Especial/DLA Aparece bien acicalada con la sencillez de su humildad. Llega hasta un sofá en la pequeña sala de su vivienda. Ya conoce cada palmo de la casa y se mueve con cierta soltura, a pesar de no poder ver desde hace 8 meses. Junto a su silla hay una Biblia abierta, la que no puede leer. Su madre atenta la deja junto a la visita, es hora de comenzar a narrar lo que llama su pesadilla. A pesar de lo cruel del relato habla con serenidad sorprendente, pero en algunos momentos, y por segundos, se cuelan sin poder evitarlo, lágrimas de dolor.
“Fui tratada de la manera más inhumana en el hospital Central de San Cristóbal. Para mí no hubo oportunidades. Si no tenía cómo poder costearme, no podía ser vista como un ser humano. Aquí yo me doy cuenta de que es verdad, hay médicos de médicos, pero hay médicos que son muy crueles, y a mí me tocaron esos en la parte ginecológica… Fui abusada de una manera cruel, no llegaron a tocarme, pero hasta eso me pasó. Para mí no había nada, ni siquiera puedo decir que me estaban hidratando. Fueron inhumanos en el piso 7 del hospital central”.
Dos objetivos
A Eddy Jazmín Mejía Andrade la vida le cambió por completo tras sufrir una hemorragia uterina por miomas e ingresar al hospital central de San Cristóbal, de donde salió dos semanas después ciega, con una cirugía cráneo encefálica y sin ser operada de los miomas.
Tiene 44 años de edad y confiesa que sus únicos malestares habían sido gastritis, y más reciente, el copioso sangrado uterino, pero su visión solo presentaba la presbicia propia, al pasar los 40.
Se propone narrar lo sucedido persiguiendo dos objetivos, uno, alertar para que a mas nadie lo ocurra lo que ella experimenta; otro objetivo, sensibilizar para lograr apoyo que le permita reunir lo de pagar la cirugía que le devolverá la luz, tras meses en la oscuridad.
Una vida tranquila y de trabajo
“Tengo dos hijos. Un varón de 24 años de edad y una niña de 9 años. Mi vida antes de llegar al hospital central era muy tranquila. A pesar de la pandemia trabajaba mucho. Soy profesional, pero no he trabajado solo en mi profesión, sino en lo que me presenta la vida, porque soy madre soltera y veló por mi hija. El año pasado trabajé muchísimo porque lamentablemente debido a la pandemia perdí mi trabajo en un bufete de abogados y tuve que emprender por mi cuenta con mi hija de nueve años, que es repostera, hacíamos los postres y salíamos por la calle a venderlos. Yo compraba una cosa y la vendía, así vivía”.
A partir de agosto del 2020 a Eddy Mejía presenta abundantes hemorragias, y el 23 de octubre un médico le diagnostica miomas. La trataron con medicamentos y la hemorragia se detiene hasta el 26 de diciembre que reaparece.
“El 3 de enero en la madrugada no se pudo parar la hemorragia y surgieron unos cólicos menstruales terribles. Mi hermano decide, a las 4 de la mañana, que fuéramos al hospital central. Llegando fui atendida, pero desde un principio no hubo la calidad de servicio que uno espera por la parte asistencial”.
En el 7 todo comenzó
“Llegué al área de emergencia y me hicieron subir al piso 7 donde funciona ginecología. Lo que llamamos Sala de Parto. En el tiempo que estuve ahí sufría mucho por los cólicos menstruales sin que pidieran a mi hermano ningún tipo de tratamiento para poder calmar mi dolor o poder parar esa hemorragia tan abundante que tenía. Estando en una de las camillas tuve un aborto de un mioma que medía 4 centímetros, quedaban cinco en mi cuerpo y deciden dejarme hospitalizada porque la hemorragia era muy fuerte. En el momento a mi hermano no le piden nada y lo sacan de Sala de Parto porque un hombre no debe estar ahí”.
De acuerdo a Eddy Mejía, le quitan la ropa que llevaba puesta y le colocan una bata quirúrgica que estaba transparente.
“Me tenían totalmente desnuda y me colocaron una toalla clínica. Me aislaron en una habitación, no había tratamiento para mí, no había comida para mí de ninguna manera”.
El día tres de enero en la mañana, ya en ginecología, Mejía es chequeada por un médico, “el residente de piso me dijo que tenía cáncer de cuello uterino. Sin ninguna piedad me lo dijo. Que tenían que hacerme una biopsia de emergencia para poder ver si era certero porque tenía laceraciones en el cuello uterino y se veía blanco, y todas sabemos que es de color rosado”.
