Así mismito, como la canción de Billo Frómeta, dedicada al popular cochero de la “ciudad de los techos rojos”, así se fue mi gran amigo y hermano Onésimo Caracas, “Caraquita” o simplemente “Necho”, como le decíamos sus más cercanos familiares y amigos.
Con “Necho” estuve ligado por más de 40 años, desde que un buen día llegó a mi vida recién culminado su ciclo como representante de ventas de la firma “Eveready”.
Era la década de los años setenta y en muchas oportunidades le vi llegar como siempre lo hacía, apurado e hiperquinético donde el recordado Rodolfo Zambrano, el también recordado “Bigote que Retrata”.. Allí acudía “Caraquita” a llevar rollos de película a revelar.
Eran fotos de sus vivencias personales y diversiones, imágenes que cuidaba celosamente y pasión que fue creciendo dentro de él, acrecentada al cumplir la meta como el excelente reportero gráfico en que se convirtió con el paso de los años.
Pero más allá de unas simple amistad, con “Necho” comencé a tejer una relación que iba más allá de lo natural, como por ejemplo un encuentro de trabajo, el compartir como amigos en nuestras noches de farra y bohemia, además del acompañamiento como “compadres” de lo cotidiano de la vida.
Onésimo Caracas me demostró que aquel dicho de que: “No hay amigos sinceros sino por dinero” es totalmente falso. Necho se convirtió en mi mejor amigo, en un compañero fiel en las buenas y las malas, en la felicidad y la angustia, en lo humano y lo mundano, además de demostrarme también su profundo afecto familiar y un respeto mutuo que con el transcurrir del tiempo se fortaleció mucho más.
Polémico, ligero para enardecerse por cualquier cosa y a veces hasta exagerado para reclamar algo, detrás de esa “coraza” de aparente dureza, se escondía en realidad un niño sentimental, un hombre generoso y un ser humano amoroso y excepcional.
Si me pongo a contar nuestras “cuitas” llenaría varios libros, incluso con él hablé de hacer un anecdotario con nuestras experiencias y esas cosas inolvidables de sus oportunas y jocosas ocurrencias.
Cuando teníamos alguna discusión y él o yo nos marchábamos enojados, ese distanciamiento no duraba mucho tiempo, puesto sentía de inmediato el vacío de su ausencia y hasta él mismo me ratificaba lo mismo, cuando de nuevo cruzábamos palabras.
Notaba yo también, que al volver a reiniciar la amistad, su cara resplandecía de alegría, al saber que a este enojado mortal, ya le había pasado el sofocón, entonces retornaba a él la tranquilidad de saber que continuábamos siendo amigos.
¡Ohhh Necho!, hermano querido, jamás imaginé que luego de aquel partido de softbol entre tu amado equipo de Reporteros Gráficos y los muchachos del Ministerio de Transporte, solo te quedaban dos días de vida.
Qué no hubiera hecho para aliviarte mi viejo, tal como lo hice en el año 2013 en Caracas, cuando viajaste junto a nuestro otro hermano incondicional, Francisco Graterol Vargas a los Juegos Nacionales, momento que arribaste a la gran Caracas muy débil y enfermizo.
Cómo gocé al verte tomando un buen café con leche y un sandwich en aquella cafetería en la que te sentiste aliviado y renovado por encontrarme para compartir cuitas y las alegrías que acostumbramos por tantos años.
No quería escribir Necho, porque tengo arrugado el corazón, porque no quiero aceptar el vacío de tu figura ahora etérea; ni tampoco creer que ya no estés junto a nosotros.
Me niego a aceptar tu muerte. Creo que solo me echaste “otra de las vainas tuyas”, como cuando me llamaste a las tres de la madrugada de un día cualquiera para decirme que ibas a cantar “Caminito de Guarenas”… madre susto a esa hora y tu disfrutando de la música de Billos en el Valera Tennis Club. . Ohh amigo mío, ¿por qué te fuiste así?, sin despedirte, sin decirme que me amabas como a uno de los tuyos, aunque yo ya lo supiera de hecho; sin cumplir la meta que nos fijamos para después de Semana Santa, sin celebrar otra Navidad junto a ti donde Raúl, donde Mario o en la casa de tu suegra Socorro, antes de irnos a nuestras residencias los días 24 y 31 de diciembre.
Te dormiste Necho y no quisiste levantarte más. Tal vez como lo hizo “Isidoro”, me engañaste y engañaste a Leticia esa noche aciaga que decidiste conversar por última vez con ella, de poner abono a tu mata de aguacate y hasta tener tiempo para llamarme y decirme que ya me habías enviado las fotos del juego.
¿Por qué Necho no me dijiste si sentías algún malestar? Como siempre te hubiese dado mis palabras de aliento, fortaleza y mis consejos como médico frustrado pero con mis buenas intenciones… tal vez eso te hubiera dado el motivo para querer despertar al otro día, que siguiéramos siendo amigos y continuara la vida.
Hoy, luego de ver tu féretro ingresar al camposanto, no quise estar mucho allí. No quise ver cómo enterraban a un hombre tan recio y terco como vos. No quise aceptar que ese cuerpo inerte en el cajón de madera era el tuyo, de mi Necho que ya no lo tengo más.
Gracias amigo por ser así, por ser sincero, leal, necio, gruñón pero un amoroso hombre, mejor hijo, padre, hermano, esposo y amigo… gracias Necho por existir en mi vida.
Cuando en la soledad de este cuarto pienso en ti, recuerdo no sé porqué razón la letra de “Isidoro” y me provoca cantarla a tu estilo… “Epa Caracas, buena broma que me echaste, el día que te marchaste sin acordarte de nuestras promesas…Epa mi Necho, por las calles de los cielos, recordale a Papa Bueno que dejaste solo a este viejo ruin”.
“Y sigo pensando que ese viaje tuyo no era necesario, ahora que Valera está celebrando su bicentenario. Epa Caracas, por las calles de los cielos, recordale a Papa Bueno que aquí hay gente amiga que te amó también”.