Es imperioso rescatar el bagaje cultural Cuyca, que se resiste a desaparecer / Por: Lourdes Dubuc de Isea

Sentido de Historia / Boconó 459 años

Boconó, el gran encanto trujillano. Cortesía: httpssteemit.comspanish@katiuskagomez

Avanzada la conquista de América por el imperio español, en 1548 y desde El Tocuyo, Juan de Villegas al tener conocimiento de tierras de los Cuycas, envió una expedición al mando del capitán Diego Ruiz de Vallejo con la misión de explorar y ubicar oro, supuestamente observado en las riberas del río Burate. En 1560, Diego García de Paredes, resolvió de acuerdo con las autoridades respectivas, mudar a esta comarca la ciudad de Trujillo con el nombre de Trujillo de Salamanca: (…) trasplantó la ciudad a las cabeceras de uno de los valles que corren a las cabeceras del río Boconó por parecerle estaba en el centro de los Cuicas y por esta razón más cómodo para pacificarlos (…). Por supuesto presumimos que no habría ciudad como tal a no ser rancherías, alguna sencilla edificación para guardar libros y documentos, aposentos para los conquistadores y eventuales caballerizas. En el ínterin, se ocuparon y distribuyeron las tierras usurpadas a los indios, a quienes se les aventó a las zonas altas reservándose los españoles los valles. Una de estas encomiendas se otorgó a Juan de Segovia. A tres años de su instalación, discordias entre los encomenderos promovieron un nuevo traslado de la ciudad a orillas del río Motatán.

Sucedió entonces que, cumplido el hecho del traslado, los encomenderos que allí apacentaban ganados y labraban la tierra, se opusieron a esta decisión, y decidieron permanecer en el lugar. Uno de ellos, Juan de Segovia, encabezó la disidencia, y declaró su voluntad de permanecer allí. Posteriormente, su viuda doña Ana Ruiz de Segovia otorgó los terrenos a ellos encomendados para la edificación de la ciudad. Su hijo Pedro de Segovia erigió en ellos una ermita bajo la advocación de San Alejo, quien, desde entonces, ha sido considerado el patrono de la ciudad. De conformidad con estos antecedentes, el 30 de mayo de 1563 es considerado el punto de arranque de la ciudad como conglomerado urbano y sujeto a leyes específicas.

 

La etnia Cuyca

 

La cultura cuyca, se extendía para la época de la llegada de los españoles, más allá del territorio que hoy ocupa el estado Trujillo. Tres centros concentraban núcleos humanos de significación: Boconó, Carache y Escuque. Los primeros cronistas atribuyen a los Cuycas ser gente mansa, doméstica, pacífica, apacible, suelta y para mucho trabajo. En lengua chibcha Cuyca significa tierra, patria, región. Las comunidades Cuycas trabajaban parcelas ubicadas en valles y mesetas con herramientas rudimentarias (coa, hachuelas de piedra). Sus viviendas -de piedra, barro y paja- estaban construidas junto a la labranza. Canalizaban las aguas a través de acequias para irrigar los cultivos; construían andenes o catafós para prevenir la erosión; sostenían las pendientes con muros de piedra; usaban barreras vivas de cocuiza para alinderar los sembradíos; excavaban depósitos subterráneos o mintoyes para conservar los cereales y/o enterrar a sus muertos, y diseñaban estanques o quimpúes para almacenar agua en previsión de épocas de sequía. Conocían las técnicas del conuco, de la broza y del barbecho.

Se comunicaban entre sí y con otras etnias a través de caminos por las cumbres, tarabitas para cruzar los ríos, mensajeros portadores de cuerdas anudadas en haz o ramal cuyo significado solamente conocían los mohanes. Comerciaban figuras aladas talladas en piedra, placas de nefrita, pectorales de hueso, caracol, ágata, jade o serpentina usados como ornamentos (pendientes, cuentas, amuletos). Tejían mantas, hamacas y mantellinas de algodón; trenzaban con fibras vegetales objetos utilitarios: petacas, cataures, petates, y con arcilla moldeaban imbaques, pimpinas, chirguas.

Honraron a un creador universal: Shuta. Shut Turaronoy, Shut Sihutuma fueron algunas de sus representaciones. Los astros, el arcoiris, la lluvia, las corrientes de agua, los bosques, las grutas o santuarios, las culebras, los murciélagos, las ranas, fueron objetos de dignificación y respeto. Practicaban rituales mágico-religiosos para propiciar la llegada de la lluvia, el acuerdo amistoso, la prodigalidad de la cosecha o repeler un maleficio. Para honrar a sus dioses de la fertilidad, de la luz y de la noche ofrendaban ovillos de hilo y cuentas de hueso llamadas quiteros.

