Encuestas: medición y evaluación del liderazgo y el comportamiento ciudadano ante la crisis venezolana

Por: Luis A. Villarreal P.

Las encuestas del ámbito electoral, pese a que no son instrumentos estadísticos de medición infalibles —no por sus cálculos y técnicas, sino por la supuesta veracidad de los datos que recolectan—, y a que las mismas podrían parcializarse o ser trucadas por la competencia electoral, no dejan de ser atractivas a la curiosidad de quienes —electores o no— desean saber las circunstancias en que se mueve todo el espectro de aspiraciones al poder y el afán de figuración en el mismo, cualesquiera sean sus instancias y niveles.

Las encuestadoras más o menos confiables sirven a la conveniencia o conformidad de tener una aproximación cuantitativa de lo que ocurre en la aceptación y rechazo de la oferta del liderazgo: de las organizaciones políticas y los dirigentes.

¿Que si hay encuestas confiables?, podría ser; pero no del todo. Aun así son referentes valederos. Y si lo son, entonces producen un efecto en buena parte del electorado, más sobre quienes siempre quieren ser ganadores y no perdedores. Cuadrarse a ganador —aunque no importe tanto el meollo de las propuestas o lo que podría ocurrir una vez el poder en las manos— es parte de una idiosincrasia obnubilada que no sopesa las implicaciones de fondo.

Mientras hay otros electores que optan por apoyar a su candidato sin importar si va rezagado en las encuestas, solo porque valoran su propósito y confían en él. Este voto, no es el aguafiestas sino más bien un acto firme y compacto de ciudadanía, o al menos de lealtad.

Podría ocurrir que en nuestra Venezuela actual —desde hace rato—, haya coincidencias. En las fatales circunstancias los votantes no tienen qué más escoger si en realidad piensan en hacerle un cariñito a nuestro aporreado país. La decisión electoral ya no la impulsan las propuestas administrativas, económicas, sociales, etcétera… sino la urgida necesidad de un cambio político que debe ser radical, si es que queremos limpiar y adecentar nuestro gran país ahora destartalado y en lamentable estricote.

En esta cruzada electoral que se avecina no nos estaremos guiando o motivando, separadamente, por temas [problemas] tan diversos e importantes —seguridad, soberanía, servicios públicos, educación, salud, justicia, producción e industria, ambiente, y salario, entre tantos otros—, porque el punto crucial de la abrumadora mayoría es la colocación del poder político en otras manos, como única forma de empezar a dar tratamiento a ese compendio de desbarajustes en los poderes del Estado; en sus instituciones, en el bienestar social, que tanto afecta la moral y el ‘quicio’ de los venezolanos.

Los debates que podrían darse entre opositores, ya no serían de fondo sino de forma; redundarían en la afanosa búsqueda de transmitir confianza y compromiso por parte de los aspirantes a presidenciales. Hemos visto las propuestas de los precandidatos y coinciden en lo elemental, que es librarnos de este sistema de gobierno con el que no se podrá hacer nada que no sea oxigenarlo, darle más tiempo, y contribuir ‘obsecuentemente’ al hundimiento del país.

Hay partidos y líderes que buscan ser ‘diferentes’, buscando —con sus propuestas de »perdón y reconciliación»— ganar las indulgencias de un electorado sin sentido histórico de la impunidad, ni del deber de reivindicar  los valores del derecho y la justicia.

Los hay también, y están siendo criticados o cuestionados por ‘luchadores’ light, con propuestas más escrupulosas y consecuentes que desde ahora le están dando un No rotundo a la impunidad; previendo la justicia que ha de venir e imponerse, aunque ello conlleve a la alarmante ‘persecución’.

La idea de hacer a un lado al CNE y su condición de ‘cooperar’ con las Primarias bajo un todo o nada, se desplaza desde la necesidad opositora —en aras de un proceso autónomo y ajeno a los intereses oficialistas— al capricho de Capriles y Rosales que tirrian para hacerse acompañar por el ente electoral cuestionado.

¿Por qué? Se me ocurre que están más afianzados al oficialismo que a sus ‘compañeros’ de oposición. Piensan en ellos no en el país. Que podrían salir ganando estando en sincronía con el poder que disuade a los electores. Quiénes más de la Plataforma Unitaria Democrática están en la misma tónica. Y cuántos partidos ven con buenos ojos la habilitación de una plataforma como el SAI, no sólo para encuestas —a la postre confiables y convincentes — sino para realizar las Primarias.

Con lo ocurrido en Paraguay y en Chile, pareciera que hay un resquicio de luz en los vaivenes socialistas sudamericanos. Este podría ser el punto de inflexión reinterpretativo del modelo ideológico antiliberal que se alejó de sus propias teorías y varianzas, a objeto de servir de parapeto a los autoritarios que en su nombre pretenden seguir sojuzgando, arruinando economías y vidas, anclándose indefinidamente en el poder, con un pseudo socialismo manufacturado en Cuba, bajo ‘filosofías’ y ‘doctrinas’ castro chavistas.

En el caso paraguayo, Santiago Peña del Partido Colorado —organización conservadora, y casi invicta en las contiendas electorales por décadas—, recién electo Presidente, no sin las riñas de actas contra votos, sí dio a entender la reapertura diplomática con Venezuela, pero enfatizando que:

“Creemos que hay que enriquecer la democracia. Nuestra voz siempre va a ser una voz de apoyo al pueblo venezolano”.

En relación a Chile, las fuerzas democráticas —incluída la postura socialista del presidente Gabriel Boric, porque no comulga con ‘socialismos’ de dictaduras a espaldas de los derechos humanos que infringen sistemáticamente— se han propuesto seguir adelante con la reforma constitucional. Solo habrá que esperar las propuestas que irán al próximo plebiscito, tal y como lo desean diversos sectores de la nación chilena.

Se cree que la polarización de los ultras —de derecha e izquierda— tendrá que ceder y dar paso a puntos convergentes si realmente quieren una nueva constitución. El partido Republicano, con José Antonio Kast, y la coalición socialista de Gabriel Boric están obligados a centrar un adarme sus férreas y extremas posturas, u olvidarse de una Nueva Constitución Política que busca zanjar diferencias y dinamizar el potencial socioeconómico que ha mostrado el país.

En ambos casos, nos corresponde presumir la buena fe de quienes asumen cambios y responsabilidades tendientes a acelerar la evolución de la democracia continental, de cara a los Derechos Humanos y al principio de la Alternancia en el Poder.

 

 

 

 

 

 

 

 

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