Iban a ser las diez de la mañana cuando Horacio escuchó que tocaban a la puerta, era el cartero con un telegrama en la mano. Horacio lo tomó y entró de nuevo… Leyó el texto de pocas líneas y se quedó por un instante sin voluntad de movimiento -luego- volteó y miró la maleta sobre la cama a medio terminar y no pudo evitar sonreír y como si la maleta entendiera, apuntándola con un dedo, dijo en voz alta -te lo dije- ! «Los presentimientos no se piensan, se sienten»… Terminó de hacerla y en cuestión de minutos estaba emprendiendo el viaje de cuatro horas y media hasta Monte Carmelo.
Cerca de las dos de la tarde de aquel viernes, comenzó a ver del lado izquierdo de la Carretera Panamericana, las montañas de Trujillo que se encuentran con las montañas de Mérida, pasando por los pueblos de Sabana de Mendoza y Arapuey. Entonces le pareció verse sentado en el asiento de atrás del Ford del 48 y Manuel -su papá- al volante indicándole los diferentes nombres de cada lugar por donde iban pasando y cuando comenzó a desviarse hacia Monte Carmelo, su papá se detuvo brevemente a la orilla del camino y puso el brazo derecho por sobre el espaldar del asiento, tratando de mirarle a la cara -lo que quería decir que era algo importante- «oye Horacio, por ningún motivo le vayas a preguntar a mi mamá, nada que tenga que ver ni con la laguna, ni con mi papá, tan solo atiende bien a lo que ella te diga o comente»… ¿entendiste?.. Y como si todo estuviera bien claro, continuó el trayecto -ahora- con los nombres de los diferentes árboles de la floresta que rodea al pueblo; estos son; Algarrobos, Cedros, Guamas y Bucares, se encargan de brindarle sombra a los cafetales y evitan también que las lluvias fuertes y la brisa le tumbe las flores.
Absorbido en sus recuerdos de cuando vino por vez primera por estos parajes y sin darse cuenta, había atravesado Monte Carmelo y se dirigía por la carretera engranzonada, hacia «La hacienda de la laguna» ahora se percataba de lo poco que faltaba para volver a ver a la hacedora de su futuro, a la mujer que significaba casi todo en su vida, su abuela Graciela, la madre de su padrastro Manuel.
La había conocido, en ese, su primer viaje, cuando él contaba con once años… y año y medio desde que Manuel -comenzara- a ser su papá. Horacio y su mamá habían vivido solos «toda su vida» hasta que ella conoció a Manuel, al poco tiempo se pusieron a vivir juntos… Manuel, era muy respetuoso y afectivo con él y su mamá… Entonces y sin pensarlo… comenzó a llamarle papá, esto a Manuel le agradaba mucho… Un día su mamá enfermó de repente y tras veintisiete días en el hospital, falleció producto de una afección hepática severa. Ambos quedarían compartiendo el desequilibrio y la dolorosa pena de su ausencia. Entonces, Manuel decidió retomar las riendas de la hacienda de sus padres y descargar de estas labores a Graciela, además de traer con él a Horacio a conocer a «la abuela, que Dios le había regalado para toda la vida» como le dijera en una carta que una vez le enviara desde la universidad.
Cuando Graciela les vio bajar del carro, los abrazó a ambos con ternura y abrazados se fueron hasta que pasaron a la casa, una vez adentro les sirvió una taza de atol de maicena caliente y paledonias cortadas, en un plato… Luego de comer salieron al corredor y se sentaron en los sillones con asientos de cuero. Cuando Horacio se sentó, ella le tomó de un brazo, suavemente y lo atrajo hacia ella y con voz muy suave le preguntó; “¿Cómo te va en la escuela?.. Manuel me cuenta que eres muy inteligente y aplicado. Me gusta estudiar y aprender, pero la escuela no me gusta…-dijo- Me ponen motes y me llaman «niño quijote» también me dicen, «piano roto» todo pasa desde que otros niños me vieran sin camisa, en el baño de la escuela.
Manuel le habría contado a Graciela que Horacio había nacido con una afección torácica cóncava y en oportunidades se le dificultaba respirar bien…
No te preocupes -dijo Graciela- con tu esfuerzo y mi ayuda, vas a hacer de ti, un piano nuevo, viajarás y conocerás más gente que el quijote…
Entonces rieron y olvidaron la tristeza de los niños quijotes y de los pianos rotos.
En un momento de la tertulia, Horacio pudo ver desde donde estaba sentado, la laguna y las dos cruces. Estaban como a cuarenta metros desde la casa, más abajo de un terreno levemente inclinado y cubierto de yerbas menudas y florecitas del monte…
Le pareció como un vidrio grande caído en el suelo… Simuladamente volteó y miró a Manuel y mentalmente se repitió; «nada que tenga que ver ni con la laguna ni con mi papá»… ¿entendiste?.. Si papá, entendí…
Cuando se fue la tarde, la penumbra se coló entre los cafetales, la laguna no se vio más… «el vidrio grande sobre el suelo, se lo había tragado la noche». Fue entonces cuando Horacio vio por primera vez los cocuyos o luciérnagas iluminando la noche… Graciela le dij:; Son góticas de luz que Dios envía para que los angelitos que están en la oscuridad puedan iluminar su entorno y no tengan miedo.
