“Nombres de Venezuela / fragantes y seguros / corriendo como el agua / sobre la tierra seca / iluminando / el rostro / de la tierra / como el araguaney cuando levanta / su pabellón de besos amarillos” Pablo Neruda
Como país tropical nuestras variaciones climáticas se ubican en torno a la ocurrencia de las lluvias las cuales determinan nuestras estaciones, “seca” a la que solemos llamar verano y “lluviosa”, a la que denominamos invierno. También nuestro país, en tiempos de carnaval y cuaresma, nos muestra un esplendor florecido de muchas especies de plantas, de modo significativo algunos árboles que colorean nuestras ciudades y extensa geografía; para ello es necesario abrir las ventanas de la casa donde habitamos y de la casa del corazón donde vivimos, para que nuestra mirada despierte con la geografía sensible de nuestras floraciones arbóreas y de otras especies en esta estación de sol y tierra seca. Además, hacerlo nos dará pausa y sosiego en la tensión de las guerras y acciones fanatizadas que enceguecen mente y vidas.
En estos días de solaz, miremos en derredor y nos impactará la luminosidad de nuestra estación climática, con la expandida floración que se levanta en las ramas de los árboles y despliega en la tendida alfombra floral de su sombra. La variedad de colores le da nuevos matices a las calles urbanas y a los caminos carreteros. Su existencia ha impreso la identificación de pobladores que nos precedieron, hasta el punto de darle nombre a pueblos y lugares que se reparten por nuestra geografía. La invitación es a disponer la mirada para encontrarnos con un paisaje que propicia ir mirando con encanto, para que se nos convierta en viaje y vida; como expresa el lema, “en la vía, la vista es la vida”.
Entre todas esas floraciones destaca la del araguaney, que inunda con sus ramas de soleados amarillos, los cálidos bosques de montaña baja, claros y deciduos (que pierden sus hojas en verano), mientras en calles y caminos, forma ríos como diadema de oro que el sol enciende en la diversidad del día. Es así como en nuestra Ciudad Guayana, entre los bosques del gran parque Caroní y sobre la avenida Guayana, el esplendor amarillo de sus flores expande la fuerza y energías de las aguas del Caroní. Merece aprovechar la tregua de estas jornadas para ir a los parques y mirar con asombro araguaneyes y otras especies florecidas. Nuestro novelista y maestro Rómulo Gallegos, llamó a los primeros meses del año, “la primavera de oro de los araguaneyes”.
Jesús Hoyos, destacado biólogo con dedicada especialización botánica (quien recordamos en sus tiempos de formación académica, cuando impartió clases de biología a nuestro tercer año del bachillerato), en una de sus obras “Flora emblemática de Venezuela”, nos ofrece valiosa información sobre este árbol tan significativo de nuestra geografía y nuestros pueblos, declarado árbol nacional de Venezuela el 29 de mayo de 1948; por su hermosura y porque mientras más riguroso es el verano que calcina la tierra, más esplendoroso florece; símbolo de nuestra venezolanidad que muestra su mejor condición humana cuando es mayor la adversidad.
“Si el samán y la ceiba son la historia patria, el araguaney es la geografía y es el pueblo. ¿Quién no ha presenciado un araguaney sin sentirse instantáneamente invadido de alegría?. Hay árboles que pueden ganarle en robustez, frondosidad, longevidad, pero ninguno puede rivalizar en vistosidad y belleza con el araguaney”. “Además de su gran valor ornamental, se le aprecia por su madera que es dura, compacta, pesada, con textura fina, se conserva bien en lugares húmedos y no se resquebraja al ser expuesta a la intemperie, lo cual permite que tenga una serie de aplicaciones en trabajos de carpintería”.
Científicamente, el araguaney “es conocido con el nombre de Tabebuia Chrysantha. Tabebuia es nombre indígena y Chrysantha deriva del griego que significa “flor de oro”. Aravenei parece ser antigua voz caribe que denominaba al araguaney”. Nos relata Hoyos, “se sabe que al sur de Píritu (Anzoátegui) se fundó hacia 1660, la población de San Miguel de Araveneycuar, en honor de nuestro araguaney”. Con el nombre popular de araguaney se conoce en Venezuela a otros árboles parecidos que también tienen una floración amarillo-dorado y se denominan, según la región, Acapro, Curarí, Araguán o Cañada, Flor Amarilla y Puí. ¡ Cuántos pueblos venezolanos derivan su identidad desde estos nombres !.
