
La vieja fiesta de antruejo tuvo antes una inmensa resonancia en Valera. Ciudad festiva vestida de luces para la celebración. En círculos cerrados los amantes del club, y en círculos abiertos, los de la calle, ambos asiduos participantes en el jolgorio, que nunca eludió el potencial festivo del espíritu desbordado en ánimo, risas y por qué no, en sorpresas, pues el Carnaval en su desarrollo genera algunas sorpresas a muchos.
En Valera hubo en el año 1922, o mejor, por esa década total, un inmenso clima carnestolendo, pues esos carnavales se preparaban con suficiente anticipación y se elaboraban grandes programas de amplia circulación para que la gente se enterara y, por consiguiente, participara animadamente.
Carnaval en Valera, fue el nombre de una de aquellas fiestas, concretamente la de 1922, como “Homenaje de risa, de amor y de locura al cuerdo año de 1922”. Así decía el encabezamiento del amplio díptico que circuló profusamente, armado de una literatura festiva que llenó por completo el espacio del papel.
El directorio de la festividad tuvo especial cuidado en incluir a casi todos los sectores de la ciudad en el cubrimiento de los actos programados, por lo que el carnaval de aquel año pudo recorrer, con su risa y su locura, hasta los límites de la todavía pequeña urbe, por lo que la gente celebró y bailó en sus propias calles empedradas unas, atierradas otras, con los improvisados músicos que seguramente las fueron recorriendo para llenarlas de voces, canciones, así como de los accesorios infaltables de esa celebración del pueblo, más antes que ahora, pues el desborde de contenidos para adornar y lanzar eran profusos, y de más colorido y vistosidad, ya que las calles eran convenientemente arregladas con cenefas y otras figuras ornamentales, para llenar de ambiente carnestolendo todos los espacios citadinos.
Aquel directorio, acertadamente nombrado e integrado, no dejó escapar detalles para el máximo esplendor posible, por lo que en el mismo programa, en recuadro superior de la última página, daba el consabido mensaje de bienvenida y cordialidad, escrito en la siguiente forma: “El Directorio, justamente inspirado en los principios de hospitalidad, solicitud y cariño, que Valera siempre ha practicado con los elementos dignos que ingresan en las filas crecientes de su hogar, se complace en invitar a todos los buenos adoradores de Antruejo, a fin de que se sirvan formar parte alícuota o entera en estos dulces y fervorosos ejercicios de espíritu. Amén. Esto decía la florecida llamada a la participación. Se ponía a la ciudad, como siempre ocurrió, centro de un vasto hogar de todos, con la ética de una conducta animada por las buenas causas y las mejores actitudes, como formación cultural de una gente que supo ocupar su puesto social y jamás faltó el respeto de su gentilicio, pues tomó partida por el bienestar del progreso de la urbe, como primera condición de la vida social.
Aquellos animados dirigentes, hechos voces de todos los pobladores, integraron una comisión que dirigió plenamente la celebración, y la cargó de actos diversos para todos los gustos sociales. Nombrada el 7 de febrero de 1922, estuvo integrada por el presidente del Directorio, E.O. de Ballard (como si fuese un consumado seudónimo más bien); el vicepresidente Rafael Ordóñez, el tesorero, Eulogio Delgado, y el sub-secretario, Humberto Álvarez de Lugo, todos ellos personas muy participativas comunalmente, tanto que el tiempo los recogió y guardó para que este porvenir, que se repite en momentos en que afloran cuestiones del pasado, los nombre a veces, y los renombre como premio a lo que hicieron en función de ellos mismos, y de los demás, que es, en todo caso, lo importante. El programa circuló con autorización de las autoridades civiles del distrito, en este particular, del jefe civil de Valera que era el general Perfecto Crespo y su secretario, el señor Gustavo Gallegos… Ellos firmaron la aprobación del programa.
UNA PROCLAMA INTRODUCTORIA… El programa de los carnavales valeranos de 1922, estuvo iniciado por una extraña y bien escrita proclama introductoria, en la que se adjuntaron hechos de la situación mundial y avatares de la conflagración universal, tanto en Europa como en el país del Norte, para desafiar al mundo y a aquel escenario de guerra, pues en este distrito del estado, se quiso declarar también un enfrentamiento, pero no de locura para la muerte, sino para la risa; y no para el llanto colectivo, sino para la alegría, pues eso y no otra cosa ha significado el carnaval en su amplia presencia de siglos, en el mes de febrero (que lo identifica), de todos los años habidos y por haber. Señalaba la introducción que: “Cuando influenciados por el grupo de pensadores que trabaja en Francia a fin de conseguir una rápida y definitiva implantación de lo que hoy se llama la cultura del miedo, y por los altos políticos que acaban de concurrir a la conferencia reunida en Washington, para ver de alcanzar una presunta reducción del material de guerra del mundo (…) llega al campamento un mensajero del dios Momo nos invita a combatir, en nombre de la causa gloriosa que acaudillan la locura, la risa y la alegría…”.
