Sí. La Venezuela de la descalificación, la del “bullying”, la del insulto gratuito y las acusaciones infundadas. La que convierte a un héroe en un villano y a un villano en un héroe en cuestión de segundos. La Venezuela intolerante, grosera, altanera. La Venezuela de las redes sociales.
Con muchas cuentas anónimas con pocos seguidores (tanto que parecen “bots”) la Venezuela bipolar vomita hiel, sobre todo en Twitter. Nadie averigua, nadie corrobora, nadie verifica. En ese país electrónico no hace falta. Invente, injurie, ultraje, que siempre conseguirá quien lo siga y quien lo aplauda.
Los bipolares deben creerse perfectos: critican sin concesiones de que los demás son seres humanos y se equivocan. Ellos no: hablan a rajatabla, como si siempre tuvieran la razón. Y no perdonan. Lo más increíble de esa Venezuela bipolar es la casi ausencia de argumentos. Claro, es más fácil insultar que discutir: para lo primero no hay que pensar, para lo segundo hace falta inteligencia.
Esa Venezuela bipolar es la que sigue a quien la deslumbra y le hace desplantes a quienes la iluminan. Y va de deslumbramiento en deslumbramiento. Dice que no, pero es así. La guía la rabia, la frustración y la impaciencia. De esa Venezuela no saldrá nada bueno para la reconstrucción si no pasa antes por un buen tratamiento. Ojalá que se consiga.
La Venezuela bipolar se ofende cuando se le critica, pero se siente empoderada para destrozar. Es poderosa porque la mueve el odio. No concede ni perdona. La Venezuela bipolar es violenta y agresiva. Desea “soluciones”, pero no tiene la paciencia que se requiere para que éstas se den. Los procesos históricos tienen su tiempo y su maduración.
Un ejemplo claro de esto es Henrique Capriles, quizás el mejor líder que hemos tenido, a quien los bipolares no le perdonan que sin tener cómo demostrar físicamente el fraude en las elecciones contra Maduro, tuvo la valentía de no sacar la gente a la calle a que muriera sin razón. Le han dicho cobarde. Le han reclamado su “falta de gónadas”, cuando a veces requiere más valor rechazar una pelea, que darla. Y ahora le toca el turno a Guaidó, quizás lo más cercano que hemos tenido para salir de esto. Eso sí, no pareciera que haya ningún bipolar dispuesto a poner sus testículos o sus senos sobre el yunque…