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Bienaventurado el que no se condena a sí mismo en lo que aprueba. (Romanos 14:22)
¿Ha mirado usted hacia atrás alguna vez a algo que ha dicho o ha hecho y se ha odiado a sí mismo por haberlo hecho? Es nuestra conciencia que nos condena. En otras palabras, sin tener en cuenta las justificaciones que podríamos tener, o cuanta gente lo hacía también, para nosotros personalmente estaba incorrecto. Es la diferencia entre un inconverso, quien sale una tarde y se emborracha, y un cristiano que hace la misma cosa.
El inconverso se levanta a la mañana siguiente con dolor de cabeza, y dice que «¡Fue un buen momento!» Entonces comienza a planear las actividades de la próxima noche. El cristiano se despierta con una resaca igual, sin embargo cae de rodillas y clama a Dios, «Perdóname Señor. ¡Me odio – no quiero hacer eso nunca más!» Él confiesa sus pecados a Dios.
¿Recuerde la parábola del Hijo Pródigo en Lucas 15:11-32 Él también se encontró en una posición que no disfrutó. Sin embargo no hay ninguna constancia de su vuelta al chiquero. No le gustó eso allí – es la diferencia entre un creyente y un incrédulo.
La traducción de la Reina Valera de 1865 en nuestro pasaje de hoy dice: «Bienaventurado el que no se condena a sí mismo con lo que aprueba.»En otras palabras,»¡No hagas las cosas que sabes que no deberías y serás aun más feliz!
¿Se siente usted un poco infeliz hoy? ¿Ha estado usted decayendo en si mismo debido al pecado que sigue repitiendo? ¿No parece como si mientras más duros somos con nosotros mismos (y peor nos sentimos), más susceptibles nos hacemos al siguiente tropezón? Es una ley espiritual en marcha: La Condena no lleva a la justicia – sólo el perdón. El perdón de Dios tiene el poder de redimir. ¿Le buscará usted ahora?
Fuente: Liga del Testamento
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