Gotitas De Miel | LA UNIVERSIDAD CONTRA LA SUMISIÓN | Por: Raúl Alberto Casanova-Ostos*

 

Pareciera evidente que la intervención del Estado en las universidades se justificaría sólo si fuese para garantizar aún más la pureza de la autonomía misma. No obstante, he notado en mi vida universitaria, que la relación de la universidad con el Estado (bajo cualquier gobierno de Venezuela) ha sido siempre muy tensa, incómoda y más recientemente, traumática.

Y de verdad, que la autonomía nunca ha sido un don concedido generosamente: dicha autonomía le ha costado a la universidad venezolana muchos años de luchas (el 22 de diciembre la UCV cumple 300 años desde que el Rey Felipe V de España, aprobara la elevación del Colegio Seminario de Santa Rosa de Lima hacia el estatus de Real Universidad de Caracas). Y ha sido la lucha de todas las universidades, las de aquí, las de allá y las de más allá.

En estos momentos para nadie es un secreto y casi que aceptado que las universidades son instrumentos del Estado. Por lo que vemos, el Estado está facultado evidentemente para crear y suprimir completamente las universidades o convertirlas en lo que sea, pero lo que no podrá nunca es suprimirlas sin abolir, al mismo tiempo, la vida de las ideas y el movimiento científico más libre.

Y en este conflicto pasajero, para resistir a la acometida, se hace necesario redimensionar el concepto de autonomía, entendida como la construcción de un espacio de libertad para la crítica fundada en la razón. Las universidades, son, en consecuencia, por su misma naturaleza y su función, espacios autorizados para definir en consecuencia sus propias normas de funcionamiento y su mismo destino.

Para Nietzsche, “…tampoco la cultura y la inteligencia deberían subordinarse al Estado. Pues, así el saber se convertiría en un saber burocrático.” El mismo Nietzsche, igual que Schopenhauer, se burlaba de la nominación por el Estado de sus “pensadores libres”. En el siglo XIX, John H. Newman definió la universidad moderna como “un lugar para la comunicación y la circulación del pensamiento en un campo extenso de saberes: “…es la comunidad de estudiantes y profesores que se reúnen para pensar”. Para Jean Paul Sartre: “La universidad está hecha para hombres capaces de dudar”. Para Robert Hutchins: “…es el espacio recogido para meditar los problemas del mundo”. Y casi en el mismo sentido para Karl Jaspers: “…es el recinto sagrado de la razón”.

Pierre Bordieu consideraba que: … “las universidades no eran un aparato sino un campo, un espacio de luchas”; … “un espacio de juego, potencialmente abierto, con fronteras dinámicas”.

Para mí, las universidades no son espacios homogéneos e inmutables sino lugares donde es esencial el conflicto y la diferencia para su vitalidad intelectual y moral que conllevan a formar y solidificar los lideres intelectuales, políticos y académicos del país.

Pero, en general, la Universitas, para serlo esencialmente, debe ser espacio para la libre búsqueda de la verdad desde cualquier visión del mundo. Posibilidad del pensamiento. Pero también y por lo mismo, espacio para la crítica, la emancipación, el pluralismo, el disenso y la discusión argumentada. Precisamente por ser la casa de la razón y el espacio más propio de producción de conocimiento, representa la experiencia democrática más radical y su estructura debe ser la de una sociedad de iguales con autogobierno y cogobierno.

Si esta función crítica y creadora no es ya una contribución social para él gobierno, entonces lo que desean es convertir a las universidades en instituciones de otra naturaleza: oficinas adicionales y autoritarias de gobierno, empresas o institutos de profesionalización en serie que produzcan profesionales como chorizos, simples centros de adiestramiento ideológico o “liceos más grandes”, docencializados. Además de que se confundiría su función y su esencia con la del INCEs o de las Misiones.

La universidad siempre ha estado en crisis, así como siempre ha de ser crítica. Pero no en el sentido de la crisis de aquellos que gustan pescar en las aguas revueltas. Ni la de quienes atacan la inclinación mercantilista del saber en pro de una más lamentable estatización banalizante y sometedora de la misma.

Si revisamos su historia, en la medida en que encarna el principio más caro de la civilización occidental, la universidad es, necesariamente, estado de crisis perpetuo de las necesidades del espíritu. Esta necesidad es crisis porque así es el espacio esencial del pensamiento creador siempre en movimiento y en libertad. Y la verdadera inteligencia es la puesta en duda de las verdades convertidas en dogmas. Ya lo decía Nietzsche, “las verdades están hechas para ser criticadas, no para ser idolatradas”. Por tanto, nada más lejano del control ideológico y la intolerancia.

En el libro: Universidad sin condición, Jacques Derrida va más lejos: “… Dicha universidad exige y se le debería reconocer en principio, además de lo que se denomina la libertad académica, una libertad incondicional de cuestionamiento y de proposición, e incluso, más aún si cabe, el derecho de decir públicamente todo lo que exige una investigación, un saber y un pensamiento de la verdad”.

Por ello, a costa de todo, y aunque la crisis nos carcoma, nunca permitiré que la Universidad Nacional Experimental del Táchira sea convertida en una “institución sin dignidad”: es el legado de mis maestros fundadores.

“Apertura” no significa “Sumisión”; es así que, no hay que confundir, por tanto, la “transmisión del saber” con la “transmisión del poder”. Pues, si bien nunca he estado de acuerdo con permitir la politiquería y la mercantilización del saber, tampoco podré permitir su degradación y su manipulación.

Las universidades libres, abiertas ­o que aspiran serlo, siempre será el riesgo que necesariamente todo gobierno, verdaderamente democrático, tiene que correr, y en el caso que nos atañe, para quien no quiera entender, la UNET nunca será “Sumisa”.

* Rector –UNET

 

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