El nombre verdadero de Dios es Yhwh, que actualmente se escribe Yahveh que significa “Yo Soy el que Soy”. También se le conoce con muchos otros nombres, siendo Jehová, el más conocido. Su origen está envuelto en el misterio, como también su verdadera naturaleza. Es misterioso también el motivo que lo llevó a crear el mundo. Hay quienes afirman que cansado de tanta soledad y aburrimiento, se propuso crear una grata compañía que compensara su vacío existencial. Tanteando, por ensayo y error, durante un proceso que duró seis largos días, fue creando sucesivamente la noche y el día, el cielo, la luna y las estrellas, la tierra y el mar, todos los seres vivientes, hasta finalmente llegar al hombre; viendo que este era la criatura que necesitaba dio por terminada la creación para descansar el séptimo día. Al ver que el hombre era un buen compañero, le tomó un cariño sin igual, por lo que se interesó en mejorar su condición, humana y espiritual. Por ese motivo planeó las condiciones necesarias para hacer de él un ser digno. En primer lugar, concibió que el hombre habría de ser un individuo independiente de Él, y con libertad para actuar, pensar por sí mismo y tomar sus propias decisiones y, por otra parte, consideró que el hombre no debía acostumbrarse a pedir, o recibir continuamente de Él, ayuda o protección, ya que le convenía aprender a obtener lo que necesitaba con su propio esfuerzo o, por medio de sacrificios u oraciones. En vista de que el hombre era sustancialmente Uno con el Creador, toda su felicidad estaba en función de la unión con Dios, o, de lo que Este le revelara para darse a conocer, lo cual haría necesario que, para ser justo, el Creador regulase su relación con él, de manera de revelársele progresivamente, en la medida en que, por sus buenas acciones, se hiciera acreedor a esa dicha. Y, por otra parte, como el Creador había observado la naturaleza egoísta del hombre, decidió combatirlas fomentando el cumplimiento de la ley fundamental “ama a tu prójimo como a ti mismo” e instituyendo el altruismo como la cualidad que debía caracterizar el espíritu humano.
La humanidad empezó a percibirlo, desde su creación, a través de los fenómenos naturales que llamaban su atención, sobre todo en aquellos primeros tiempos en que su mente y su corazón no estaban contaminados por el peso de las civilizaciones que le sobrevinieron y en que, además, su pureza de alma le facilitaba el acceso a las sutiles manifestaciones de la divinidad. Pero el ser humano sólo puede percibir la realidad que le rodea de manera incompleta y distorsionada. Incompleta, porque está limitada a los cinco sentidos de que dispone, existiendo muchas zonas de la realidad que no pueden ser percibidas porque no dispone de suficientes órganos de los sentidos. Por otra parte, se sabe que la percepción de la realidad varía mucho de una persona a otra por estar condicionada por la educación, experiencia de vida e intereses de cada quién. Además nuestra percepción sólo es posible en el contexto de la dimensión espacio-temporal en que nos encontramos. El Creador está en otro mundo, en otra dimensión. Para que la naturaleza del Creador se haga perceptible a la humanidad es necesario dotar a ésta de receptores espirituales, previa su preparación especial para tal fin.
Siendo para el hombre imposible concebir la naturaleza esencial de Dios, sólo podemos percibirlo en función de algunas manifestaciones que Él nos hace llegar y que captamos cuando estamos en disposición espiritual apropiada. Cuando estas percepciones se hacen posibles, nuestro espíritu se eleva a un estado de alegría y de paz indescriptibles.