Tras la devastadora noticia del médico, ubican a Eddy Mejía en la camilla ginecológica y le hacen la biopsia. Todo comenzaba a pintarse difícil.
“Durante ese tiempo llegaba un grupo de residentes y me hacían el eco pélvico, volvía y entraba otro grupo y volvía y me lo hacían. Me hicieron seis veces un eco pélvico y ya mi vulva estaba totalmente inflamada de tanto que me estaban maltratando».
«A lo último le dije a uno de los médicos que por favor ya no me maltrataran más, porque estaba cansada de que todos me hicieran lo que me estaban haciendo, que yo no era un estadio de béisbol -discúlpenme la expresión- pero eso fue lo que dije porque estaba cansada de los maltratos”.
“Una banquita era todo lo necesitaba”
“Ese día me llevaron a la habitación. El 3 de enero no recibí comida, no recibí una sábana, ni nada para arroparme. No recibí nada y cuando preguntaba por mi familia, ellos lo que decían era que mi familia no estaba ahí. Mi hijo y mi hermano se enteran de la situación, pero estaban en la parte de abajo porque no les dejaban subir. Estaban esperando que les pidieran algo por mí y cargaban con una cobija, unas sábanas, comida, con todo”.
La toma de la vía endovenosa, es otro padecer que refiere Eddy Mejía. Dice que en su primer día en el hospital le maltrataron los brazos, “en el derecho me hicieron seis pruebas para colocarme la vía, en el otro seis veces más, y nada. Me intentaron poner vías por los pies y las piernas y tampoco, no consiguieron vía para mí, en piso 7”.
Le realizan la biopsia -narra Mejía- Pero ese estudio no era todo, el médico indica que tiene que hacerse una biopsia de endometrio porque estaba inflamado.
“Me llevan a la camilla y me colocan en el cuarto ginecológico. Yo esperaba conseguir dónde apoyarme para poder bajarme de la camilla, lo que hacía era acurrucarme en posición fetal para calmar mi dolor. En ese momento entra un médico y de una manera muy grosera me dice: ´ ¿Qué hace ahí acostada? ´. Le contesto, Doctor lo que pasa es que no me puedo bajar porque esto es muy alto para mí y no tengo cómo poderme bajar. Lo único que necesitaba era el banquito para poderme bajar”.
“Él me contesta que me baje como pueda porque no puede seguir perdiendo tiempo. Me deja sola otra vez, el médico esperaba que me bajara de la camilla y me acostará en la cama ginecológica para hacerme la biopsia, pero con una hemoglobina de 5 y sin comer desde hacía más de 24 horas estaba muy débil”.
Recuerda Eddy Mejía que comenzó a tratar de bajarse de la camilla y se desplaza a la parte de abajo para lograrlo. “Frente a mi tenía un divisor de camas y en el hospital central son de metal. Cuando intento bajar la camilla se me levanta y me pega en la parte de atrás, izquierda. Yo pegué mi cabeza con la parte más dura donde se une con la soldadura los ángulos de los tubos”.
“Mi cabeza del lado derecho pega por primera vez en ese metal y levanta. Cuando empiezo a caer, la camilla cae, vuelve y levanta y me da un segundo golpe en la parte de atrás colocando la frente de nuevo al metal. Caigo completamente al piso. Ahí si hubo médicos y enfermeras que vinieron al escuchar el estruendo del golpe”.
El impacto repetido de la camilla con la humanidad de la paciente, según su narración, hace que el divisor de metal caiga y junto a este los equipos, “todo se cayó en ese cuarto”, relata.
Dice que el médico ingresó a la habitación y la toma de un abrazo. “Obviamente me tenía que preguntar qué pasó. Pero lo que me dijo fue: ´¿Qué está haciendo? ¿Piensa dañar los aparatos que están ahí, se imagina cuánto cuestan estos aparatos? Solo le dije que me había caído”.
El médico le ordena de manera grosera -según Mejía- que suba a la cama ginecológica para hacerle la biopsia, ella permanecía en el piso tras su caída, cuando el galeno le da la orden.
(periodista) – ¿Ellos la levantaron?
– “No. El médico me agarró de un brazo y me dijo: ´párese de ahí´. Y con toda mi voluntad, yo solita me fui a montar en la cama ginecológica porque nadie me ayudó. Estuve consciente, no perdí el conocimiento y vi como el banquito que yo necesitaba estaba al frente de la cama, pero nadie me lo acercó”.
