“Siglo XXI, tiempo de imagen y conocimiento = Ciencia y tecnología”
Todavía es algo frecuente escuchar en toda la geografía nacional a viejas y nuevas generaciones narrando experiencias sobre la aparición de espantos. Uno de los casos más recientes, que por cierto al momento de aparecer en las redes sociales de inmediato se hizo viral, es el referente a la presunta aparición del espanto de La Llorona a funcionarios castrenses que montaban guardia a medianoche en una alcabala de control en Tejerías, estado Aragua. Hago este señalamiento como soporte al siguiente relato acaecido hace muchos años acá en el municipio San Rafael de Carvajal.
Una partida de cartas
Mi padre Ramón Ignacio Huz, además de enamorado, era un gran conversador, aficionado a las riñas de gallos y al juego de baraja, al que cuando la ocasión lo ameritaba, dedicaba largas horas, estas por lo general eran nocturnas. Antes de partir al plano celestial, en una de sus ocasionales pláticas me refirió que allá por los años de 1950 hasta comienzo de 1970, los sectores que hoy conocemos desde La Horqueta pasando por Campo Alegre parte alta y baja, hasta Sabana de Cuba por el lado derecho y partiendo de La Horqueta atravesando por El Amparo hasta Colón, en el punto izquierdo; la mayor parte de estas extensiones eran un solo chivirital, plantado de leño negro, charcas de agua de lluvia que servían de hábitat a sapos y ranas, uno que otro inmenso árbol centenario bastante distantes. Mi papá hizo este preámbulo para revalidar su encuentro con uno de los tantos espantos que desde siempre han existido en esta meseta.
A este respecto señala. “Recuerdo cuando a eso de las dos de la tarde de un día lluvioso, ya regresando del trabajo en Valera, media cuadra antes de llegar a la casa situada en la calle principal de La Cantarrana, me encuentro con el pariente Evaristo Matheus y el amigo Joaquín García, quienes me comunican y motivan para que asista a una mano de cartas que a partir de las seis de la tarde se formaría en la parte alta del sector El Amparo, a unas cuantas casas donde hoy queda el bar “El Rubí”. Como era viernes antes del Domingo de Ramos y al momento no tenía nada pendiente por hacer, les acepto la invitación, indicándoles que iré en un rato.
Con la puntualidad característica hago presencia en el lugar a la hora antes indicada, donde pasan más de cuarenta minutos sin asomo de comenzar el juego por cuanto se está a la espera de la llegada de un invitado venido de Escuque, situación que me incomoda porque no me gusta esperar a nadie, menos a hombres. Ya a punto de irme, molesto por la demora, cosa que no hice antes por el torrencial aguacero que se desplomó, ya estaba amainando el agua cuando de repente se presenta el personaje esperado, a quien ya conocía, luego del saludo y disculpa por la tardanza se da inicio al lance, me incorporo y comienzo perdiendo muy seguido, lo que me produce desgano, comienzo a pasar para atraer la suerte, pero nada cambia, escampa y hace mucho frio, pasadas varias manos, ya siendo cerca de la una de la madrugada del sábado, al no ver mejoría en el juego, decido retirarme de la partida e irme, lo cual hice después de despedirme».
La Llorona
Por la cercanía del lugar y no poseer vehículo lo hago a pie, situación a la que estoy acostumbrado además de siempre andar solo.
Salgo rumbo a mi casa con la calle iluminada por el fulgor de la luna llena, un total silencio y una inusual gélida nocturnal que penetraba los huesos. Estaba un tanto molesto conmigo mismo por no haber tenido la previsión de haberme traído una chaqueta o un abrigo como protección contra el frío, iba callado, considerando que ese no había sido mi día de suerte, ya había pasado por el frente de unas ocho casas más abajo del punto donde había dejado la apuesta, cuando algo imprevisto me llama poderosamente la atención y me detengo a observar la intempestiva visión a cierta distancia de la figura de una mujer alta, con abundante cabellera negra y suelta, luciendo un largo vestido blanco con mangas que le permitía mostrar su atractiva y sensual figura, calzando zapatos negros con tacones que caminaba lentamente, con elegancia y clase, emanando una exquisita fragancia a azahar, sin mostrar en ningún momento su rostro mirando siempre al frente. Me detuve a observar el ambiente en detalle, la silueta femenina hizo lo mismo, conocedor del sexo opuesto aproveché la circunstancia para preguntarle con astucia y cierta desconfianza:
– ¿Oiga señorita, si no es molestia, se puede saber de dónde viene usted?