En los siguientes nueve años, Horacio vivirá entre el Colegio San Benito de Palermo, semi internado para varones y en la hacienda, con la abuela Graciela y Manuel su papá.
Practica a diario caminatas y con regularidad bebe infusiones de malojillo y toronjil y tres veces por semana una cucharada de miel de abejas con un diente de ajo trozado. Cuando cumplió los quince años, comenzó a practicar tensión dinámica. Siguiendo los métodos de unas revistas de Charles Atlas que habían pertenecido a su abuelo Melquiades de quien su abuela decía que -tenía una figura muy atlética- «Gracias al italiano Charles Atlas», porque Charles Atlas es italiano, repetía.
Luego vendrían los estudios en la Escuela de Medicina de la ULA. Después un Doctorado en fisioterapia y su posterior nombramiento como Profesor de Cátedra en la misma Universidad.
En todos y cada uno de sus logros, él consideraba que estaba la mano de Graciela.. «Debes fijarte una meta para todo lo que te propongas alcanzar en la vida» «Una vez que tengas las metas definidas, vas a descubrir también, la manera de alcanzarlas». «No permitas que tu vida transcurra sin una meta y un propósito».
«Nunca dejes que un presentimiento o premonición se aleje, sin haberle dado importancia» «Dios nos habla directo al corazón y a la razón y sin sonido alguno».
«Mantén siempre, tu mente y tu cuerpo saludables, no contamines a ninguno de los dos» (esta especie de principios los puso junto a sus cosas personales una vez que ingresara al Colegio para varones, semi internado San Benito de Palermo).
Entre el pueblo de Monte Carmelo y la hacienda de la laguna, Horacio había resumido su vida transcurrida en los últimos veintisiete años.
Después de almorzar y tomar café dos veces, Graciela salir al corredor, se sentó y luego cogió un cojín y se lo puso a manera de almohada detrás de la cabeza. Estuvo muy atenta mirando el tráfico entre la carretera y la entrada a Monte Carmelo, desde ese punto de la casa se divisaba buena parte de la Panamericana y un poco más al lado izquierdo se podía ver El Puerto de La Ceiba y el Lago de Maracaibo.
Luego de un rato, se levantó y dijo; «El café está floreado desde hace tres días, voy a cortar mis florecitas de café». Tenía por costumbre cortar tres ramitas de café con sus flores y ponerlas en una vasija de barro y a manera de florero colocarlo en una esquina del pretil…Decía que por esta poda, el resto de las flores darían mejores frutos.
Las dos cruces de bambú que flotaban en las aguas de la laguna, semejaban un extraño rito dentro de un cafetal…
Pensando en voz alta, mientras miraba la laguna -dijo- Debo estar preparada, porque pensaba que no volvería a hablar de «aquello» nunca más.
Poco a poco fue dejando caer la cabeza sobre uno de los cojines y sin querer evitarlo se durmió por un largo rato…
Allí estaba de nuevo aquel sueño que con frecuencia tenía… Soñaba con unas luciérnagas que alumbraban por debajo del agua y en el fango de la laguna.!
Sobresaltada, despertó al sentir el sonido de un carro subiendo la cuesta hacia la casa…
Como pudo se levantó, arregló ligeramente su cabello, acomodó los cojines y se asoma a ver hacia el lado de la «subida» y pudo comprobar que era el carro de Horacio.
Bajó las escaleras que daban hacia los patios de tender café y desde allí gritó a Manuel que estaba en el cafetal, subió otras gradas que dan hacia el cobertizo donde se guardan los canastos, los tractores y las herramientas de los peones. Se le notaba la dificultad para desplazarse pero hacía todo lo posible por lucir fuerte…
En el instante que Horacio estacionaba, Graciela salió por el portón y como siempre se abrazaron y Horacio le dio un beso en la frente y le acarició su cabellera de plata y destellos de azabache.
Entraron a la casa luego de esperar por Manuel, quien salió del cafetal emocionado por saber que su hijo había llegado… Comieron, tomaron café y hablaron por horas, como a las diez Manuel dijo sentir cansancio y dolores en «las coyonturas» y se retiraba a dormir. Papá -dijo Horacio- traje la inyección que te prometí, mañana te la pongo…
Está bien! que descanses, hasta mañana !
