Por: Antonio Pérez Esclarín
La espiritualidad cristiana es inseparable de la liberación política, que debe orientarse a posibilitar la convivencia y vida digna para todos. La situación de Venezuela, donde a las mayorías les cuesta cada vez más sobrevivir, va contra los planes de Dios que quiere que todos tengan vida abundante. Los bienes y riquezas del país son para servir al bienestar de todos, y nadie puede apropiarse de ellos y utilizarlos caprichosamente, como si fueran suyos. Los recursos deben ponerse al servicio de la justicia y el amor, para que todos lleguemos a ser personas plenas y podamos vivir como tales. Como lo expresa la Encíclica Populorum Progressio, “el verdadero desarrollo es el paso para cada uno y para todos de condiciones de vida menos humanas a condiciones más humanas”. Desarrollo orientado a remediar las carencias materiales y las carencias morales, que se sustentan en estructuras opresoras que provienen del abuso del poder y del abuso del tener.
Intentar reducir la fe y la espiritualidad a un asunto privado, es robarle la fuerza liberadora al evangelio. El cristianismo, si quiere ser fiel a sus raíces y a su esencia, debe alejarse de esa religión descomprometida, y de esa concepción de que la fe es meramente un asunto personal. El empeño mayor de Jesús, al que dedicó sus energías y por el que fue asesinado, era construir el Reino, un mundo fraternal que combatiera las políticas y estructuras que ocasionan sufrimiento y muerte.
Como viene expresando con insistencia el Papa Francisco, la fe auténtica, que nunca es cómoda e individualista, siempre implica un profundo deseo de combatir las estructuras injustas y opresivas y trabajar por una sociedad fraternal. Esto exige ser muy creativos y abandonar posturas individualistas, pasivas y descomprometidas, que son antievangélicas.
Una fe sin obras es fe muerta. Una religión de espaldas a las necesidades del prójimo es una religión anticristiana. Seguir hoy a Jesús en Venezuela implica un compromiso radical de combatir los ídolos de la muerte: autoritarismo, injusticia, violencia, represión, corrupción, y trabajar para garantizar a todos vida abundante y digna. La religión de Jesús es servicio al necesitado, quien quiera que sea, como queda bien claro en la Parábola del Buen Samaritano. Es por ello urgente que le devolvamos al evangelio su ternura y su radicalidad. Dios busca la felicidad de todos, y a esa misión nos convoca. Los cristianos necesitamos recuperar la pasión por Dios y la compasión activa y eficaz por los hermanos.
Hoy entendemos con claridad que no podemos ser cristianos sin trabajar por transformar las estructuras políticas, económicas y sociales que causan tanto sufrimiento y muerte. En Venezuela los cristianos llevamos demasiado tiempo pecando de omisión, olvidando la dimensión política del amor, que nos exige oponernos a posturas anticonstitucionales y violatorias de los derechos humanos y civiles. El inmovilismo y la inacción, la mera crítica sin un compromiso activo, el grupismo, la soberbia, la pretensión de algunos de que sólo su propuesta es válida, el esperar que otros nos resuelvan los problemas es anticristiano. Necesitamos unirnos todos los que queremos cambiar el rumbo y las políticas que han destruido al país y defender con fuerza una salida democrática y electoral donde el pueblo se exprese con libertad y el Gobierno respete la voluntad de las mayorías, sin inhabilitaciones, sin persecuciones y sin chantajes.
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