HACER ALUMNOS LECTORES |  Por: Antonio Pérez Esclarín

                                 

Por: Antonio Pérez Esclarín

La celebración el 23 de abril del Día del libro nos brinda una excelente oportunidad para insistir en la importancia de la lectura y en la necesidad de una educación lectora que permita a los alumnos aprender de un modo autónomo y permanente, facilite la comprensión ética y estética de la existencia,  ayude a comprender el mundo y amplíe los horizontes culturales. Estudiar significa ante todo, leer. La lectura se halla en el programa de todas las materias. En consecuencia, es problema de todos los maestros y profesores. Si queremos combatir el fracaso escolar y ayudar a que todos los alumnos tengan éxito en sus estudios, debemos fomentar con  insistencia la lectura. Hay que leer más y sobre todo leer mejor. Leer  en los diversos formatos, físicos o digitales. Leer para informarse, para aprender, para crecer,  para abrirnos a la belleza, al sentimiento. Porque la lectura no es sólo  un medio privilegiado para  cultivar la inteligencia, sino que fomenta la sensibilidad, la imaginación, la creatividad y el pensamiento crítico, permite  conocer otros pueblos y culturas, y es una ayuda imprescindible para el crecimiento personal y el ejercicio de una auténtica ciudadanía.

Leer implica a toda la persona: inteligencia y sentimientos, voluntad y fantasía, pasado y presente, memoria y esperanza. Por todo esto, yo no me canso de repetir que si de nuestras aulas salieran alumnos lectores, es decir, que les gusta la lectura, que necesitan leer, que leen habitualmente sin que se les ordene y no sólo por obligación y cuando están estudiando, les estaríamos abriendo la puerta a la sabiduría. Lectores autónomos y críticos que necesitan alimentar su espíritu, su imaginación, su pensamiento, tanto como su cuerpo. Necesitan expresarse, comunicarse, aprender, crecer interiormente. Personas que abren un libro y se disponen a viajar por mundos desconocidos, a ser protagonistas de la increíble aventura de reescribirlo con su imaginación o con su pensamiento. Porque cada lector reescribe el libro,  le da vida. Un libro sin lector es un ser muerto. Los libros necesitan de los lectores para poder ser. Leer es resucitar libros, devolverles la palabra a los autores y empezar a dialogar con ellos. Y es asombroso poder dialogar con Homero,  San Agustín, Cervantes, Shakespeare,  Freinet, Simón Rodríguez, García Márquez, Juan Rulfo, Rafael Cadenas…,  es decir, con tantos personajes extraordinarios.

Decimos que la lectura es un diálogo entre el autor del texto y el lector, que va construyendo significado desde lo que él sabe y el autor le dice. Ningún texto se lee independientemente de la experiencia, de la vida, convicciones y creencias del lector. Por ello, es imposible leer un libro dos veces igual (pues cada lectura dependerá del estado emocional, de las inquietudes, preocupaciones, intereses del lector) y si entregamos el mismo libro a un grupo de lectores, cada uno estará leyendo un libro distinto de acuerdo a sus conocimientos, preocupaciones,  sentimientos.

En todo  diálogo hablan dos personas. Si el lector meramente escucha al libro o texto y repite las ideas del autor sin decirle nada, no es un buen lector, porque no está construyendo significados desde lo que  él sabe. De ahí que muchos, ante las dificultades de comprensión de un texto, lo memorizan para luego repetirlo. Si no hay comprensión, no hay verdadera lectura y la comprensión exige los basamentos culturales o cognitivos que permitan incorporar y dialogar con  lo que dice el autor.

 

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