Escribo a mi regreso de Barquisimeto donde asistí a la procesión de la Divina Pastora, tradición que ya cuenta con ciento sesenta y tres años de existencia, que se dice pronto. Gigantesca manifestación de fe popular que nos recuerda que somos un solo pueblo.
La televisión local transmite todo el recorrido de la imagen seguida por cientos de miles hasta la catedral y los canales nacionales muestran a toda Venezuela vistas y comentarios sobre uno de los más importantes eventos del calendario nacional, no sólo por razones de la devoción que lo mueve sino por una significación que alcanza a todos en cuanto demostración de los valores y la cultura de nuestro pueblo. Como tal, merece respeto.
Lamentablemente, la transmisión fue interrumpida por la cadena nacional para el mensaje del jefe del gobierno a la ANC, que viene a ser un símbolo de todo lo contrario de división, de encono, de discriminación.
El episodio deja ver una noción del poder incapaz de comprender la dimensión de su responsabilidad. Gobernar para todos es respetar a todos, empezando por verse a sí mismo el gobernante como servidor de todos. Las medidas anunciadas no son otra cosa que la repetición de aquellas que nos han metido en esta crisis para la cual cualquier adjetivo es sobrante, pero el acto en sí refleja la creencia o la pretensión de hacernos creer, que al pequeño grupo en
el poder lo tiene sin cuidado la percepción en la mayoría de la población venezolana, así como en los actores más relevantes de la comunidad internacional de que ese mandato que se estrena carece de legitimidad.
Menosprecio a la mayoría del pueblo venezolano. Menosprecio a los centros de decisión internacional que pueden ayudarnos. Menosprecio a la Constitución. Es, francamente, demasiada arrogancia.
Y no se puede gobernar así. La soberbia es pésima consejera. El deber es gobernar para todos. Atender sus carencias y padecimientos, abrirle paso a sus oportunidades de progreso. Respetar la Constitución y tener siempre presente que los órganos del Estado están al servicio de todos y no al exclusivo provecho del interés de una cúpula privilegiada. Es un empeño destinado al fracaso y mientras más se tarde el reconocimiento de la dura realidad, más alto será el costo para todos.
La fallida “detención” del Presidente de la Asamblea Nacional Guaidó y las contradicciones oficiales, asoman los tortuosos caminos de la arbitrariedad. De ahí ¿Cómo saldrán?