Raúl Alberto Casanova-Ostos*
Cambiar, transformar, revolucionar son términos que el hombre ha hecho suyo para su bien y para su mal. En nuestros días Venezuela se halla asediada por gente que incita e insiste en dichas acciones. Sin embargo, en la realización de los asuntos humanos no es fácil organizar y menos aún obtener la transformación que difundimos y ansiamos, y que casi siempre se resume en el cambio económico, cuyos efectos se traducen en producción y creación de riqueza, lo cual exige, a su vez, necesariamente, la educación de quienes son aptos para tal actividad.
Y al referirnos a la educación nombramos insoslayablemente a la Universidad, que es la cumbre institucional del saber, de los valores éticos y culturales, donde se preparan los profesionales y líderes nacionales que prestan servicios de primera magnitud en el complejo ordenamiento social. No es fácil transformar o revolucionar la educación de un país a corto plazo y menos por la sola vía jurídica. Para que ello ocurra se requiere un proceso que integre vertebralmente a los diferentes niveles, desde el preescolar hasta el último escalón del doctorado.
Una auténtica Universidad desde su creación trae consigo el germen permanente de su propia y constante transformación, pues cada nuevo conocimiento, cada teoría, descubrimiento, invención, discusión o idea que fluye de su seno, es precisamente, el motor accionante para su incansable desarrollo y por lógica consecuencia para el de la sociedad en general, pues esta constituye el campo donde aquella debe verter sus productos.
Tal vez la palabra revolución no sea la más adecuada para definir el «constante cambio universitario»; y cualquier reforma a la que se aspire debe enfatizar en la formación integral de los docentes e investigadores y en el responsable y fiel cumplimiento de sus deberes, de tal modo que su total dedicación ejerza, ejemplarmente, una excelente, moralizante y entusiasta preparación, para que éstos, responsablemente se sumen a los cambios y soluciones de los problemas que aquejan a nuestra sociedad.
De ahí que entendemos por transformación universitaria, en primer lugar, el hecho de comprometer y enamorar al cuerpo académico, (alumnos y profesores) para la tarea responsable de estudiar, capacitarse y actuar con manifiesta honestidad frente a la administración de los recursos de la institución.
Estudiar, pensar e imaginar a tiempo integral constituye el compromiso fundamental, pues esto es la clave para enfrentar la globalización y las integraciones internacionales que el futuro nos está anunciando.
La otra transformación viable y necesaria, se refiere al orden administrativo, que, al haber adquirido excesiva importancia, ha incidido negativamente en el cumplimiento de los verdaderos fines universitarios, por lo que se requiere ordenar y limitar la función administrativa para que sirva de soporte a la vida académica y que el Estado derogue la IVCCU, el llamado instructivo ONAPRE y devuelva a las universidades las facultades que le otorga la Constitución de la República y su régimen autonómico.
Con estas ejecutorias elaboraríamos los conocimientos y formaríamos a los profesionales responsables, para que con su acción logren el máximo posible de felicidad social que deseamos.
* Profesor universitario–UNET
SC 19-08-2022