Nadie mejor que el poeta Antonio Pérez Carmona para describir en su particular estilo y pluma pasionaria, todo lo relativo a la vida rebelde de un hombre que marcó pauta e hizo de la politica una verdadera razón por la
lucha social.
Salido de las filas de URD, el “catire” boconés”, el periodista, el hombre de buena tarima política, Fabricio Ojeda, al sentirse defraudado por las oscuras componendas que obserbava a su alrededor, no tuvo reparos en renunciar a su investidura parlamentaria y a su condición como periodista, cambiando el micrófono del cuerpo legislativo caraqueño y su impecable máquina de escribir por un viejo fusil, con el cual salió raudo y veloz a sus montañas trujillanas a combatir las infamias y los maltratos a un pueblo humilde por el cual dio su vida.
En su narrativa sobre la “misión guerillera” de este verdadero mártir de la democracia, Carmona expresa lo siguiente: “En el vasto territorio de exuberantes bosques, breñas, desfiladeros, ríos, galerías de árboles y cuevas, donde se escuchaba el bramar del viento, “El Catire” estableció su campamento, tornándolo luego portátil, frente a los ametrallamientos de la aviación.
Conocía como la palma de su mano las intrincadas y copiosas montañas de su tierra natal, pues desde adolescente estaba ligado a ese paisaje y al río, éste último cuya leyenda decía que caminaba como el Diablo, hacia atrás, empujado por el azogue.
Allí, en ese universo vegetal, se había embriagado de las múltiples maravillas que deparaban las flores silvestres y las fascinantes aves, pero ahora saltaba por sobre los troncos, abriéndose paso entre la tupidación
para sorprender al enemigo.
Aquí, la neblina y el umbroso bosque se estremecían por las cargas de la metralla y el estrépito del FAL.
En una de las incursiones en el área de las tropas oficiales “El Catire” descubrió en un prado, al pie de una colina, el cuerpo de un joven campesino, destrozado, agujereado como una zaranda por el plomo, bañado de sangre, rondado por los zamuros y las moscas, que lo vestían de luto. Era el muchacho sordomudo Adelino, quien pasteaba una vaca, y al, naturalmente, no defenderse ni alzarle los brazos a los soldados y oficiales,
recibió la torrencial lluvia de las metralletas. “El Catire” derramó sus lágrimas ante acto tan horrible y cruel.
En el sitio Los Volcanes-continúa Carmona- tuvo un encuentro con una patrulla, resultando el enemigo con tres bajas. Los cadáveres de los militares fueron bajados en parihuelas por los campesinos. Y los sabuesos, que estaban cerca de un puente sobre el río Burate, a lejana distancia del sitio del combate, se ciñeron encarnizadamente con los baqueanos que conducían los muertos, golpeándolos y haciéndolos prisioneros.
“El Catire” evadía todos los cercos, se reunía con los labriegos y bailaba con las muchachas aldeanas. Se disfrazaba y sostenía asambleas con los colaboradores de su frente en el corazón de la ciudad jardín.
En la gran metrópoli, el otro Presidente que tartamudeaba y que hacía dos años había sucedido al cara de búho con anteojos, se pavoneaba como bondadoso demócrata, mientras que los cuerpos represivos torturaban y
asesinaban.
De la naturaleza al calabozo mortal “El Catire” salió en los primeros días de junio de sus montañas adornadas
de jumangues en flor, siendo saludado en su partida por los pájaros también migratorios. Iba a una cita con los altos jefes guerrilleros en un abandonado balneario junto a los violentos oleajes musicales del mar Caribe. Y en el
silencio, únicamente roto por la furia de las aguas besando los acantilados y regando los copos blancos de las espumas, aconteció la cobarde delación.
“El Catire” fue recluido en un cuarto de torturas, donde se le desfiguró el hermoso rostro. Luego se construyó y confeccionó “el ahorcado” de la democracia del gago Presidente, transformándose en símbolo para el
deslave de la ruindad.
El espectro sonriente de “El Catire” guerrillero, apartando la neblina en las noches de luna, se ha convertido en leyenda de las montañas de su tierra boconesa. yo añadiría a lo dicho por el excelso poeta escuqueño-valerano,
que Fabricio no solo es leyenda en las montañas de su amado Boconó, sino también lo es en el sentimiento venezolanista que aspira coronar algún día los sueños plenos de una libertad total, una libertad limpia y verdadera.