Carlota E Egáñez M
Ningún venezolano de pensamiento libre ha podido escapar de este tormento, el mismo que lleva a huir del humo hacia el aire libre, a no permanecer callado e impasible, ante el camino errado, trabado en una lucha estéril y agotadora consigo mismo. Casi de espaldas a su propio destino en la hora de que una vez más este 20 de mayo en que la sentencia de vida o muerte se está pronunciando sobre él. Hemos vivido años de anormalidad prolongada en tiempo y desconcierto, que no lleva camino de resolverse y de concluir. Todo parece confuso, alterado, maloliente. La impresión dominante es de desconcierto. De una agitación inorgánica. Parece haberse perdido el ritmo de vida nacional. Y, lo que es más grave, parece haberse perdido el país. “Se siente un ambiente de fiebre colectiva, de embriaguez, de desorden. Todo parece fuera de sitio. Nada parece tener importancia. Nadie parece reflexionar seriamente” (anónimo). Precisamente aquello que en trágico momento llamó Miranda con el venezolanismo insustituible: “Bochinche”. Se siente que el país va cayendo en el vacío, sin poder detenerse, en pos de lo que llamaríamos “falsificación de la realidad nacional.” El ocultamiento sistemático de las verdades fundamentales que rigen la vida del país y su sustitución por mentiras convencionales. Se ha creado un lenguaje, tanto en el Gobierno como en gran parte de la oposición, que no corresponde a la realidad. Que en realidad corresponde a una sobre-realidad, a un delirio imaginativo. Y por eso, eso que llaman justicia, ya no es justicia; eso que llaman libertad, ya no es libertad; el pueblo soberano, mancillado y sin derechos aún el del sufragio; eso que llaman presupuesto, ya no es el presupuesto; ni tampoco la riqueza es la riqueza verdadera; ni la democracia, la democracia. Es una subversión de la República, la sociedad, la justicia, los valores, los derechos, la cooperación, integración y principios pautados/normados en la Constitución y su sustitución por otros falsos o negativos. Ese falseamiento general se refleja en mil síntomas. Es el resultado de la mentira. De la suplantación de los verdaderos fines por otros espurios y mezquinos. Se escamotea lo real, la verdadera realidad bajo la hojarasca -lo que resulta inútil o tiene poca importancia pero está muy adornado con palabras o promesas- de lo aparencial y lo falso. El país vive horas de mortal peligro. Si no se hace un grande y sincero esfuerzo por restablecer el verdadero rumbo, por hallar el camino, por ganar el tiempo, por organizarse efectivamente. Son las verdades simples y elementales de su condición la que el país necesita recuperar. Es la noción del momento y del camino la que parece haber perdido. Hay que poner ante sus ojos esas verdades. La cruzada contra la mentira. El planteamiento sereno de las cuestiones nacionales como reacción ante la actitud sentimental, emocional, populista y nacionalista que caracteriza esta hora.
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