Estamos celebrando en Venezuela el Día del Médico, en honor de José María Vargas, uno de nuestros más grandes próceres civiles, tal vez el de mayor relieve, quien nació en La Guaira el 10 de marzo de 1786.
La Universidad Central de Venezuela tiene en su más de tres siglos de historia dos épocas memorables: la de José María Vargas y la de José Gregorio Hernández.
Vargas en 1827 recibe de Bolívar la trascendental solicitud de que modernice la Universidad, que le dé un vuelco acorde con los tiempos republicanos que se vivían, menos retórica, sin tantos latines y borlas, más científica, más abierta, más liberal, y además de eso le dió recursos para que se sostuviera y fuera autárquica, entre otros bienes la hacienda donde ahora se levanta la Ciudad Universitaria, que por su belleza arquitectónica, obra del genial Carlos Raúl Villanueva ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad.
Vargas para su época puede ser considerado un hombre de ciencia: tenía una formación académica sólida, con pensamientos de avanzada, una excepcional capacidad organizativa y una honradez sin tacha. Admiraba al Bolivar civilista, pero no era su aulico: era un hacedor inteligente, con los pies muy firmes sobre la realidad, con una dignidad indoblegable y con la fuerza de voluntad que da el sentido de la responsabilidad trascendente. Bolívar no lo tenía en el grupo de sus amigos cercanos, pero lo buscó y le pidió ayuda porque no sólo reconocía aquellas excepcionales virtudes de Vargas, sino porque admiraba su luminosidad. Por eso, entre los ilustres amigos civiles que lo rodeaban, no dudó el Libertador en nombrarlo su albacea. Albacea de qué? De sus bienes, que seguían siendo cuantiosos, a pesar de la mentira tramposa y demagógica de la camisa prestada? No! Albacea de su angustia, como con tan certero juicio lo definió Andrés Eloy. Qué angustia? La que en aquel final de tragedia griega Bolívar en Bucaramanga le confiesa a su edecán francés Luis Peruy de Lacroix. Le dice: Veo muy oscuro el porvenir de la Patria porque para liberarla me he rodeado de militares cuyo único mérito ha sido el matar gente; ahora en la Patria libre no sé para qué puedan servir que no sea el escarnecerla. Albacea de su angustia fue Vargas. Cuando enfrentó a Carujo actuó a nombre del Libertador, cumpliendo su deber.
La otra gran época de la Universidad la protagonizó la generación positivista de finales del siglo XIX, con José Gregorio Hernández como figura de mayor relieve, porque sin ser positivista, doctrina que se oponía a la trascendencia espiritual, mientras los desgarran sus sotanas ideológicas, José Gregorio, calladamente introdujo la medicina experimental y le dió con eso a la Universidad, un vuelco parecido al de Vargas. Que yo sepa pocos científicos han podido sostener sin contradicción la verdad penúltima de la Ciencia con la misteriosa eterna verdad de la Verdad trascendente.
José María Vargas y José Gregorio Hernández, dos inteligencias superiores que se dieron íntegramente al servicio del prójimo en su inmediatez existencial, y al servicio de su pueblo al dejarle una sustentación moral sin precedentes.