#EspecialDLA Sin escapatoria: entre el hambre y la crisis de salud

The mother of Venezuelan Rebeca Leon, who scavanges for food in the streets of Caracas, feeds her grandson at their house in Petare shantytown, on February 22, 2017. Venezuelan President Nicolas Maduro is resisting opposition efforts to hold a vote on removing him from office. The opposition blames him for an economic crisis that has caused food shortages. / AFP PHOTO / FEDERICO PARRA / TO GO WITH AFP STORY by Alexander Martinez

Se unen en un punto, el hambre con la crisis de la salud en Venezuela. El hambre lleva a un destino seguro, el hospital, donde hay poco personal, no hay insumos, ni medicamentos y la población más pobre  no puede pagar para adquirirlos; como el caso de  Blanca Correa, su hijo cayó de un árbol de 12 metros de altura buscando comer un mango para mitigar el apetito, ahora está hospitalizado y su brazo y piernas partidas, además de un tumor interno ocasionado por el impacto.

 

Blanca Yasmín Correa, tiene su hijo de 15 años hospitalizado con fracturas múltiples.

Blanca Yasmín Correa habla más allá de su propia carencia, su hijo Jholeiker Alexander Becerra de 15 años de edad siguepostrado en cama después de partirse la  pierna y brazos en varias partes. A pesar del drama propio, la mujer dice: “Pedimos que le suban el salario a los trabajadores del Hospital Central, eso que ganan no les alcanza para comer y si todos se siguen yendo nuestros hijos morirán”.

Cuenta Correa que su hijo fue operado en el hospital Central de San Cristóbal, donde permanece recluido. “Lo operaron de bastantes cosas porque se cayó de un árbol de 12 metros, gracias a Dios está vivo, pero fue operado de emergencia. Tiene el brazo partido en tres partes y también el  fémur (pierna) y además le salió un tumor en el estómago por un coágulo de sangre que salió por el golpe que se dio. Que gracias a Dios está vivo, pero mijo ta’ malito, muy malito y llora de dolor”.

Jholeiker Alexander Becerra Correa es estudiante y futbolista, a su edad está en plena etapa de cumplir sueños y trabajaba por ellos, con la idea de tener una mejor vida que la que llevaba con su humilde familia, pero el hambre lo llevó a cruzarse con la tragedia y por ir a coger un mango  para comer trepó a un gran árbol, los cálculos le fallaron y se precipitó hasta el piso, donde cayó casi fallecido.

La próxima parada de Jholeiker Alexander fue el Hospital Central de San  Cristóbal,donde duerme en una cama, que en su casa no tenía: “Lo poco mucho que estaba ahorrando era para comprarles una cama para que durmieran mis hijos, pero lo tuve que gastar para poder venir al hospital”, relata llorando Blanca Correa.

“Nos estamos muriendo de hambre o de las consecuencias de esa hambre, porque si hubiésemos tenido suficiente para comer mi hijo no habría subido a ese árbol a buscar un mango”.

La madre en su desesperación y entre el llanto decía: “llamo al Presidente, le pido que nos abandone, si no puede hacer nada que se vaya. Abandónenos, que no va hacer falta que usted se vaya. Váyase Presidente usted no pudo y a mi hijo Dios le dio una oportunidad para que viviera, porque era para estar muerto de la altura en qué cayó, pero ahora no hay como darle medicinas y casi no hay doctores ni enfermeras para ver nuestros pacientes”.

Afirma Blanca Correa que sólo pagar un pasaje ya es mucho para un pobre, “y si casi todos somos pobres, al menos toda la gente que conozco, hasta los doctores son pobres porque ganan menos de lo que vale un pan”.

“En Venezuela no hay cómo costear  un medicamento, si acaso uno lo consigue no hay la plata pa’ comprarlo. Le pedimos al presidente de la República que atienda a la gente, que si los médicos y enfermeros se van del Hospital nuestros hijos se van a morir. ¿Quién va a ver de ellos si todos se van? ¿Y cómo los llevamos a una clínica, si no tenemos dinero? Con el salario mínimo no nos alcanza ni para comprar una paca de harina”.