Esa mañana, cuando despuntó el sol por entre la arboleda, el cafetal florido y cubierto de roció parecía un velo de novia. Graciela y Horacio habían pasado la noche conversando y tomando café… Ella había decidido pasar la noche en vela -porque-«tenía un temor extraño», desde hace días siento «algo muy raro que no se cómo explicar» «como un presentimiento que me dice que debía permanecer despierta»… No deberías pensar en esas cosas -dijo Horacio- Hijo, los presentimientos no se piensan… Son, como si Dios o un ser divino nos dijera las cosas que están por suceder…
Cuando me vaya de viaje, no llevaré, más equipaje que las cosas sencillas y bellas que Dios me ha regalado con esta maravillosa vida…Porque la vida es un regalo de Dios…
Se quedó mirando hacia la laguna, se persignó y recitó su oración; «Señor Dios que estás en el cielo en mi casa y en las aguas de la laguna, hágase tu voluntad, amén»…
Horacio le tomó del brazo para ayudarle a sentar y él se quedó de pie por la parte atrás del sillón y le colocó bajo la nuca un cojín, como a ella le gustaba hacerlo…
Ese día quisiera mirar, como ahora, el cafetal florido -continuó-
Entonces, tu cerrarás mis párpados y será de tus manos, el último contacto que sentirán mis ojos… Horacio le acariciaba la cabeza, parecía que así distraía la tristeza que el momento le causaba.
Él trató entonces de decir algo que quería saber desde hacía mucho. Cuando Graciela tomando una profunda inspiración, aclaró su garganta y dijo: «Sé muy bien que crees oportuno saber la historia de las dos cruces que flotan en la laguna. Agradezco que nunca lo hayas mencionado.»
Luego de un breve silencio, continuó.. Cuando sucedió «aquello» Yo estaba en la cocina de la casa, ese día vendrían desde Monte Carmelo varios amigos a pasar el día con nosotros, era domingo y no había peones en la casa ni en los cafetales, había neblina y hacía algo de frío-me provocó- tomar chocolate caliente y me dispuse a hacer cacao de panela con anís y maicena… Entonces me asomé por la ventana que da por ese lado de la casa y le dije a Melquiades, voy hacer un poco de chocolate! me miró y asintió con la cabeza… Nuestra hija Elena jugaba algo retirada de la laguna, al rato sentí como si arrastraran algo metálico, de nuevo miré por la ventana y era Melquiades quien acomodaba una pieza de la lavadora de café, miré hacia la laguna y la niña seguía jugando en el mismo lugar.
No supe del tiempo transcurrido entonces, porque me centré en evitar que el chocolate hirviera y se derramara en el fogón. Ya no volví a ver por la ventana hasta que estuvo y retiré la olla del fuego…
Fue entonces que sentí el sonido de un carro subiendo por la cuesta y pensé -ya vienen llegando- me asomé para decirle a Melquiades… Cuando un presentimiento recorrió por mi cuerpo. Lo vi correr y saltar hacia las aguas y zambullirse. Mis manos se aferraron al marco de la ventana y mis uñas sangraban al romperse desde la piel que las sostienen, mi cuerpo de piedra se hizo y no pude moverme , no pude hablar, no recuerdo si acaso podía pensar, quizá no… Melquiades salió dos veces para tomar aire y volver a hundirse de nuevo, tardó mucho en volver a salir una vez más, cuando al fin lo hizo -fue- para buscar mis ojos y mis ojos nublados le encontraron también… Me miró por última vez y yo le miré para siempre… Y regresó al fondo!
Elena nuestra hija de apenas cinco años había caído a las aguas de la laguna y sus ropitas se habrían enredado en algunas ramas en el fondo del lodo, cuando Melquiades la pudo hallar era muy tarde, intentó inútilmente sacarla a flote y al no poder hacerlo… «Ella abrazó muy fuerte, para que ella no estuviera sola» porque él sabía que Elena le tenía miedo a la oscuridad. Fue eso lo que Melquiades me dijo con aquella mirada, la última vez que salió del fondo!
Cuando vinieron las autoridades y después de varias horas de vanos intentos lograron rescatar «un solo cuerpo»…
Melquiades le había abrazado con tanta fuerza que fue en la medicatura donde pudieron separarlos…
Aquellas aguas a veces cristalinas y otras de verde esmeraldas que desnudan su brillo, allí moran mis recuerdos más tristes porque en su fondo se ocultaba la desgracia y acechaba la muerte. Ahora están mezcladas con las últimas lágrimas de Elena y Melquiades por eso a veces con el sol, se reflejan como punticas de diamantes !
Luego comenzó a recitar su oración; «Señor Dios que estás en el cielo, en mi… -no dijo más- Horacio continuó…»en mi casa y en las aguas de la laguna, hágase tu voluntad, amén»
No pudo contener las lágrimas que cayeron sobre aquella «cabellera de plata y destellos de azabache» y como siempre lo hiciera, le frotó su cabeza y fue cuando sin pensarlo, fue tejiendo grandes trenzas de cabello y las entrelazó en la parte alta de la cabeza, cogió las ramitas de florecitas de café y las usó a manera de ganchos sujetando hermosamente aquel moño de Venus!
Tembloroso y muy triste, cerró lentamente sus párpados «porque sería el roce de sus manos, lo último que sentirían sus ojos».
Al volver a su casa, luego de los funerales, Horacio vio sobre la cama el telegrama que había recibido entonces… Lo tomó y leyó de nuevo; «Horacio, hoy amaneció florido el cafetal, presiento que el próximo año no cortaré las florecitas de café», Graciela.