Entre el bien y el mal

 

A mi longeva edad quisiera solo ver películas de Blanca Nieves y la Bella durmiente. Cerrar los ojos y ver las maravillosas playas de Margarita o los imponentes Andes, llenos de flores amarillas, los extraordinarios frailejones, que de alguna manera, endulzan nuestra vida.

Resulta que tenemos una serie de artefactos tecnológicos: el celular, la tableta, la laptop y la computadora, entre otras formas que nos enseñan, -gracias a Dios- lo que ocurre, aquí y más allá. Como periodista me encanta y como docente también. No obstante, como mujer venezolana, abuela, madre, viuda, amiga y hermana el sufrimiento que observo en los entornos, me resulta, en ocasiones, inenarrable, insoportable.

La brutalidad de quienes tienen la obligación de cuidar a otros y terminan maltratándolos hasta la muerte, hace que nos preguntemos: ¿son gente, son humanos, tienen alguna sensibilidad? O, ¿estamos frente a bestias disfrazadas de seres humanos? Las preguntas atormentan en estos días, ¿de qué se trata? ¿no distinguen el bien del mal? Por supuesto, no importa lo que digan, no creen en Dios, ni en la otra vida, ni mucho menos en un posible castigo eterno.

Se burlan del infierno, y creen que no hay Justicia Divina. Los mandamientos de la Ley de Dios, tajantes en lo que se refiere a la muerte: “No matarás” no resultan, ni influyen en la conciencia de quienes se sienten como Dios, y deciden sobre la vida y la muerte, casi siempre de quienes sí seguimos esos mismos mandamientos.
Demuestran odiar al prójimo, al “que se debería amar como a ti mismo”. Vuelta a la preguntadera: ¿Se querrán ellos mismos?, ¿Se sentirán bien con la forma como son? Y, particularmente, ¿se aceptarán como asesinos? ¿Y, su conducta?

Son esas las preguntas que me atormentan y, a las que no puedo dar respuesta, por cuanto a esos “pequeños entes” (seres, por supuesto no son) los veo, en definitiva, sin alma, sin espíritu, completa y absolutamente, desvinculados de lo que se conoce como humanidad y, también humanismo.

Hemos sido ingenuos, casi idiotas, en nuestras creencias y comportamiento, pareciera que llegó la hora de reconocer y aceptar que hay una lucha entre el bien y el mal. Recuerdo ahora, la expresión de una querida amiga, sabia, ya fallecida: “Las pendejas, no entran ni al cielo”. Gran aprendizaje. No olvidarlo.

 

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