“¿Para qué vivir? Si no pude salvar a mi hijo

Ángélica, solo dio su nombre. Estaba esperando que llegaran con el pequeño ataúd donde reposaría el cuerpo de su niño.

“No quiero dar todo mi nombre porque uno no se acostumbra a ser tan pobre y que todos los sepan. Es un dolor tan grande solo comparado con el dolor más grande de la vida que es saber que su único hijo murió de hambre”.

Su hijo de tres años de edad ingresó hace dos meses por vez primera al Hospital Central de San Cristóbal, “vivía con sueño, se desmayó un día y lo traje. Estaba muy flaquito, pero así yo le diera comida ya no quería ni comer”.

Después de ese ingreso estuvo tres meses interno, hasta que murió. “Hoy vine a retirar su cuerpito santo, porque no tenía para comprar la urna, unos amigos recogieron y le compramos una. Son tan caros”, interrumpe para llorar por largos segundos.

“Antes cuando mi niño nació,  vivíamos bien, bueno al lado de esto que se nos vino desde mitad del año pasado. De verdad ya no teníamos muchas veces ni cómo comer una arepa. Yo lo cuidaba con amor y con el sueldo que tenía como secretaria alcanzaba para comer normal”.

El negocio donde trabajaba Angélica cerró y consiguió otro empleo pero el sueldo mínimo no le daba y comenzó a pedir permisos para llevar al niño al médico, hasta que fue despedida.

“Yo como mucha gente pensaba en irme del país para salvarnos, pero son muy caros los pasajes, así que me quedé mientras el gobierno se iba y otra vez Venezuela se volvía normal… pero primero se fue mi niño, ya de nada sirve nada”.

La primera vez que lo hospitalicé me dijeron que tenía una desnutrición severa, lo ayudaron, le dieron medicinas y lo levantaron. Le dieron una dieta y le mandaron vitaminas para la casa, pero no alcanzaba a comprar ni la mitad de  las cosas. Si me iba a buscar trabajo no había quién lo atendiera. Soy sola y menos mal tengo amigos que me ayudaban, pero tampoco tienen mucho”.

La dieta del niño era guineos cocidos y le hacía en ocasiones un guiso con cebolla y tomate para que supiera mejor. Otras veces le daba arepas de  maíz pilado con mantequilla y rara vez un huevo o mantequilla. “Algunas veces le daba jugo de frutas ya muy maduras que me regalaban en el mercado. Llegué a meterme a un restaurante y lavaba los platos gratis, porque no me contrataron, ahí lo que dejaba la gente me lo llevaba a la casa, lo calentaba y comíamos algo mejor. Pero se volvió a enfermar y ya no pudo más. Murió como un pajarito, era mi único hijo”.

En su penoso relato, donde el hambre y la salud se volvieron a encontrar, como en el caso anterior, Angélica habla con desespero y afirma que no quiere vivir más, “¿para qué? Si no pude salvar a mi hijo por esta pobreza y casi todos los  niños que estaban hospitalizados estaban por lo mismo, otros han muerto y todavía dicen que no necesitamos ayuda humanitaria. Yo no soy bruta, solo soy pobre. Ellos no son brutos, solo son muy malos porque nos matan”.

El hambre y la pobreza están llevando a dos caminos: la huida o la muerte.Médicos, personal de enfermería, entre otros, siguen  emigrando en masa. Un 70 % de déficit de enfermeras tiene el Hospital Central de San Cristóbal en servicios como oftalmología y cirugía, mientras que quienes siguen laborando como la enfermera Yusmila Fernández no pueden más con su salario de 190 mil quincenal, así que prepara maletas para irse del país


“El salario no alcanza ni para el pasaje”

Yusmila Carolina Fernández Hernández, enfermera del Hospital Central.

Yusmila Carolina Fernández Hernández, licenciada en Enfermería, estudió con sacrificio, pero muy enamorada de su oficio de ayudar a salvar a vidas.

Su pasión por servir la mantiene asistiendo al Hospital Central de San Cristóbal, donde  lleva varios años laborando, aunque relata que está a punto de renunciar para irse del país, como lo hicieron más de la mitad de sus compañeras y colegas.

