#EspecialDLA Venezolanos en Perú por Jhonn Benítez Colmenares

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Soy un migrado forzoso. Así califica Antonio Muñoz Molina a quienes, por una u otra razón, han salido de su país natal en contra de su voluntad, empujados mayormente por motivos bélicos, políticos, económicos y sociales. Pareciera que quienes salimos del país lo hicimos bajo la presión inaguantable de estos y otros problemas. Como venezolano en el Perú, he visto con tristeza, y también con preocupación, la actitud de algunos compatriotas que se han enfocado más en aprovechar su viveza criolla que en dejar por todo lo alto sus nombres y el de su país.

La pregunta es: ¿Quién es el que emigra? Mucho se ha oído acerca de que quien emigra es el venezolano de bien, el profesional, el de buena familia; pero hay que tener claro que la realidad, con el tiempo, está sujeta a cambiar, para bien o para mal. Con la agudización de la crisis, es cada vez mayor el número de venezolanos que, moviendo cielo y tierra, han logrado salir del país, aun cuando reunir 300 dólares, como mínimo, sea toda una odisea en nuestra madre patria. Y ahí se suman unos cuantos pillos.

Si bien es cierto que me he encontrado con compatriotas profesionales que venden marcianos (el equivalente peruano de los “chupi chupi”) en las calles de Lima, veo que abundan también aquellos que se aprovechan de su “viveza criolla” para estafar a los peruanos que brindan su confianza a quienes huyen de la crisis venezolana. Me enteré hace poco de dos tachirenses que huyeron de sus empleos con poco más de 500 dólares cada uno. Sentí que cada descendiente inca que me contaba la historia (tergiversada en cada boca que la compartía) daba un mazazo a mi tarea de dejar el nombre de Venezuela en alto por estas latitudes. Incluso en la tv del Perú, los venezolanos protagonizan noticias que a veces son poco o nada alentadoras. La más reciente tiene que ver con una pelea en un bus, en la que el peruano sale desfavorecido y el venezolano profiere amenazas terribles que hacen que parezca un asesino a sueldo.

Si bien este texto se titula “Venezolanos en Perú”, esta es la historia que nos persigue en el país inca, así como en Colombia, Ecuador, Chile o Argentina, los países de América Latina que más acogen a emigrantes venezolanos. Ahora, antes de que se me tilde de pesimista y de solo observador de lo negativo, reconozco el trabajo de quienes salen cada día al ahora inclemente sol de Lima a buscar el pan para sí mismos y para sus familias en el Caribe. La tarea de cada uno de los emigrantes va más allá de hacer dinero, de comprarse la ropa y el teléfono que tanto deseaban y que en nuestra patria eran inaccesibles (a veces me sorprende que estas sean prioridades y no elementos secundarios); va más allá de enviar dinero a sus familiares (la principal prioridad para muchos); creo que se trata de formar un futuro para sus vidas, para su país, para su familia. Se trata de dejar nuestros nombres en alto para cuando la moneda de la crisis se voltee y permita que miles de venezolanos regresemos al país en busca de la vida que dejamos en pausa, en busca de la recuperación de la identidad, porque emigrar es disfrazarse de otro, es ponerse máscaras incómodas, pero es también un aprendizaje que hará que los futuros abuelos de la “tierra de gracia” recuerden los viajes por Latinoamérica como una etapa de sus vidas que sirvió para hacer de Venezuela un país mejor. (Lima, 24 de febrero de 2018)

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