Amaban y protegían a los ancianos. Reverenciaban a aquellos especialmente dotados para el conocimiento y la ciencia espiritual. Conocían el valor y utilidad de hierbas para curar enfermedades, aderezar alimentos y prevenir malas influencias. Difundían mitos, leyendas y cantigas a través de danzas, rituales mágicos y representaciones teatrales, en las cuales utilizaban máscaras de pieles de animales y el caracol (guarura o botuto), instrumento aerófano ancestral nominado huanapaya por los incas.

Aun cuando había variaciones dialécticas, en la Relación Geográfica de Trujillo (Anónimo: 1576) se advierte: “la lengua es toda una y se entienden”. El haber solo una lengua en la provincia favoreció la relación interétnica con sus vecinos, los Timotes o Mucu-Chamas y los que habitaban territorios que hoy ocupan los estados Mérida y Táchira.

Estudiosos señalan basados en motivos lingüísticos, antropométricos y ornamentales, que los Cuycas representaban un lazo, roto para la época de la conquista, entre las tribus del centro de Venezuela y las naciones más avanzadas, como los Chibchas o Muiscas, Toltecas, Mayas y Quechuas. Todo este estudio está aún por complementarse y actualizarse.

Los Cuycas asistieron a la pérdida progresiva de su cultura decantada a través de los años. Lucharon con herramientas rudimentarias. Fueron vencidos. Su sacrificio, su heroísmo, sus luchas y sus penalidades quedaron confinados en viejos infolios. Se olvidó la lengua, perdieron sus nombres naturales, se destruyeron las piezas del arte y la plegaria, se desecharon las técnicas agrícolas y se introdujo el monocultivo, se alteró la distribución de la propiedad de la tierra. Se prohibió el sistema colectivo del trabajo. Los grupos familiares fueron desmembrados.

Gradualmente se fue gestando, con escasas y honrosas excepciones, la vergüenza del pasado. No se volvieron a mencionar los nombres de los Taitas. El propósito aparente era asimilar al indígena a devociones, hábitos y técnicas del opresor. El menosprecio de sus señales culturales se fue introyectando en toda la sociedad: “el indio derrama el caldo”, “indio tenía que ser”, “¡Hijo e`chuta…!”, términos despectivos para descalificar y humillar al indígena sobreviviente. Los santuarios fueron saqueados, las piezas artísticas destinadas al culto o al menester cotidiano fueron extraídas, negociadas, adquiridas por científicos y ubicadas en salas en museos del mundo (Estados Unidos, Alemania, Italia, Francia).

Un espacio especial

 

En Boconó se tiene un espacio destinado a ser asiento del Museo de la Nación Cuyca. Corresponde a estudiosos y especialistas trujillanos, rastrear noticias en los documentos manuscritos de la época, asumir la acción y presencia del indígena primigenio como orgulloso timbre de nobleza, y sembrarlas en la conciencia de la juventud. Si formáramos a niños y jóvenes en el conocimiento y respeto del pasado, si lográramos hacer entender a los gobiernos de turno y a las comunidades en general cuánto significan esos vestigios venerables, si se generara en el estado Trujillo y los Andes venezolanos un movimiento universitario que validara y enalteciera esas muestras, pudiéramos solicitar a los museos mencionados la restitución de las piezas… y en nuestra imaginación más aventurada presumir que habría caravanas de personas de todas las edades en visita respetuosa a estas reliquias, y podríamos, tal vez, reavivar el orgullo de lo nuestro. Se mantienen evidencias culturales en melodías e instrumentos, en la toponimia que identifica poblados y accidentes geográficos. En las prácticas colectivistas de la mano vuelta, el convite y la cayapa. En hidrónimos y antropónimos que perviven. En fórmulas para tratar maleficios y dolencias, en giros idiomáticos ajenos a la lengua castellana, en posturas y rituales ante fenómenos de la naturaleza y, sobre todo, en rasgos típicos de la personalidad del trujillano, que lo identifican con la bondad, la reciedumbre, la solidaridad, el trabajo, la creatividad artística, la modestia, la parquedad en el gesto y la palabra.

El nombre Cuyca, sigue viviendo en esos valores, en las tonadas cadenciosas y nostálgicas de las canturías andinas, su huella se advierte en las mixturas y colores que imprimen radiante luminosidad a las artes y artesanías populares. La variedad de los secretos aplicados en las cotidianas faenas de la siembra y la cosecha, son vertientes que siguen fluyendo. No se han perdido. Es imperioso rescatar ese bagaje cultural que se resiste a desaparecer. Hay una fuerza soterrada en esos hombres y mujeres que habitan los campos de Trujillo y a quienes alimenta de modo subyacente la llama de la libertad, por la cual su cultura resiste y sobrevive.

 

 

San Miguel
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