Continúa relatando que al subir a la cama ginecológica el médico le ordena que baje más su cuerpo. “Me intento correr, porque nosotras las mujeres para hacer ese tipo de examen debemos estar bien cerca de la parte baja de la cama. Pero como el doctor ve que no me bajo rápido, me agarra de las piernas y me hala muy fuertemente y mi espalda se quemó con la piel del colchón que es muy gruesa. Todo eso, y al final no me hicieron el examen. Me hicieron fue un eco pélvico. Cuando finaliza, me dice que me levante y que me vaya a la cama. Lo único que hice fue levantar la mirada y no decirle nada. Me fui pegada a la pared temblando. Tenía una hemoglobina en 5 y sin comer. No sé cómo pude llegar al cuarto y me monté sola en la cama y asumí posición fetal”.
Tras unas dos horas de su aparatoso golpe, Eddy Mejía es asaltada por un dolor de cabeza.
“Era un dolor de cabeza increíble. Entra una primera enfermera y le digo que me duele mucho la cabeza, me contesta que es por el golpe. Yo seguía igual, aislada en una habitación. Una segunda enfermera entra un rato después y le digo que me duele mucho la cabeza y le pido que por favor me ayude. No sé cuánto tiempo pasó, ya había caído la noche y no sé de qué manera logra inyectarme algo. Nunca supe qué fue, pero con eso pude dormir toda la noche”.
La oscuridad llegó
“Al otro día me despierta el médico con la visita de ellos. Abro mis ojos y ya no veía. Todo era como una mancha vino tinto, negra. Oía que los médicos hablaban y hablaban y un doctor me pregunta: ´ ¿señora cómo se siente? ´. Le digo, doctor discúlpeme, no lo veo. El médico me dice: ´¿Cómo que usted no me ve? ´. No doctor, yo a usted no lo veo. No me prestan mucha atención y se van”.
Sin repuestas, sin compañía, sin comida, con dolor y sobre todo sin poder ver ,transcurren los minutos más desesperantes en la vida de Eddy.
“Vuelven, ya me había quedado dormida. El doctor pregunta qué cómo me siento. Le digo, a usted no lo veo. Por favor ayúdeme, explíquenme qué me está pasando”.
Sin ver, ni saber
El asunto que llevó a la tachirense al primer centro asistencial de su región ya ocupa un segundo lugar, ante su tragedia personal de no poder ver.
“Salieron. Pasó un rato muy largo y entra una oftalmóloga residente del hospital central, no sé cómo se llama. Me esculpa, me revisa y me pregunta qué veo. Yo le dije, lamentablemente no la veo. Quiero saber qué pasa. Duró como 15 a 20 minutos revisándome, salió y se fue. No me dijo”.
Era cuatro de enero y todavía Eddy Mejía no comía desde que salió de su casa. “Mi familia no había venido porque no dejaban subir a mi hijo, ni a mi hermano”. Afirma que no recibía aún, tratamiento para subir los niveles de hemoglobina que tenía un registro de 5.
“En ese momento, creo que eran como las cuatro de la mañana, me bajaron al área de oftalmología. Cuando me meten al consultorio me hacen una serie de exámenes, un eco de ojo, me colocaron un aparato, me dilataron la pupila. Todas esas cosas. Me llevan en silla de ruedas y cuando abren la puerta entra mi hijo mayor. Recuerdo que había un médico varón, una mujer, mi hijo y yo”.
Se conoce un diagnóstico esa madrugada de la posible ceguera repentina que asalta a Mejía.
“Le dicen a mi hijo que tengo hemorragia vítreo bilateral, desprendimiento de retina bilateral y desprendimiento de córnea del ojo derecho. Mi hijo no entendió nada y yo muchísimo menos. Yo tengo los informes médicos donde dan ese diagnóstico, fue el informe que me entregaron porque lamentablemente en el área ginecológica no me quisieron entregar el informe”.
Tras el examen oftalmológico es retornada al piso 7. Una persona conocida de la cuñada de Mejía y trabajadora del piso 7, le pide que se presente en el hospital porque a su familiar “la estaban matando”.
“Eso fue lo que ella le dijo. Y le explica en la llamada que en el informe médico decía que yo había tenido un ACV (accidente cerebro vascular) y que tuve una hemorragia cerebral. Y Jamás en mi vida he sido una persona hipertensa, jamás he tenido ningún problema de salud, escasamente he sufrido de gastritis y el problema ginecológico que de un momento a otro se presentó”.
