Con la poetisa, con esa excelsa figura de las letras hispanoamericanas, tuvimos el privilegio de hablar largo y tendido por última vez y gracias a la magia del teléfono desde su casa, allá en la urbanización El Trigal, donde vivía, en Valencia, con motivo de su cumpleaños 97 en el año 2015.
El cielo había amanecido bien bravo. Un inmenso chaparrón caía sobre Valera. En la hacienda Santa Elena, colindante con la Quebrada de Escuque, se escuchó un fuerte llanto. Pero no era el simple sollozo de una niña, sino el de los predestinados, el de los dioses. Un lloro con rima, con sabor y poesía. Era el de una hermosa nena que venía al mundo. Por nombre llevaría el de Ana Enriqueta, hija de don Manuel María Terán Labastida y Rosa Cecilia Madrid de Terán.
Serían las 7 de la mañana. Una tempestad hacía que los árboles que rodeaban la hermosa casona de los Terán-Madrid se balancearan fuertemente de un lado a otro.
El 4 de mayo de 1918
«Mamá Asunción» tuvo que ser rescatada prácticamente de la lluvia. Ella era la partera, la que por primera vez tocó a la pequeña. Moisés la protegió de las enfurecidas aguas, como lo hizo con su tribu abriendo el mar. Casi no llega a la cita. La tormenta era fuerte. En las mejores muías de la hacienda buscaron a «Mamá Asunción», que vivía en el centro de aquel poblado que era Valera, y que debió sortear el peligro de una quebrada embravecida, la de Escuque, y la de un cielo encapotado para atender el parto de doña Rosa en su casa, ubicada en lo que hoy es el sector de Santa Elena. Así vino a este mundo Ana Enriqueta Terán.
El samán y la poesía
Tendría unos 7 años y le pasó algo extraño, mágico… fue como un llamado de Dios. La puerta abierta a la poesía. Cerca de su casa había un hermoso samán. Su padre lo sembró especialmente para ella. Crecieron juntos. Hablaba mucho con él. No había secreto guardado. Todo lo compartía con el samán. Perdió la memoria. No supo más nada de ella. Al despertar, le pregunta a su prima, Adelaida, que quién era ella. Le respondió: «Tú eres Ana Enriqueta, hija de Manuel María Terán Labastida y de doña Rosa Madrid de Terán». Desde ese instante, la poesía tomó posesión de su cuerpo. Le vino el amor y la inspiración -aún cuando no estudió más allá de sexto grado- por las letras, por el soneto, por el verso, hasta convertirse en la gran poetisa de América.
De fino espíritu y exquisita poesía
Fue insigne poeta. Fino espíritu y exquisita poesía. Tuvo el honor de presentar como Individuo de Número del Centro de Historia de Trujillo (hoy venido a menos).
Lo realizado por Ana Enriqueta trata de un trabajo denso y estimulante que ocupa un lugar destacado en la poesía venezolana contemporánea.
Tejedora de una artesanía suprema, se cuenta entre las grandes voces de nuestra lírica. Alquimista del lenguaje que ha logrado elevar los elementos de la vida cotidiana a la categoría de mitos poéticos. Autora de una extensa y fecunda obra que se inicia con Al norte de la sangre (1946) y se prolonga con Albatros, obra de excelencia, exquisita y mucha estampa. Sus poesías eran escritos de alta costura.
Lourdes Dubuc de Isea
Palabras en oscuro, con sed y altos coturnos
Debido a sus quebrantos de salud no pudimos ubicar al Dr. Raúl Díaz Castañeda, poeta, escritor y periodista fielmente ligado a esta casa editorial. Por lo tanto reproducimos fragmentos de los tantos escritos que este insigne médico le publicó.
Su poesía era difícil. No cedía; no otorgaba concesiones. Acepta que es críptica: impulso personal a lo planetario; en oscuros. Enigmática al final. Lenguaje arquitectónico, según Juan Liscano, criterio que amplía Reynaldo Pérez Só: una arquitectura de catedrales góticas misteriosas, con frisos de oropeles de piedra, deslumbrantes.
