Francisco González Cruz
“Aprendemos de la experiencia que los hombres nunca aprenden nada de la experiencia”
George Bernard Shaw (1856-1950) Escritor irlandés.
Conmueve ver y leer la tragedia del estado de Río Grande do Sul. Las lluvias torrenciales en la cuenca del río Guaíba hizo que este, normalmente caudaloso pero lento, “casi más lago que río”, se desbordara e inundara la extensa planicie, ocupando los asentamientos urbanos de la capital Porto Alegre y de más de 500 centros poblados incluyendo comunidades indígenas.
Según la prestigiosa organización civil Médicos sin Fronteras, para el 18 de mayo más de 460 municipios del estado estaban inundados, de un total de 497, más de 2 millones de personas se vieron afectadas y más de 600 mil han sido desplazadas. La cifra de muertos supera el centenar y otro tanto están desaparecidas. Los daños a los servicios públicos y a la infraestructura es de enormes proporciones, en lo que se estima no tiene precedentes en la historia de Brasil.
Aquí no se ven deslaves, derrumbes, deslizamientos y otros movimientos de tierra, arrastre de casas y edificios, y otros eventos, como se vieron en la llamada “Tragedia de Vargas” en Venezuela ocurrida el 15 y 16 de diciembre de 1999, otra tragedia de enormes proporciones y sobre la cual aún hoy, a 24 años, no existen cifras oficiales de muertos, pero se estiman entre 15.000 y 50.000 víctimas. De acuerdo al informe de la CAF y el PNUD del año 2000, “el total de viviendas afectadas se estimó en 40.000 de las cuales fueron destruidas unas 8.000. Unas 240.000 personas, aproximadamente el 70% de los habitantes del Estado Vargas, fueron afectadas por los deslaves. Aproximadamente 100.000 personas fueron evacuadas. Los sistemas de aguas blancas y aguas servidas colapsaron casi en su totalidad. El 80% de la vialidad fue destruida. Los daños materiales superaron los cuatro mil millones de dólares”.
Los dos fenómenos tienen en común al clima, en particular las lluvias extremas que aquí, allá y en casi todas partes, se presentan cada tantos años. No como en como en la ciudad desértica de Dubái hace poco, que fueron fruto de la estupidez humana. Pero también tienen en común muchas otras cosas. La primera que eran previsibles; la segunda que no había previsiones o estas se descuidaron; la tercera que las razones políticas privaron más que las razones técnicas, e incluso que la lógica; la cuarta que la codicia no tiene límites; y la quinta – no hay quinto malo – que la solidaridad también se desbordó. Hay otra cosa en común, como lo anuncia el epígrafe George Bernard Shaw: “Aprendemos de la experiencia que los hombres nunca aprenden nada de la experiencia”.
El caso del estado Vargas – ahora llamado La Guayra para demostrar que el nombre de un ilustrado patriota médico y civil, vale menos que una palabra de dudoso origen – es patético. La solidaridad nacional e internacional se desbordó. También los diagnósticos de las causas de la tragedia y sus alternativas de solución. Universidades nacionales y extranjeras, expertos de diversas multinacionales y de entidades privadas y diversas iniciativas presentaron sus estudios y proyectos y el problema fue coordinar todo eso.
José Luis López, ingeniero hidráulico e investigador del Instituto de Mecánica de Fluidos de la Universidad Central de Venezuela (UCV), indicó que «la catástrofe se produce debido a la incontrolada ocupación urbana de los abanicos aluviales, gargantas de las quebradas y laderas de los cerros circundantes, sin la presencia de obras de control ni sistemas de alerta temprana que hubiesen podido avisar a la población para evacuar las zonas de peligro», así lo refiere en su libro: “Lecciones aprendidas del Desastre de Vargas”.
El 5 de enero del año 2000 el Ejecutivo nacional decretó la creación de la Autoridad Única de Área del Estado Vargas. El 8 de junio de 2000 se sustituyó por el Instituto Autónomo Corporación para la Recuperación y Desarrollo del Estado Vargas CORPOVARGAS, eliminado el 1 febrero de 2010. En el primer momento estas entidades contaron en su dirección con expertos y con consultorías profesionales, pero a partir del año 2001 se designó a un vicealmirante, que rápidamente fue sustituido por un general. Se construyeron 63 presas de retención de sedimentos distribuidas entre 25 quebradas, sistemas de información hidrometeorológica, recuperación de infraestructura, planes de ordenación urbanística y normativas para su control. A estas alturas y según informes de expertos, más de la mitad de las represas están sedimentadas y muchas de las obras de control no se han construido, los planes de ordenación no se cumplen y los lechos mayores de las quebradas se han vuelto a ocupar con viviendas. El sistema hidrometeorológico acusa serias deficiencias.
En el caso de Brasil la causa de la tragedia fue la concurrencia de lluvias extremas concentradas en una pequeña cuenca, fenómeno previsible y advertido, pero la mayoría de las propuestas no fueron atendidas y las obras construidas no recibieron adecuado mantenimiento. Las entidades encargadas de los temas ambientales han sido reducidas y las normas relajadas para facilitar el “progreso” traducido en mayores intervenciones en las cuencas y en la ocupación imprudente de los lechos mayores de los ríos. La lucha ideológica contamina el proceso de toma de decisiones y la continuidad de las acciones, y en particular, atender coordinadamente y eficazmente la enorme complejidad de la tragedia. La solidaridad también se ha desbordado y ha sido fundamental en el abordaje de le emergencia, aunque la miseria de unos pocos que aprovechan la situación para el saqueo de las viviendas, ha causado no pocos muertos.
Dos eventos naturales, ahora agravados por el calentamiento del clima, que van a seguir ocurriendo en muchas partes, pero la experiencia dice que la codicia gana, como se demuestra palpablemente en las cumbres del clima. Ya lo dijo Albert Einstein: “Dos cosas son infinitas: la estupidez humana y el universo; y no estoy seguro de lo segundo”.
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