerlos presentes en el recuerdo y la oración, ya que el ansia de paz es una aspiración profunda de todas las personas y todos los pueblos. Son más de 250 millones de migrantes en el mundo y 22 millones y medio son refugiados. Es una realidad que no nos es ajena a los venezolanos. Por el contrario, sufrimos el éxodo y el desgarramiento de las familias, la pérdida de mucho talento humano y virtuoso, que por la política de discriminación y odio que vivimos hace una herida sangrante en nuestra sociedad. “Somos conscientes de que no es suficiente sentir en nuestro corazón el sufrimiento de los demás”.
Nuestro país fue hasta los inicios de este tercer milenio receptor de migrantes procedentes principalmente de Europa, Asia y Latinoamérica. A pesar de los inconvenientes normales que conlleva el llegar a otra tierra y a otra cultura, los venezolanos acogimos e integramos con relativa facilidad a quienes vinieron a hacer tienda en nuestro suelo. Ahora que nos toca emigrar, podemos tener la tentación de que a donde vayamos recibiremos el mismo trato. La realidad es otra por múltiples circunstancias y el abrirse paso, máxime cuando se trata en la mayoría de los casos, una solución no querida sino impelida por razones sociales y políticas.
El Papa señala que en estos tiempos el desplazamiento que se dio en el siglo XX no se ha superado. “Los conflictos armados y otras formas de violencia organizada siguen provocando el desplazamiento de la población dentro y fuera de las fronteras nacionales”. El deseo y la necesidad de una vida mejor, la desesperación por no poder construir un futuro mejor en la propia tierra, lleva a la aventura plagada de obstáculos para asentarse en otros lugares. Necesitamos contemplar esta realidad “con una mirada llena de confianza, como una oportunidad para construir un futuro de paz”.
“La sabiduría de la fe alimenta esta mirada, capaz de reconocer que todos, «tanto emigrantes como poblaciones locales que los acogen, forman parte de una sola familia, y todos tienen el mismo derecho a gozar de los bienes de la tierra, cuya destinación es universal, como enseña la doctrina social de la Iglesia. Aquí encuentran fundamento la solidaridad y el compartir”.
No sucumbamos sin más a la tentación de huir. Necesitamos cultivar, defender, promover una sociedad más igualitaria, en la que no sea la ideología la que marque las diferencias y las brechas entre los venezolanos. Volver a la Venezuela fraterna es tarea ineludible que no nos podemos dejar robar. Es un compromiso digno de asumir como ciudadanos y como creyentes.