Ella con suave voz me contestó: -Vengo de un baile que hay en Carvajal, a unas cuantas cuadras más arriba de la plaza Bolívar-.
– Yo la volví a sondear: ¿Qué hace usted a esta hora tan sola en la calle?
A lo que ella me respondió pausadamente: -Voy en busca de mis hijos que están solos-.
La interrogué de nuevo: ¿Hacia dónde se dirige? Sin alterarse me confesó: –Voy a mi casa, quieres acompañarme.
Arrancando a caminar, sin darme chance a responderle. Un tanto confundido ante tan extraña y enigmática mujer decido seguirla, cuando la vuelvo a tener a corta distancia, ya estaba cruzando la esquina del “Nuevo Bar”; le inquiero otra vez ¿Dónde vives?
Ella acelera el paso y con cierta alegría me señala: En cuatro esquinas, en Carvajal arriba, acompáñame hasta mi casa y la pasaremos bien-.
En la curva que está una cuadra más adelante del centro social antes mencionado, bajando hacia el zanjón “El Chama”, la vía está totalmente a oscuras, la luz de la luna la tapaba la repentina aparición de un nubarrón. La femenil figura continúa avanzando hasta detenerse a media carretera, parándose sobre el espacio donde reposa la alcantarilla que sirve de cauce a las aguas fluviales que caen a este desagüe natural, cuando trato de acercármele para intentar ver su rostro, esta súbitamente se eleva y esfuma, tal como había aparecido.
Asustado y confundido apuro el paso en dirección a un poste de alumbrado público colocado a la distancia, a un costado de la casa de María Mora, en ese preciso instante se deja escuchar un lastimero y tétrico grito, que le pone los pelos de punta al más macho, a medida que el chillido se repite se va oyendo cerca, todo tembleco, más «cagao que palo de gallinero», apreté un Cristo de plata que al instante de la aparición había sacado de la cartera y sostenía en la mano derecha, me santigüé, y tartamudeando empecé a rezar el Padre Nuestro en voz alta y apreté la carrera hasta donde estaba la luz. Estando al lado del poste de iluminación todo aculillado, aún temblando y sudando frío del miedo, involuntariamente vuelvo la mirada hasta donde pasa el drenaje y claramente veo una sombra oscura con la cara cubierta de larga cerda fuliginosa mirando hacia donde estoy, los macabros lamentos y gritos llorosos se escuchan otra vez con más intensidad, simultáneamente comienzan a aullar perros y gatos cercanos.
Todo esto aconteció muy rápido, sentí un escalofrío, quería salir corriendo pero no podía, el pánico que sentí me lo impedía, mi turbación era tal que me pareció una eternidad, estuve parado y rezando bajo la luz del poste casi hasta las cinco de la madrugada, a esa hora unos vecinos todos borrachos que venían de la fiesta de un matrimonio en La Hoyada se asomaron a la distancia de inmediato, agradecí a Dios su llegada, después del saludo de rigor compartí con ellos un fuerte campanazo de la botella a terminar de «caballito frenao» que cargaban y aproveché la compañía para terminar el retorno a mi hogar, sin atreverme a hacer ningún comentario sobre lo que considero el susto de mi vida, ya en mi casa me baño y luego de rezar otra vez, me acuesto a descansar hasta bien entrada la tarde.
Pasados los días santos, una tarde comenté el suceso a unos amigos entendidos en esta materia, entre estos al párroco de Carvajal quien me dijo: -Ramón. no pasaste de un susto porque eres hijo de la promesa y Dios te cubre y protege con su manto celestial-.
Los otros concordaron en que esa era La Llorona, que venía de una fiesta que algunas ánimas en pena celebran en luna llena en todos los cementerios y que este Cristo de Plata que siempre me acompaña en la cartera, bendecido hace muchos años por unos misioneros que estuvieron un tiempo catequetizando en todo Carvajal, y el Santo Rosario que desde el primer momento de asomarse la funesta figura comencé a rezar mentalmente en latín, que es como lo aprendí del padre Francisco Viloria, fueron mi salvación; hay espantos de espantos, lo digo yo que lo viví, desde ese día evito andar en la calle a medianoche, a menos que sea muy necesario.