Ciudad de México/Bogotá/Santiago, 19 ago (EFE).- «Hasta que la dignidad se haga costumbre», el mantra de la nueva vicepresidenta de Colombia, Francia Márquez, hermana a países latinoamericanos como México, donde mujeres indígenas popularizaron la frase en el movimiento de derechos humanos, y Chile, donde se originó en canciones de resistencia en la dictadura.
«Vamos de la resistencia al poder hasta que la dignidad se haga costumbre”, solía decir Márquez en sus mítines, frente a miles de personas con rostros conmovidos por sus palabras, antes de asumir como vicepresidenta hace dos semanas, el 7 de agosto.
Lo de Francia Márquez no son solo palabras. Es un mantra. Porque su vida es ejemplo de que nunca se ha cansado de trabajar para que la dignidad sea costumbre.
Márquez, quien fue madre soltera con 16 años y ha trabajado en la mina o limpiando casas para sacar adelante a su familia, procede de un hogar muy humilde de un pueblo negro del Cauca, de esos que conocen las amenazas, extorsiones y la violencia de grupos armados.
Aunque fue ir contra el Estado y sus intenciones de desviar un río que nutría a su pueblo para beneficio empresarial, lo que la hizo ponerse en pie. En esa lucha ella ejerció el liderazgo, pero lo hizo por toda la comunidad.
“Yo no pedí estar en la política, pero la política se metió en nuestras vidas”, suele repetir, al mismo tiempo que dice que la Presidencia o la Vicepresidencia es solo un medio, y nunca un fin, para conseguir que esa “dignidad se haga costumbre”.
SU PODER EN MÉXICO
Pero la contundente frase se popularizó años atrás en México, en 2017, pronunciada por la maestra indígena Estela Hernández en un acto de disculpa pública en el que el entonces procurador general de México, Raúl Cervantes, reconoció la inocencia de su madre, Jacinta Francisco.
Jacinta es una de tres mujeres indígenas, junto con Alberta Alcántara y Teresa González, que fueron acusadas falsamente y encarceladas durante más de tres años por un secuestro a seis policías de la extinta Agencia Federal de Investigaciones (AFI) en 2006, en un proceso de irregularidades.
En entrevista con Efe, Estela dijo desconocer dónde escuchó por primera vez la frase que ese día dejó huella en el movimiento por los derechos humanos de México, pero sabe que era parte de la lucha a la que ella pertenece como mujer indígena y maestra.
«Una de las frases que más me resuenan para ese momento de la disculpa pública. En mi sentir, en mi pensamiento, en esa exigencia de respeto hacia los derechos humanos, es la que escogí como ideal para concientizar a las personas de que es urgente hacer acciones en pro de la vida», explicó en entrevista con Efe.
Y la lucha continúa, pues los pueblos indígenas de México, en concreto Santiago Mexquititlán, de donde es originaria Estela y también su madre Jacinta, es donde se centra su lucha: por el agua, por la tierra, por la paz, por la libre expresión.
Por eso ante la pregunta de si la frase todavía sigue vigente y es necesaria, Estela respondió: «Por supuesto, en todos los ámbitos. Me parece que hay una violación sistemática en cuanto a derechos humanos de indígenas, pero también casos de periodistas, de estudiantes o de luchadores sociales».
«Me da alegría que en otros rincones lo hayan hecho suyo para dignificar la vida de mucha gente, no puedo describir (lo que siento) con una palabra. Me da mucho gusto, mucha satisfacción que en el mundo haya personas que no son visibilizadas (y ahora) lo hayan hecho suyo y ver que se integra en el discurso en otros países donde sí hay avances significativos», sentenció.
SU ORIGEN EN CHILE
Pese a su vigencia, el origen de la frase se remonta a la dictadura de Chile en los 70.
El 13 de diciembre de 1973, en plena ola de represión contra los movimientos de oposición, unidades de carabineros apoyados por agentes de la nueva Policía secreta (DINA) de la recién inaugurada dictadura militar del general Augusto Pinochet, arrestaron a Bautista van Schouwen, uno de los fundadores del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) de Chile.
Según diversas crónicas, ese fue el último día que se le vio con vida; en el muro de los represaliados de Villa Grimaldi, uno de los cuarteles donde la DINA torturó y mató, su nombre aparece arriba, en la esquina izquierda, como el segundo internado en ese templo del horror.
Unos meses después, cuando aún se desconocían los detalles de su trágico destino, el cantautor y escritor chileno Patricio Manns creó el grupo Karaxú junto a otros exiliados en Francia y publicó un álbum «Canciones de la resistencia popular chilena».
Titulado «Cuando la dignidad se hace costumbre», el tema estaba dedicado a la memoria de Van Schouwen -y otros miembros del MIR-, quien según las crónicas de la época murió «con la cabeza alta y sin delatar a ninguno de los suyos».
46 años después, aquel grito regresó a Chile en boca de miles de personas que se echaron a las calles para exigir igualdad, justicia social y esa misma dignidad en un «estallido social».
Un rugido salido de las entrañas del sistema neoliberal que articula Chile, pero también un aldabonazo al recuerdo para no olvidar lo que supuso la dictadura de Pinochet, una de las más represivas y duras de América Latina.
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