Y ustedes se preguntarán ¿qué es eso? No es un diagnóstico médico, pero sí comes más harina y grasas como nunca lo habías hecho y si tienes que llevar tu teléfono celular a todos lados o lo dejas prendido en la mesita de noche, sufres de techno stress, como yo. Si durante los fines de semana revisas los correos electrónicos de tu oficina, eres un digital-estresado. Si traes el teléfono pegado a la oreja, como una especie de extraterrestre, no te puedes sacudir del techno stress causado por los últimos inventos.
Hay más señales de este síndrome. Si estás de vacaciones y te pones a revisar tus mensajes de la oficina, eres el prototipo del digital-estresado. Si no puedes calcular el cambio de bolívares a pesos para pagar la gasolina sin tu calculadora celular entonces estás digital-estresado. Si caminas enviando y recibiendo WhatsApp y Twitter en tu teléfono celular, eres la imagen perfecta de un digital-estresado. Y si lo primero que haces cuando aterrizas de un vuelo es prender tu teléfono celular, incluso antes de que abran la puerta del avión, no tienes remedio: estás hundido eres un digital-estresado.
El digital-estresado es la tensión nerviosa producida por la nueva tecnología. Se suponía que la tecnología nos iba a hacer más libres. Pero, por el contrario, nos ha vuelto esclavos de los ‘gadgets’ y de los últimos inventos.
Durante años fui muy feliz sin teléfono celular, fax, bíper (o localizador), internet y computadora. Si alguien me quería encontrar, tenía que llamarme durante el día al trabajo en la U, en la noche a la casa o escribirme una carta y mi buzón 02 de Ipostel-UNET de 15 cm3 se abarrotaba de revistas y correspondencias. Hoy lamentablemente la tecnología ha hecho que ese buzón esté lleno de telarañas. Punto. Y si no contestaba a mis amigos y familiares les quedaba claro que estaba viajando o metido con mis abejas o, sencillamente, no quería contestar.
Hace un poco más de un año estuve contaminado por el virus chino y me aislé por más de un mes y fui feliz aun con miedo, pero luego el virus de la tecnología me infectó poco a poco y ahora estoy totalmente contaminado. Y como dicen en el argot militar cuando alguno de ellos ha ido a la guerra, tras conectarme a la internet, he sufrido terribles «efectos colaterales».
Aunque a lo largo de los años he cambiado de número varias veces, siempre me localiza gente con quien no tengo deseos de comunicarme y vendedores que no tienen deseos de callarse. Mis oídos están digital-estresados.
Y mi correo electrónico y WhatsApp terminan cada día como un gigantesco cementerio: mato más mensajes de los que contesto. A pesar de que borro sin abrir todos los mensajes cuyo origen desconozco, hay empresas creadas con el propósito explícito de hacerme comprar seguros, viajes, calendarios y viagra. Incluso cuando reporto esta basura electrónica a mi proveedor de servicios de internet, el ‘spam’ (o basura electrónica) sigue llegando. Es más, tengo la sospecha que mientras más bloqueo ciertas direcciones, más mensajes me llegan.
Por otra parte, están quienes retwitean sin verificar la información, los que envían Fake news, cadenas milagrosas y las cadenas kilométricas. Todo esto te hace trabajar más de lo normal, y muchas veces, se ha convertido en recibir y contestar e-mails y WhatsApp.
Tengo más arrugas, más canas y más ojeras que cuando no tenía celular, dos líneas telefónicas, tres computadoras, un directorio electrónico, dos direcciones de internet, una página web y decenas de códigos y claves para tener acceso a todos estos juguetitos de esta era.
Soy localizable 1.440 minutos al día, 365 días al año (incluye años bisiestos) y me bombardean más por la internet, e-mail, Twitter, Instagram, WhatsApp, Telegram, Facebook, Pinterest que a los seguidores del Chuqui en la Cota 905 de Caracas. Es decir, vivo mucho más digital-estresado que cuando mi existencia al margen de la tecnología.
Mi vida, tengo que reconocerlo, ha empeorado significativamente desde que empecé a armarme de aparatitos. Sí, estoy en constante contacto con el mundo. Pero la tecnología me ha invadido de manera tal que he perdido parte de mi tiempo y privacidad.
Conozco algunos amigos, en cambio, que viven apaciblemente en la ciudad, que aun cuando tienen un teléfono celular, para localizarlo hay que llamarle en la mañana (sólo de lunes a viernes) o enviarle una carta. Tiene un correo (electrónico) que, sospecho, sólo revisa por pura curiosidad. Y tengo otro amigo, Rigo, que es uno de los pocos seres humanos que conozco que, voluntariamente, se ha resistido a vivir tecnoestresado. Su mirada, les aseguro, proyecta una tranquilidad que no tiene la mía.
A veces, lo admito, me dan ganas de seguir el ejemplo de Rigo y meter todas las maquinitas que tengo en una tina llena de gasolina o destruirlas, una por una, a martillazos. Pero no tengo tiempo; me urge terminar de escribir para enviar este artículo por la internet.
* Profesor universitario
.