Entre esos sus grandes períodos, puede ser ubicado «Testimonio». Lo escribió en Nahuel Huapi. Esa noche los astros estallaron para ella sobre el lago. El torbellino no le dio tiempo: lo recibió casi en dictado, sin tregua, poseída pero en sumisión de brasa. Se desnudó frente a sí misma, en la soledad de la montaña. «Soy yo, soy yo quien ama», grita, con voz que nos recuerda la de Rilke en Duino, y se llena de evocaciones y preguntas, de sensaciones extrañas; de imágenes detonantes, en aristas, yuxtapuestas, alucinatorias. Y un climax:
Por eso en fuego desde el fuego digo: Os doy el testimonio de mi sangre.
Raúl Díaz Castañeda
Una maestría en los sonetos
Ana Enriqueta Terán, ejercitaba con maestría en los sonetos, los tercetos, las odas, las endechas, las décimas, las liras, los madrigales, entró en el continente del verso libre para afirmarse en la riqueza de sus dominios.
Corre el año 1944 cuando Ana Enriqueta participa en un homenaje a Alberto Arvelo donde recita sus «Décimas andinas». Es su primera aparición pública, aunque ya en 1931, siendo ella adolescente, Andrés Eloy Blanco, quien se había hecho amigo y compadre de sus padres, un día hojea los cuadernos escolares de Ana y al encontrarse unos versos borroneados, exclama: «Tenemos un poeta en la familia!».
Su regreso triunfal a su tierra natal ocurre con motivo del Sesquicentenario de Valera. Llovieron los elogios, homenajes y posturas a su favor. Valera palpó de cerca a su heroida, a su reída de la literatura y poesía.
Luis González
Poetisa valerana, trujillana y universal
La poesía es la perfección de la palabra, y Ana Enriqueta Terán alcanzaba los más altos niveles en su poesía, sea en sus sonetos de alta factura rayanos en la perfección, en sus versos telúricos sobre los ríos trujillanos o cantándole al valle de Momboy, también sus excursiones modernistas o los versos libres que hablan de amores.
Fue una poetisa valerana, trujillana, venezolana y universal.
Además fuimos buenos amigos y su esposo un gran conversador. Hacía los mejores cubalibres del mundo.
Le faltaron 5 meses para que se cumpliera plenamente su poema premonitorio: “La poetisa cuenta hasta cien y se retira”
Francisco González Cruz
La poesía en la voz de Ana Enriqueta
El soneto del deseo más alto de Ana Enriqueta Terán quedó grabado en mi memoria en el mes de abril del año 1995 cuando Ana Enriqueta Terán hizo su entrada de la mano de la profesora Margoth Carrillo en un taller de poesía que se impartía en la Escuela de Letras de Mérida. Su voz fuerte y firme se quedó como huella psíquica y hasta hoy voy tarareando esas estrofas en mi alma.
Su ímpetu y coraje lo vemos plasmado en su poesía, el simbolismo y misticismo saltan de la palabra a su presencia, sus manos ornamentadas por el oro van danzando en la pronunciación de cada verso, de cada metáfora. Ana Enriqueta es palabra viva, su voz, como lo dijera Ramón Palomares, ha sido reconocida como una de las voces más íntimas de Venezuela.
La poesía de Ana Enriqueta Terán se hace viva en la magnitud de la existencia, los sobresaltos de la existencia se van dibujando en el verbo, verbo encendido, verbo profundamente reflexivo. La voz en la poesía de Ana Enriqueta Terán retumba en los escollos de la vida misma, en los pasos descalzos del tiempo que nos enuncia y anuncia sin piedad. Una tormenta de expresiones poéticas se arremolinan entre el lector y el poema, una necesidad de encontrarse en el verbo encendido, un laberinto…
Ivonne Ruza Montilla