El piyama y el desnudo
“El 5 de enero comienzan el movimiento mío en el hospital central. Me tenían en piso 7 y me llevan al piso 6, que es el área de neurología. En el piso 6 no me quisieron recibir porque en el área ginecológica no me hicieron un informe de por qué me estaban llevando. Me devolvieron al piso 7. Luego, vuelven y me sacan para neurología y una doctora me manda a hacer una tomografía”, es lo que recuerda Eddy Mejía de su tercer día en el hospital central de San Cristóbal.
Para la tomografía es movilizada en una ambulancia de los Bomberos hasta la Policlínica Táchira, centro privado, donde le practican el estudio.
Recuerda Mejía, como un episodio denigrante, que seguía casi desnuda con el harapo quirúrgico que vestía desde hacía tres días. A su hijo le dijeron que su madre estaba desnuda y carga con el piyama en su brazo para cuando se presente la oportunidad de poder vestirla. “Mi cuñada al verme así en el ascensor, me pone la bata de piyama encima de lo que cargaba”.
“Es solo un hematoma”
“Los médicos se reúnen con mi hijo y mi cuñada. La residente les dice que yo no tenía ningún tipo de problema, solo un hematoma, un coágulo en la cabeza que se podía ir disipando al año, que no había problemas, pero que en ese año no me garantizaba mi salud mental. En ese tiempo yo iba a retroceder, iba a perder la memoria totalmente. Y sería gracias a ellos, porque no querían tomar el caso, ni hacerse responsables de lo que yo estaba viviendo”.
Tras la fatídica noticia del deterioro que amenazaba la vida de Eddy Mejía, de acuerdo a lo descrito por la galena residente, aparece en escena una neurocirujana, “ella toma la tomografía y la revisa. Le dice a mi cuñada que no hay ningún daño cerebral por una ACV, que ahí claramente decía que lo mío fue, por un golpe con algo contundente. Ella le dijo a mi familia que lamentablemente ellos no me podían operar hasta que yo no fuese valorada de mis ojos por una consulta externa de un retinólogo”.
La cuñada de Eddy clama piedad y le dice a la doctora que no podía aceptar que su familiar quedara sin visión y no hacer nada. Revela Mejía que su pariente se quejó del servicio, les hizo saber que ella había ido por unos miomas y tenía otras patologías.
– (periodista) ¿Y el asunto ginecológico por el que usted ingresó estaba siendo atendido?
– “Ellos de lo ginecológico como que se desentendieron. Me estuvieron colocando vitamina K para parar la hemorragia y efectivamente empezó a parar la hemorragia. Pero yo empecé a ser paciente de neurocirugía».
Narra que cuando la doctora Jiménez toma el caso, le señala que después que la vea el retinólogo procederán. «Desde el día 5 de enero que llego a neurología, hasta el 9 de enero yo esperaba que tomaran una decisión”.
El 9 de enero se consigue la consulta externa con el doctor Pedro Pablo Morales, el retinólogo.
Recuerda Eddy Mejía que fue la primera persona que la vio y le explicó lo que pasaba, antes de eso ningún médico le había dicho la causa de su pérdida de visión.
“Dijo que no podía hacer nada hasta tanto no me hicieran la operación cráneo encefálica porque ahí se iba a presentar -seguramente- una segunda hemorragia, al momento en que me sacaran el hematoma bajaría sangre a los ojos. Efectivamente fue así”.
La cirugía ya estaba propuesta y su familia corrió a buscar dinero para comprar todo lo exigido en el hospital central de San Cristóbal para proceder.
“Mi familia tuvo que comprar todo, hasta el jabón con el que tenían que limpiar el quirófano. No asumieron nada”, rememora Mejía.
“Y con toda esa expectativa el día 11 de enero me informan que no sería operada porque una médica neurólogo del hospital, -en la visita médica- expuso que mi operación no era importante, que yo podía esperar. Cuando ya la otra doctora tenía a toda mi familia lista con el equipo para operarme. Esa doctora dijo que yo no era prioridad. Pero mi neurocirujana pasó por encima”.
La doctora Jiménez, según expresa Eddy Mejía, le da indicaciones a su familia y la llevan al quirófano. “Y así fue mi operación. Ella, la neurocirujana, pasó por encima de todos”.
“Cuando abren mi cráneo salió un chorro de sangre, me dijeron. El hematoma me estaba presionando mucho el cerebro. Mi hematoma tuvo 4 centímetros de profundidad por 3 de espesor, era muy grande. Gracias a Dios cuando la Dra., me lleva a observación dice que todo salió muy bien. Yo me aferré tanto a la vida, me aferré a esta oportunidad que Dios me regaló –llanto- y lo único que pedía a Dios era volver a salir de allí, porque yo quería estar cerca de mi hija”.
