Todos tememos a la huesuda parca. Y es que a veces la sentimos tan cerca. Me pongo a pensar en ello y me imagino el sufrimiento de aquella tripulación que viajaba a bordo del Titanic. Mientras el barco se hundía esa gente vivió momentos de terror. Pocos sobrevivieron. La parca dejó sus estragos.
Los últimos segundos de vida de quienes viajan en un avión con problemas deben ser horribles. No me refiero a los que se estrellan y la gente se va al otro mundo y ni cuenta se dan. Pero saber que un pájaro de acero va a caer en el mar o en tierra firme y que la vida se nos va debe ser horrible. Un rezo si se puede y adiós luz que te apagaste.
Traigo a colación esta perorata por lo del pasado sábado. Cinco segundos de pánico por lo del temblor. Me disponía a descansar un poco cuando se presentó el sacudón. Las métricas se me fueron hasta el cuello. Vivo en un primer piso. El edificio se tambaleó como aquellos boxeadores que reciben un golpe al hígado. Traté de correr pero el susto y la rapidez del incidente no me dieron tiempo de poner pies en polvorosa. Que sea lo que Dios quiera y me puse debajo de una puerta. Algunos recomiendan eso a la hora de un temblor. En honor a la verdad no creo que valga mucho cuando miles de pedazos de concreto se vayan al suelo. PERO BUENO.
No es la primera vez que siento un movimiento de tierra. Veamos. Tenía unos 17 años cuando iba por uno de los callejones del barrio San Isidro y sentí a mi lado a la parca. Un temblor fuerte. Las paraparas de mis ojos vieron como las casas ubicadas de lado a lado del callejón por donde transitaba se unieron. Toparon techo. Eso fue en una décima de segundos. Muy rápido. Me quedé petrificado. Congelado. Las casas pasado el temblor se volvieron a separar. Todavía estoy pasando EL SUSTO.
Otro temblor fuerte fue una vez en el famoso pozo de la máquina. Estábamos como pez en el agua. En pleno centro del pozo notamos el sismo. Tierra y agua se sacudieron. No nos dio tiempo de nada. Parecían las del Nilo cuando Moisés huía del faraón y las aguas se abrieron para salvar su pellejo y la de su pueblo.
Pero lo este sábado pasado no tiene parangón. El edificio dobló los pies. Creí y en verdad lo digo que se iba a venir abajo y que hasta ahí llegaba mi existencia. Aplastado por una mole de concreto. Sin embargo, el mamotreto aguantó la embestida. Bailó como un joropo pero aguantó la embestida de la naturaleza y el que te conté está vivito y coleando.
Que riñones tenía el Libertador cuando dijo aquellas palabras que quedaron para la posteridad a raíz del terremoto caraqueño. “Si la naturaleza se opone lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca”.
Así son las cosas diría Oscar Yánez.