Miles de familias continúan saliendo de Venezuela buscando oportunidades en otras naciones, sin importar lo difícil del camino, sin hacerle caso a que cada vez se cierran más puertas en otras fronteras, a la discriminación, la xenofobia, y el hecho de empezar de nuevo con una familia a cuestas.
Y es que, a diferencia de los años anteriores, en 2022 los migrantes que salen caminando de Venezuela lo hacen con grupos familiares numerosos. Ya no es sólo el papá o la mamá que van a ver cómo les va y luego vuelven por los suyos, ahora es el papá, la mamá, los niños, los abuelos y hasta la mascota, los que sortean largos trayectos desde el centro del país hasta la frontera con Colombia, con el fin de darle un giro a la vida, en medio de la crisis económica, social y política que sigue enfrentando la nación sudamericana.
Aunque no se observan caminantes en manada, siguen saliendo al menos unos 3.000 al mes, según balance de la Iglesia San José Obrero, ubicada en San Josecito, municipio Torbes del estado Táchira, la cual funge como pasa de paso para la atención de migrantes.
Las familias que salen son numerosas, con hasta ocho hijos, menores de 14 años en su mayoría. Visten con shorts, franelas suaves y las cholas crocs, que se han convertido junto al bolso tricolor, en un símbolo de la migración venezolana a nivel mundial. Pasan horas caminando bajo el sol o la lluvia, descansando en algunas partes y recibiendo ayudas con agua y comida de quienes se apiadan de su situación.
Diario de Los Andes conversó con tres familias de migrantes. Dos de salida y una de retorno, para conocer qué los motivó a moverse, a salir en medio de las adversidades, y a regresar (en el caso de quienes retornan) en las mismas circunstancias.
Mi esposa tiene cáncer
José es de La Guaira, ubicada a 800 kilómetros del municipio Torbes. Viajaba a Cali, Colombia, junto a su esposa y sus cuatro hijos, de 9 meses, 10, 12 y 15 años de edad. Les faltaban más de mil kilómetros por recorrer para llegar a su destino.
La principal motivación de José para salir de Venezuela, es conseguirle a su esposa un tratamiento, que le permita recuperarse de un cáncer de útero que le fue descubierto hace un año, y para el cual no logró tratamiento en Venezuela, por falta de recursos.
“Mi esposa requiere unos tratamientos, una broma. Aquí no le han hecho asistencia médica, nada, y ahora todo es dólar. Todo se hace difícil pa’ uno el pobre, pue’`. Mi esposa me le dio un cáncer por aquí en los ovarios, y allá puro médico, y lo poquito que hemos agarrado estudios y esto, y le mandan que unos tratamientos para ver si unas quimioterapias, pero qué va, no ha resultado eso, mandan a uno para allá, para acá. Los médicos dicen que en los hospitales no hay nada, que clínicas pagas. Los médicos dicen que sea lo que Dios quiera, entonces tomamos la decisión de salir del país”, relató.
Ha ido a las alcaldías de Caracas, de Barinas, a diversas instituciones solicitando apoyo, pero no obtienen respuestas. Por eso se enrumbaron a caminar junto a sus hijos para llegar a Cali a buscar trabajo y luchar por un tratamiento.
“Venimos mochiliando, caminando, de cola en cola, porque ni los camioneteros comprenden ahora. Nadie ve la necesidad de nadie, sino el que la vive, porque si uno no les da dólar, si uno no les da pesos, si uno no les da una bolsota de comida, no le colaboran a uno. Señores camioneros si nos han colaborado con colas, pero nos ha tocado caminar, regatear, pidiendo colaboraciones”, acotó.
En Caracas trabajaba como ayudante de albañil y lo que le saliera, pero sólo podía comprar alimentos. “Ni siquiera para comprar un medicamento, nada, porque ahí lo que ganaba semanal era 15 o 20 dólares. Imagínate con eso compraba comida y más nada”.
Atrás dejó a su mamá y un hermano, sus otros hermanos están en Ecuador, Perú y Chile, buscando mejorar su situación y ayudar a quienes quedan en Venezuela. “Casi toda la familia ha salido ya”, dijo.
Trabajaba embolsando Clap
Luis Torres Chávez, de 45 años, llevaba 13 días caminando desde Barquisimeto, a 530 kilómetros de San Josecito, cuando fue entrevistado. Se trasladaba a Ecuador con su esposa y seis de sus ocho hijos, en edades comprendidas entre uno y 12 años de edad.
Foto: Carlos Eduardo Ramírez“Me voy por la situación de trabajo. Estaba trabajando, pero es muy poquito lo que uno gana allá. Con eso no puedo mantener a mi familia. Ganaba 12 dólares y una bolsa de comida. Embolsaba comidas, las mismas comidas que le dan a uno, las del CLAP. Ahí trabajé seis meses”, relató.
Dos de sus ocho hijos se quedaron en Barquisimeto, espera que en algún momento todos puedan reencontrarse, pero está claro que en Venezuela no podía conseguir un empleo con mejor remuneración. “No hay más trabajo allá, el único que había era ese, y si uno consigue son 15 dólares y eso no alcanza. Nada más en los remedios de los niños se va todo”, agregó.
De regreso
Así como unos se van con su corazón repleto de esperanzas y sus bolsos tricolor llenos de sueños, otros regresan a Venezuela agotados porque la situación económica no les cambió la vida.
Tal es el caso de José Martínez, quien vivía y trabaja en Medellín – Colombia, pero el dinero sólo le alcanzaba para pagar el alquiler del espacio donde vivía con su esposa y cuatro hijos de 4, 6, 10 y 14 años de edad.
Fue entrevistado por Diario de Los Andes después de haber tocado el portón de la iglesia San José Obrero, ubicada en el municipio Torbes. Había caminado durante toda la mañana y tanto él como su familia estaban agotados. Buscaban comida e hidratación, así como un momento para descansar con tranquilidad.
Los menores de edad estaban sentados sobre los bolsos que cargaban, y José recostado de una pared. Todos vestían con shorts, franelas y sandalias estilo crocs, muy desgastadas. Sus pieles lucían quemadas por el sol, y sus rostros reflejaban el cansancio de la caminata.
Tenían un año de haber salido, también caminando, de Maracay, estado Aragua, a donde regresarían con la esperanza de un nuevo comienzo en su tierra natal.
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