“Solamente Dios y yo sabemos lo que he sufrido con todo esto… Es la peor experiencia en mi vida».
“Nos miraba las partes íntimas”
Son tan asombrosas las experiencias ingratas que narra Eddy Mejía durante su estadía en el Hospital Central de San Cristóbal, como la visita de un enfermo mental que allanó su morada, intimidándola.
“Alguien le daba el uniforme y el carnet y ese señor. Duró tres días entrando a la habitación donde yo estaba y me levantaba la bata, me subía las piernas, me levantaba la cobija y empezaba a mirar mis partes íntimas. Era un médico que tenía trastornos mentales, lo tenían en UPA. No sé cómo llegaba ahí, no solo a mi habitación, a todas las mujeres nos miraba las partes íntimas. Cuando le pregunto a la enfermera quién era ese médico que llegaba a las 5 de la mañana, ella decía que no sabía».
Al señor lo agarraron en el piso 9- detalla Mejía- que en esa área estaban funcionarios de seguridad del Estado. «Lo agarraron porque estaba haciendo lo mismo con una muchacha, pero a ella si la estaba tocando, y le dieron unos golpes”.
No la atendieron en dirección
Otro episodio lo protagoniza la cuñada de Eddy Mejía, dice que su familiar armó un escándalo con una pancarta en la entrada del hospital central, porque fue tres veces buscando hablar con el director y la secretaria le decía que no estaba.
“Ella gritaba, para que la oyera el director. Decía que no estaba pidiendo nada, que quería era decirle lo que estaba pasando. Que me estaban matando. Pero él no quiso recibirla jamás”.
El 31 de marzo, ya fuera del hospital y tras dos meses y medio de esfuerzos de su familia reúne el dinero y a Eddy Mejía le es practicada una histerectomía en una clínica privada, le extraen 5 miomas de su útero, que a raíz de lo vivido se desarrollaban de una manera voraz, señala.
“Destruyeron y desfiguraron las trompas, el cuello uterino estaba desfigurado y sabe qué es terrible, que el jefe de ginecología del hospital central, el día que me iban a dar de alta, me da un golpecito en mi brazo derecho y me dice: ´tranquila señora Eddy, pase todo esto, cúrese de sus ojos y cuando esté bien, yo la meto en la lista y le consigo la operación de la histerectomía. Le contesté: ¿doctor y usted cree que después de todo lo que yo viví en su área, a mí me van a quedar ganas de venir a operarme aquí?”.
“Me tiraron con un animal en una habitación. Me pusieron un trapo todo negro y cochino para que yo no manchara la cama y con ese trapo, al menos me tapaba mis partes íntimas, porque me daba vergüenza que unos muchachitos me estuvieran viendo a cada rato. He hice la doble hemorragia en mis ojos. Desde el tres de enero que empezó mi episodio, hoy 8 meses después, no he logrado recuperar mi visión”, dice cerrando su historia.
Ayuda para volver a ver
Eddy Mejía tiene esperanza de volver a ver, necesita practicarse una cirugía ocular denominada vitreotomía. Ameritan abrir la zona de sus ojos para extraer la gelatina que contiene, donde le explicaron que descansan las conchas de sangre que quedaron alojadas en el área tras el golpe.
“Si efectivamente está el desprendimiento de retina, tienen que colocarme un silicón que dura 8 meses en mis ojos, después deben volverme a operar y pagar esa otra operación, para extraerme el silicón de mis ojos. Me van a colocar lentes intraoculares. El doctor no garantiza que vuelva a ver un ciento por ciento de mi visión anterior”.
El costo de la cirugía que podría devolverle la visión a Mejía está entre 4 mil 800 y 8 mil dólares.
Ella menciona que ha tocado todas las puertas internacionales y nacionales de las que ha podido tener información buscando apoyo, pero sigue sin lograrlo.
El oftalmólogo que retomó hasta me refirió a un psiquiatra por todo lo que había vivido. Y le doy gracias por ese doctor, Pedro Pablo Morales, porque me ha devuelto la esperanza”.
El oftalmólogo le advierte que el buen estado de su visión no está garantizado, que la cirugía se hará en el tiempo en que tenga el dinero, señala.
Mientras eso sucede sigue aferrada a Dios, confía a plenitud que su milagro se dará y volverá la luz a sus ojos, a su vida y comenzará ese nuevo capítulo de su existir, marcado por la experiencia que hoy la pone frente a la prensa, a la que agradece permitirle expresar su padecer y su llamado de auxilio.