En nuestros pueblos andinos, hay personas que vemos a diario en las calles, mostrando sus productos y desarrollando su actividad comercial; son de espontánea conversación, que nos regocijan contando cómo y con qué los elaboran y además, relatando sus anécdotas, chistes y ocurrencias, su propia historia de vida. Son seres sencillos, cuyo oficio, cotidianidad, costumbres y espiritualidad, identifican lo que llamamos cultura local. Son personajes populares. Uno de ellos, es Francisco Moreno, el picantero de El Molino.
Recuerda que siendo muy niño, en su pueblo natal Jajó, le llamaba la atención el respeto y autoridad que daban los señores de uniforme, tanto militares como los funcionarios policiales. Siempre veía por las calles del histórico y rebelde Jajó, uniformados, con botas negras y brillantes, engorrados, transitándolas caminando o andando en bestias o en vehículos. En los actos en la plaza, disfrutaba de los desfiles, y de la parada castrense, así se le fue metiendo la idea de querer ser militar. En efecto, adolescente abrazó la carrera de las armas.
Su ajicero de alto rango
Al ofrecerme en venta uno de sus atractivos frascos, le hablé del ajicero indígena de “cuatro fieras del páramo en armonía”, de mi “Nona” Guadalupe de Rivas, y le comenté lo de los trucos de Adriano González León, aquel del frasco bocón de caramelos, los usados en las bodegas, para que se vieran más apetitoso los coroticos e <<imprescindible la tapa de corcho o madera para evitar la oxidación>>; asimismo, para el cuido de esta exquisitez <<aunque se traicione la memoria ancestral trujillana, manténgase refrigerado>>, que según el escritor valerano y amante del ají, <<el tiempo ennoblece y le da la categoría de inmemorial>> (Adriano y su ajicero trujillano. En: historiasdesobremesa.wordpress.com), hermosa forma de describir el origen Timoto.
Mientras abre un frasco sobre el mostrador del negocio de Chinto Peñaloza, en La Puerta, para que perciba el aroma, Francisco me va diciendo: <<esto es de alto rango. Le echo verduras nuevas, frescas, vainitas, zanahoria, chayota, diablito y maguey, todo bien seleccionado>> (Conversación con Francisco Moreno. La Puerta. 9-11-2024), ingredientes que se pueden ver a través del frasco. Específica que, <<El maguey tiene que ser el de la mata de cocuiza, que llaman «cabuya», es diferente al otro. Le echo ramas, ajo, cebolla, perejil, el cilantro fraile>>, hizo hincapié en que el cilantro debe ser «fraile». Puedo dar fe, que el aspecto más que atrayente, es hechicero y su aroma exquisito.
Vendedor sin apuros, continúa explicando: <<Hasta un año puede durar este picante, porque está preparado con buenos ingredientes y cuidado. Este picante lo hago con yogurt sabroso que se lo compro a una señora colombiana en la avenida 16 de Valera>>; este ingrediente, mejora la culinaria tradicional y hasta el mestizaje.
Para su cremosidad, nos dijo: <<también le echo suero de Monay, que es muy cremoso y ahí también compro el chirere «pajarito», ese que no tiene pepa, que es el más sabroso y es lo que hace diferente y sabroso este picante>>, son sus palabras.
La lenta elaboración casera
Como si emulara el proceso, que dictó González León en su <<Código para un buen ají trujillano o manera de mejorar una madre>>, fue dando pautas. Cuando le pregunté cuántos produce a la semana, respondió: <<Así como lo ve en estos frascos, sacar este ají, lleva muchos días de preparación, un mes. Le puedo decir que de ese mes, 8 días son de puro aliño, es decir, de echarle paleta de madera a la preparación, para que quede como usted lo está viendo. Sí, esto es puro puro, de chirerito pajarito>>, esto lo dijo con mucho entusiasmo.
La historia del picantero
La historia de Francisco Moreno el picantero, se inició en Jajó el 9 de marzo de 1956, su padre Francisco Briceño, trabajó en el Ministerio de Agricultura y Cría, muchos años y su madre Rita Moreno (nombre de artista de Hollywood), dedicada a levantar la familia, cuidar los hijos y atender la casa. Tuvo 11 hermanos (Conversación citada). Hizo sus estudios en la Escuela Pbro. Nicolás Matheus, que queda a dos cuadras de la plaza de Jajó, subiendo, al culminar aquí, empezó a buscar nuevos derroteros.
Desde niño, le llamó la atención lo militar, el orden, la autoridad, y a los 16 años su mamá le tuvo que dar permiso para entrar a la escuela militar. Estuvo 7 años en la Guardia Nacional, en Copa de Oro, eso queda en el Táchira. Hizo su curso militar en la Escuela de Cordero, San Cristóbal. Sirvió en el Cuartel Delicias Ricaurte N° 11. Francisco con su esposa María Emiliana Espinoza, procrearon 14 hijos. Ella falleció.
Al salir de la Guardia Nacional, se vino a Trujillo y trabajó en la Línea de Transporte la 48, en Valera, <<porque yo había aprendido a manejar en el cuartel, manejé busetas entre ella una Titán de Argenis Carreño. Luego trabajé manejando una gandola en la Avícola Mi Pollo, allá en Santa Isabel, ahí estuve 9 años y finalmente en la Alcaldía de Valera, donde trabajé 20 años y salí jubilado en el 2008>> (Conversación citada).
Para el picante tiene que ser hecho por una sola mano
En su amena conversación, dijo: <<Mientras estuve en San Cristóbal, hice cursos de preparación de ponches, comidas y uno, que no pensé me iba a servir en el futuro: el de hacer picante>>, que es su actual actividad económica.
Vive en El Molino, cerca de La Puerta, y en la cocina que está al final de su casa, es donde produce sus exquisitos sabroseadores andinos, entre ellos el famoso picante de Francisco Moreno. Al despedirse, repitió su frase «para el picante tiene que ser hecho por una sola mano», que lo elabore una sola persona. Lo vende en envases de 250 gramos, medio kilo, un kilo y el galón de 4 kg. Lo comí y para mí paladar, es muy bueno.