Por: Alexi Berríos Berríos
Tomó su último vuelo sin hacer ruido congelando la tristeza en la bóveda borgeana y viajando en la balandra de Guillermo Meneses, no sin antes fumarse un cigarrillo con los personajes de Juan Carlos Onetti cargado de sueños, conceptos y de una rica cultura asociada a su pluma fina que escribió lo necesario.
Antonio Vale Briceño, amigo con quien tuve afinidad durante treinta años sin engañifas y retirados de los acartonamientos académicos.
Por arriba de los espíritus miopes, Toño Vale dio rienda suelta a su correa de transmisión para polemizar en aulas, auditorios y reuniones de bohemia fina donde se discutía en medio de la integridad musical de Joaquín Sabina y la luna quebradiza de Agustín Lara.
Amante de lo variopinto, Antonio cinceló ideas de manera amenísima apoyado en una oratoria poblada de exquisitas lecturas en la claridad del silencio.
Su leitmotiv fue vivir con autenticidad encariñado con las brujerías del lenguaje en un desierto que llenó de fragmentos y cuentos con su prosa de eminente juglar.
Y si a ser sinceros vamos, se fue sin causar molestia o, mejor quizás, sin polvareda tal como emprenden la mudanza los verdaderos hombres.
Con todo, dilecto amigo, seguiré «esperándote en el bar» sin dobleces y tratando de dilucidar «Para una Tumba sin Nombre».
Hasta siempre y abrazos que la vida avanza.