Caracas, 5 nov (EFE).- «¿Y por qué no dolarizan de una vez Venezuela?». Son muchos los ciudadanos que, en las calles, se repiten la pregunta con frecuencia. Claman por la divisa estadounidense como solución inmediata para la maltrecha economía pero esa receta está, según los expertos, lejos de ser una varita mágica y viene cargada de inconvenientes.
El ejemplo de Ecuador, que adoptó el dólar y renunció al sucre en el 2000, se repite como modelo para una Venezuela asolada por la hiperinflación, la devaluación del bolívar soberano y en el que las cuentas públicas son un auténtico misterio dentro del caos institucional, pues no se hacen bajo la premisa de luz y taquígrafos.
Por supuesto, y siempre jugando a la política-ficción, si un Gobierno venezolano quisiera adoptar esa medida tendría que sortear, en primer lugar, las férreas sanciones impuestas por EE.UU. que impiden pensar que ningún político del país caribeño pueda tomar hoy una medida así.
NO HAY VARITA MÁGICA
Sin embargo, el economista Ronald Balza, profesor en la Universidad Central de Venezuela (UCV), advierte: «Se le está atribuyendo al dólar la propiedad de corregir problemas institucionales que son los que causan esta inestabilidad cambiaria y monetaria que vivimos».
«Poner la discusión en que dolarizar nos ayudaría a resolver los problemas es dejar todos los problemas vivos, es atribuir al dólar un poder mágico que no tiene, mientras el Gobierno sigue haciendo lo que quiere con los recursos públicos», sostiene.
Balza considera que, primero, deben abordarse los problemas estructurales de la economía y la institucionalidad venezolana. Si no se hace así, el riesgo al dolarizar es apenas taparlos, pero no solventarlos.
En su opinión, es como tener «una pared que está filtrando agua», entonces se toma la decisión de pintar y cubrir ese problema.
«Dolarizar es como pintar la pared, no es resolver el problema que es, probablemente, una tubería que está botando agua», sostiene.
DESTRUCCIÓN DEL SISTEMA DE PRECIOS
El director de Ecoanalítica, Asdrúbal Oliveros, coincide en buena medida y centra el problema en el contexto institucional, «la destrucción del sistema de precios, del sistema productivo y la ausencia de competencia» que termina provocando que los costos, incluso si están denominados en dólares, suban.
Esta es una de las realidades que vive hoy Venezuela, una dolarización de facto -transaccional, matiza Oliveros- por la que casi todos los precios se muestran hoy en la divisa estadounidense, incluso en las zonas más populares, aunque la inmensa mayoría de las facturas se emitan en bolívares por mandato legal.
«No porque se asuma el dólar, si no cambias el contexto institucional en el que opera la economía, necesariamente va a desaparecer el problema y vas a empezar a tener una recuperación importante del poder adquisitivo», asegura.
Por eso, explica que las monedas «funcionan atadas a una institucionalidad» y no tienen poder por sí mismas.
«El dólar funciona en países donde tiene una institucionalidad sólida. Si te vas con dólares a Kabul o un enclave del Estado Islámico, probablemente la situación del poder de compra del dólar sea muy diferente a usarlo en Nueva York, Lima o la misma Caracas», explica.
¿UNA CAMISA DE FUERZA?
Oliveros también explica que uno de los efectos de adoptar el dólar es que somete la gestión púbica «a una situación de muchísimo control porque parte de los gastos del Estado que asume el dólar se ciñen al circulante» en esa moneda.
Al perder el Estado la capacidad de emitir moneda, «se tiene que ajustar en función de ese flujo de dólares que esté entrando en la economía».
Todo ello se traduce en «una disciplina impuesta», una especie de «camisa de fuerza», ya que «el margen de maniobra se reduce» al no poder emitir moneda.
Sin embargo, advierte de que «es una camisa de fuerza rígida» y puede, por tanto, «quitar competitividad en un sector como el venezolano donde hay grandes desequilibrios en términos de competitividad».
«Algunos sectores no serían competitivos asumiendo el dólar y estas industrias podrían ser arrasadas mucho más de lo que son ahora», explica.
Por otra parte, subraya entre las desventajas que «ata las expectativas inflacionarias a las expectativas del país» cuya moneda asumes, en este caso EE.UU.
A MERCED DE LOS VAIVENES
Además, al no tener moneda propia, Venezuela quedaría «a merced de los vaivenes de la dinámica internacional y más en una economía petrolera como la venezolana», además de terminar «atada a las prioridades de política que asuma EE.UU.», que diseña su gestión monetaria para sí y no necesariamente se adapta a las necesidades venezolanas.
Es decir, al no poder tomar medidas propias no podría amortiguar los impactos de los ciclos económicos globales.
En gran parte, coincide Balza, quien asevera que quienes defienden la dolarización como una camisa de fuerza olvidan que emitir bolívares no es «la única manera que tiene el Gobierno para financiar sus gastos.
«Los Gobiernos pueden financiar sus gastos en cualquier moneda», asegura, razón por la que considera fundamental que cese la opacidad en el gasto público para que este se pueda fiscalizar, más allá de la moneda en que se ejecute ese gasto.
«Si a un Gobierno le dices: vamos a dolarizar para poner una camisa de fuerza, lo que estás diciendo es ‘no nos fijemos en el presupuesto, en las recomposiciones que hagan, a qué dedican el gasto, qué comprometen del territorio nacional para uso de otros países'», sostiene.
«Si el Gobierno es opaco en el manejo del gasto, no importa la moneda en la que lo haga», explica.
NO HAY GARANTÍA PARA LOS SALARIOS
Balza destaca que la dolarización no es tampoco una garantía para el salario de los trabajadores.
«En un país que se empobrece, no importa la moneda en que lo paguen. En EE.UU., hay gente pobre. Dolarizar no protege al trabajador si no tiene algo que vender la empresa en la que está y, lamentablemente, en Venezuela parte de la discusión política se ha desviado. Poner la dolarización como la solución o la panacea es pedir algo que tiene tanto sentido como pedir un presupuesto», dice.
Sin embargo, critica que haya quienes la reclaman como medida mágica porque es «más atractivo» que «pedir la rendición de cuentas» al Gobierno de sus gastos.
Eso sí y, de nuevo en el terreno de la ficción, Balza detalla que, en caso de solventar los problemas estructurales y adoptar el dólar, Venezuela también se enfrentaría a otro problema: el de las exportaciones.
«Si China devalúa su moneda con respecto al dólar, sus productos se abaratan», añade.
De ese modo, a una Venezuela hipotéticamente dolarizada «le resulta más difícil venderles a los europeos, por ejemplo, porque pueden comprar a los chinos más barato».
«Imagina un país como Venezuela, que en este momento lo que podía exportar era petróleo y ya ni siquiera, que tiene una industria muy golpeada por estos años de retraso tecnológico, esté atada al dólar y los chinos devalúen (el yuan). Entonces los venezolanos no pueden exportar ni siquiera a Colombia», concluye.
El país caribeño quedaría sin poder devaluar su moneda, inmerso en «otro tipo de problemas de crecimiento».
Es decir, se tapa una filtración en una pared con una mano de pintura pero sigue brotando agua.
Gonzalo Domínguez Loeda