Los venezolanos vivimos el drama de ir contracorriente, en lugar de abrirnos a un siglo XXI con el signo del bienestar y el progreso colectivo, en el que brille la tranquilidad y la paz de los ciudadanos, nos encontramos ante un proyecto antihumano, pues no cuentan las personas sino el poder. Varios ejemplos nos pueden servir para la reflexión serena y el análisis que cada uno debe hacer del presente que nos toca padecer. El mundo actual es inconcebible sin la energía eléctrica. Ha sido uno de los logros más importantes desde su descubrimiento en el siglo XIX. Superamos entonces el vivir al ritmo de la naturaleza para domesticarla y convertirnos en los dueños del tiempo útil y placentero.
Los recientes y crecientes apagones que castigan a todos los venezolanos, pero más a la región occidental, pone en evidencia que este servicio básico, del cual nos preciábamos y hasta sentíamos orgullosos en el pasado, no ha sido ni es prioridad para el socialismo del siglo XXI. La parálisis de la actividad normal de cualquier sociedad se hace presente porque no se puede trabajar ni descansar sin energía eléctrica. ¡Cuánto sufrimiento, porque se dañan los alimentos y los aparatos, quedamos incomunicados y en tinieblas, sin que el gobierno reconozca que su obligación está en juego. En un país tropical, las altas temperaturas sin la ayuda de la tecnología energética, impiden vivir con un mínimo de comodidad y confort. Qué peligros para quienes que estar conectados a un aparato que les permita sobrevivir!
La incredulidad y la desconfianza rayan en lo infinito porque las explicaciones de las autoridades, cuando dan la cara, están muy lejanas a la realidad: iguanas comecables, sabotajes del imperio y de los apátridas, la sequía que nos castiga porque no se sabe predecir nada, ofrecimientos de pronta solución que se estrellan con las evidencias de los entendidos. A lo que se suma las denuncias de corrupción en el manejo de los presupuestos del sector…
Lo que es un servicio público se privatiza en plantas eléctricas particulares, lámparas y velas a precios astronómicos, y una programación y propaganda oficiales, merecedoras del Oscar publicitario mejor confeccionado para que la mentira y la manipulación triunfen sobre la verdad. No podemos evadir la ineludible pregunta: ¿Es esto lo que nos vende un gobierno que pretende relegitimarse antes hechos que lo deslegitiman cada vez más?
Caminar hacia la edad de las cavernas viviendo como nuestros tatarabuelos, incomunicados, a la luz de un candil que nos invita a cocinar con leña porque no hay gas, ni otro combustible que nos permita llevar un bocado caliente a la boca… Es hora de la unidad y del cambio, de un régimen que nos quiere retrotraer a la era de las cavernas, y sume a la población en el desespero y la impotencia, obligando a lo mejor de nuestra gente a emigrar a un mundo incierto. Venezuela necesita quien la quiera de verdad, y no son precisamente los que nos gobiernan los que pueden y quieren hacerlo.