“No se puede trabajar así, es desesperante y tenemos muchos años sin medicamentos, falta de material e insumos. Por eso este hospital ha ido cerrando muchas de sus puertas, no porque lo decidió nadie, ni una directiva, sino por la carencia de personal. Los médicos, las enfermeras, los técnicos y el personal obrero se siguen yendo cada día y no hay casi quién trabaje”.

“El personal de enfermería, que es mi gremio, y por eso sé de lo que hablo, se está yendo de este país, esto es una dramática realidad que nunca imaginamos”.

Yusmila Fernández trabaja en el  área quirúrgica, donde el déficit pasa del 80 por ciento de acuerdo a sus cálculos: “Las renuncias son masivas y a diario. En este momento estamos haciendo plan de contingencia, trabajando 24 horas, cada cinco días. Se podrán imaginar cómo es trabajar en un quirófano del Hospital Central durante 24 horas solo  dos enfermeros. Cuando regularmente una cirugía se sacaba con mínimo tres enfermeros, ahora una cirugía se hace con dos enfermeros, pero antes eran cuatro equipos de enfermería para las emergencias, ahora hay uno sólo. Es decir, antes éramos en una guardia 8 a 10 enfermeros, quedamos solo dos y es un solo equipo”.

El salario quincenal que devenga un enfermero es de 192 mil bolívares y Yusmila Fernández  no vive en el casco de la ciudad, “vivo fuera. El salario que gano ni siquiera me alcanza para el pasaje de llegar al Hospital, debo cuidar otro paciente en una casa para solo completar lo del pasaje”.

Afirma que tiene planeado irse de Venezuela, porque ya no hace nada con ese empleo, “uno solo se desgasta y pienso que si me quedo en casa me muero de hambre, pero viniendo a trabajar también y no voy a morir de hambre, por eso me voy”.


 

Nelson Rosales, médico especialista, jefe del postgrado de oftalmología del Hospital Central.

Más muerte y enfermedad es el resultado

El médico Nelson Rosales es el jefe del servicio de Oftalmología del Hospital  Central de San Cristóbal. “Es un servicio élite, con un postgrado de más de 30 años de vigencia, donde asistimos a pacientes de todo el Táchira y otros estados en muchas patologías oculares, pero las más comunes de consulta son catarata, terigiones, estrabismo”.

Tienen un record de unas 150 cirugías por mes y dice el especialista que atienden entre tres a cuatro mil personas en consulta externa, “pero la crisis nos ha golpeado y es enorme el déficit de enfermeros y de insumos”.

Muchos insumos deben llevarlos los pacientes, pero desde el pasado 22 de marzo con la medida general de la paralización de las cirugías electivas  en el Hospital Central de San Cristóbal, el rendimiento disminuye. “No podemos trabajar al mismo ritmo con un déficit de enfermeras que está en un 70% en nuestro servicio y en el hospital, lo que implica la casi paralización del servicio quirúrgico y de hospitalización”.

La administración del hospital –explica- está tratando de optimizar los recursos para invertirlos en las emergencias y poder mantenerse operativos“al menos en algo”.

Los salarios es otro aspecto que menciona Rosales.“Esos sueldos no permiten que el personal pueda trabajar, por eso la gente se va del hospital, de las clínicas, de todos los centros de salud, y los pacientes  están quedando solos, más muertes y enfermedades es el resultado lamentablemente”.


Datos

22.000 médicos han emigrado de Venezuela en los últimos seis años, según Federación Médica Venezolana.

Para enero 54 % de los profesionales de enfermería del Táchira se habían ido del país, según el presidente del Colegio de Enfermeros, Daniel Lizcano

Unas 800 enfermeras han renunciado del Hospital Centra de San Cristóbal desde 2017 y hasta enero 2018, según directiva de este centro de salud y Corposalud.

De cinco pabellones del Hcsc solo funcionan tres porque no hay personal para ponerlos en función.


 

Texto publicado en Los Andes Semanario del Táchira edición 107

 

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