Otra vistosa floración arbórea es la del apamate, cuyo nombre científico es Tabebuia Rosea, pariente del araguaney; es un árbol de 11 y hasta 25 metros de alto, bello, útil y de los más cultivados de la flora venezolana. En muy frecuente su presencia y su floración se muestra con una elegancia y belleza bondadosas que dan un sutil encanto en los jardines de edificaciones y aceras de calles apacibles. La gama de colores que nos ofrece y asombra en los apamates, varía entre el morado intenso, el lila, el rosado y el menos frecuente blanco. Es el árbol emblema del estado Cojedes, donde se muestra profusamente. En algunos sitios le llaman roble, roble negro, roble colorado y orumo, pero el más generalizado es apamate. Andrés Eloy Blanco, nos deja el pesar vacío de la ausencia, con los morados de la tarde en su poema “La flor de apamate”: “! Qué pena de medio luto / tiene la flor de apamate, / qué pena de medio luto, / desde que tú te marchaste !”.
Otro que igualmente pertenece a la familia botánica de las Bignoniáceas y destaca con luminoso azul es el Abey, ampliamente conocido como Jacaranda, que igualmente nos asombra entre las plantaciones arbóreas en jardines amplios y parques urbanos. Por estos días, el campus de la UCV y el Jardín Botánico nos muestran algunos ejemplares hermosamente florecidos. Al mirar esa vistosa floración se nos ocurre vincularle con la palabra jacarandoso, es decir, gente donairosa, alegre y desenvuelta, que va cantando jácaras.
Otro árbol que pone una nota floral en nuestra primavera es el bucare del cual se distinguen, el bucare anauco o bucare reinoso, Erythrina Fusca, flora emblemática del estado Trujillo; y el bucare rojo o ceiba, Erythrina poeppigiana, emblemático del estado Mérida; hay otras especies en la zona norte y húmeda de Venezuela ya que fue muy utilizado para “sombrear” las siembras de café y cacao. Su inflorescencia es grande y con vistosas flores anaranjadas.
Nuestro roble, diferente al europeo del mismo nombre, pertenece a la gran familia de las leguminosas y es del amplio género de Platymiscium que son una importante fuente de madera con amplio uso en ebanistería y carpintería. También se le nombra roble blanco, roble gusanero, roble gateado, roble montañero, roble colorado, tasajo y uvedita. Sus flores son muy numerosas y perfumadas, pequeñas, de color amarillo-marrón, que se agrupan en manojos como ramos. Está ampliamente distribuido por las zonas cálidas del país en los bosques semi-deciduos de la baja montaña y los llanos. Es árbol emblemático del estado Sucre.
La acacia flamboyant es otra especie cuyo origen se sitúa en Madagascar y trajeron a nuestramérica los portugueses al igual que al mango; su forma abierta como desplegada sombrilla y la intensa coloración rojiza de sus inflorescencias, la hacen muy llamativa y decorosa; buena para cobijar con su rubor, el poema “coloquio bajo la acacia” del mismo Andrés Eloy.
Hay muchas otras floraciones de árboles, aun cuando menos vistosas, a lo cual se agregan otras especies de arbustos y plantas enredaderas que también disponen sus diversas maneras de florecer para impactar nuestros sentidos e inundarnos de distintos colores que motivan al disfrute de la vida, en cada día de estos días. Nuestra flora tropical, autóctona o viajada, nos alumbra la tierra cuando florece. Entre ellas, en esta época, destacan las trinitarias de diversos colores; venidas de Brasil están dispersas en todo nuestro territorio, donde el clima les es favorable; también otras, -junto al azul del chaparro, al que algunos conocen como tostadito-, asoman por encima de los muros y nos asombran en cualquier ángulo de las esquinas.
Es oportuno hacer consciencia que nuestro disfrute de hoy es la cosecha que hacemos de las abundancias de la naturaleza y por las generaciones de amorosas manos que con sus callos y sudores -también con sus sueños-, sembraron y resguardaron esas especies. En tiempos de guerra es necesario trabajar la paz; la siembra de plantas frutales, leñosas y ornamentales, es buen ejercicio amoroso por este país y esta Tierra-patria que nos reclama contribuir a la vida.
Con esa consciencia, encendidos de sol con nuestra primavera y con el lirismo del color que da alegría para la vida, dispongamos “ojos y manos / y corazón y cabeza”, para ayudar a dar renovado giro al rumbo planetario, hacer un mejor espacio donde vivir, vinculados con los otros y la naturaleza de tal modo, que todos quepamos y vivamos con dignidad dentro de nuestra Tierra, en el respeto y la colaboración para el buen vivir de todos.
Casatalaya, caracas, domingo de ramos 10 de abril 2022.