Guns n’Roses demuestran en Madrid que la nostalgia del rock sigue llenando estadios

Los integrantes del grupo estadounidense Guns N´Roses, Axl Rose (i) y Slash, en una foto de archivo, durante una actuación en Madrid. EFE / Victor Lerena.

Madrid, 9 jun (EFE).- En la era dorada de la música urbana y los ritmos latinos, decenas de miles de nostálgicos del rock de finales de los 80 y primeros 90 se reunieron esta noche en el estadio Metropolitano de Madrid para celebrar la vigencia de una de las más importantes bandas de hard rock de todos los tiempos, Guns n´Roses.

Con unas 40.000 entradas vendidas, según la organización, los angelinos estuvieron lejos de agotar el aforo, como hicieron en su primera visita a la capital en 2017 tras la reunificación de los tres miembros de la banda original, Axl Rose, Slash y Duff McKagan.

Pero cumplieron con creces teniendo en cuenta la competencia del Primavera Sound que esta misma noche traía a Depeche Mode o Kendrick Lamar a la Ciudad del Rock de Arganda del Rey, a 20 kilómetros de ahí.

De hecho los autobuses gratuitos para el Primavera Sound salían de las inmediaciones del Metropolitano, lo que hacía temer algún colapso por la afluencia simultánea de los asistentes a ambos eventos, que finalmente no se produjo.

Pretenders, pese a ser una de los grandes grupos de rock coetáneos en su popularidad, resultaron unos teloneros inusuales para Guns n’Roses, y tocaron con el estadio aun medio lleno algunas de sus canciones más famosas como «I’ll stand by you» o «Don’t get me wrong» con el intacto liderazgo de Chrissie Hynde.

El multiplatino «Apetite for destruction» (1986) y el doble «Use your ilusion» (1991) acapararon el protagonismo de un recital de tres horas y media en el que el trío emblemático estuvo acompañado por Dizzy Reed (teclado), Richard Fortus (guitarra rítmica), Frank Ferrer (batería) y Melissa Reese (teclado).

Con una puesta en escena sobria y sin mediar palabra, la banda arrancó con puntualidad con «It’s so easy» de «Apetite for destruction» y siguieron sin pausa «Bad Obsession», una canción que habla de sus pasadas adicciones a las drogas, «Chinese Democracy», del que hasta ahora ha sido su último álbum de estudio y «Mister Brownstone».

Aunque la voz de Axl Rose no es la misma que le hizo célebre hace décadas, la dosificó para llegar a los momentos cumbre en canciones como «Welcome to the jungle», con la que empezó a subir la temperatura del recinto y a despertar el entusiasmo del público del Metropolitano.

La potencia de la banda, la destreza de Slash con su Gibson y una colección de grandes éxitos indiscutibles hicieron lo demás.

Hubo versiones como «Slither», de Velvet Revolver, la banda formada en 2002 por Slash y McKagan o «Live and let die», de Paul McCarthey que volvió a caldear los ánimos.

Con más tibieza fueron recibidas un par de canciones del material descartado de «Chinese Democracy», como «Absurd» y «Hard skool», que tienen previsto reunir en un próximo álbum.

Aunque en distinto orden, el grupo repitió básicamente el set con el que abrió esta gira el pasado lunes en Tel Aviv.

Axl se quedó solo en la primera línea para interpretar una versión de «Wichita Lineman» y fue muy coreada «You could be mine», doblemente célebre por la película «Terminator».

El ambiente se puso más emotivo con «Estranged», una canción de casi 9 minutos que sirvió para que se lucieran especialmente tanto Slash como la teclista y se volvió más romántico con «Don’t cry».

Con la bandera ucraniana de fondo sonó su himno antibélico «Civil war» y ya en la recta final, las más celebradas, «Sweet child of mine», la balada «November rain», con el piano de cola en medio del escenario, «Knockin’ on heavens doors» y «Night train».

Aunque ya habían pasado las tres horas de concierto, aún se dejaron para los bises «Yesterday», la balada «Patience» y el colofón, «Paradise city».

Guns n’ Roses demostraron con creces que sus canciones siguen vivas y Axl Rose que aún puede correr por el escenario y lanzar por los aires los pies de micro, pero detalles como una aspiradora limpiando el suelo del escenario o algún espectador sacando el «tupper» para cenar evidenciaban que los tiempos han cambiado.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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