Y hablaba luego, de las cualidades siempre de Valera para la alegría por la derrota de la tristeza que nunca ha estado entre nosotros, ni la gazmoñería, ni la cordura, pues en Carnaval no procede la cordura. Por eso, aquella directiva aceptó el reto, según declaraba el programa, que decía: “Por tanto, el Directorio, que dicho sea de paso es un señor poco amigo de burlas ridículas y chanzas de mal gusto, (…) ha dispuesto hacer una completa movilización de todo lo que ríe, vibra, llora y canta dentro del alma valerana, esto es la dama que cuenta las penas y alegrías del corazón por los años que ha vivido; el caballero que impone respeto y acritud, más por las canas que pintarrajean de harinas sus barbas apostólicas (…) la niña que quiere hacer su debut social con éxito, el boquirrubio de cuello tieso y rostro perfectamente rasurado: es decir, todo aquello que el buen gusto tiene inscrito dentro de sus leyes sociales, que el sentido común rechaza y la locura acepta como un licor queda la salud y da la vida”.
Hablaban finalmente, de la necesidad de que los jefes, oficiales y soldados que formaban las huestes carnavalescas de 1922, emplearan a fondo sus destrezas, atributos mezclados con argucias y zancadillas, con los fines de cumplir hasta la saciedad ese “semicuasibosquejoproyecto” que habían constituido como Plan de Programa, para cuatro largos días de celebraciones y pomposidades.
LOS DÍAS DE ANTRUEJO… Cuatro días finales de aquel febrero de 1922, bastaron a Valera para gozar hasta el delirio. La ciudad cerró fronteras y no permitió noches oscuras, pues todo fue un sol pleno de alegría y compartimiento. El programa fue como una elegía al sano desenfreno que comenzó en horas de la tarde, en el centro de la urbe, frente a la Plaza Bolívar, donde se organizaron convenientemente los regimientos carnavalescos. Allí el directorio de la fiesta hizo la proclamación de la Reina, quien formó Corte con sus Damas de Honor. Hubo una invitación al santoral para que todo fluyera bien. Se invocó a los Santos Claudio, Cesáreo y Helena, “santos y mártires del día para el auspicio celestial. Luego la ordenación de la gran caravana; Primero: La ascensión de la Reina y su Corte de Honor, seguidamente la música, pues no hay caravana de carnaval sin música… Después, un acto de estilo para la Proclamación de la Reina y los homenajes debidos a su majestad; y más música previa al desfile… Y éste partía del frente del Palacio Municipal, con un recorrido por las principales calles de la ciudad: Carrillo hasta su encuentro con la Bermúdez; por la Bolívar “hasta dar en la esquina nordeste del Parque del mismo nombre, con la calle Miranda”; luego, la calle Sucre hasta el “Puente de Hierro”, y vuelta a la calle Bolívar para finalizar el recorrido… Todos los desfiles de todos los días siguieron este mismo recorrido.
No hubo dolor ni invierno en aquellos días valeranos inolvidables. El carnaval es un ir y venir de gozo popular, en el que el pueblo se despoja de angustias y miserias para participar del jolgorio colectivo, en que los días de la fecha son una sola prolongación de desprendimiento, y a la gente le gustan estas cosas porque se divierte sanamente. Aquel sábado 25 de febrero de 1922, Valera comenzó a gozar de sus carnavales, en la gloria de la tarde y el entusiasmo delirante de las masas. Hubo lluvia de mirtos y rosas. “emblemas del mérito y del triunfo, caerán como nuevas cascadas primorosa sobre la carroza imperial, que en su paso majestuoso y solemne se llevará consigo las miradas de la multitud…” Y así fue todo. Luego, a las 6 y media de la tarde, con los primeros airecillos nocturnos, la iluminación extraordinaria de las plazas Bolívar y Araujo y de las calles principales de la ciudad. A las ocho de la noche, música de retreta en las dos plazas y vistosos fuegos de artificio. El Primer Gran Baile Popular en los alrededores de la Plaza Bolívar. Finalmente, en los espacios cerrados del Club del Comercio, desde las diez de aquella noche hasta el amanecer del domingo, un suntuoso Baile de Etiqueta, como también se estiló siempre en la tradición del carnaval, no sólo en Valera, sino en las demás ciudades del Estado.
LA FIESTA DEL DOMINGO… El domingo de carnaval, 26 de febrero de 1922, la ciudad de Valera amaneció esplendente. Ya antes, desde las cinco de la mañana, habían sonado los truenos de los morteros colocados en cada una de las siete colinas, “en el viejo núcleo de nuestras defensas naturales”, como decía el programa… Aquel domingo de carnaval se hizo para quebrantar a conciencia la ley del descanso dominical. Pero es que tenía que haber la excepción por ser carnaval, y así se hizo… Aquel día como nunca, los valeranos gozaron a granel.
A las nueve de la mañana, ya los pobladores habían irrumpido en sitios callejeros específicos, “a conquistar títulos de herejes y rebeldes”. Nada importaba sino el disfrute. A esa hora hubo un Concurso Infantil de Disfraces en la Plaza Bolívar… Hubo premios dados por damas a los mejores disfraces y regalos a los niños asistentes de parte de los caballeros. A las diez y media piñata para los niños en el Hospital Nuestra Señora de La Paz. Y así, como en nuestra contemporaneidad hay Comité de Damas en el Hospital Central y en la Clínica del Cáncer, también lo había en el viejo hospital valerano, y correspondió a ellas organizar las fiestas y disfrazar a los niñitos para la celebración. En la tarde de ese domingo, otro gran desfile por la misma ruta planificada. A las seis y media, iluminación especial de las Plazas Bolívar y Araujo y de las calles principales, para las fiestas que se daban desde el centro hasta la periferia de la urbe. A las 8 p.m. música de retreta para escuchar y para bailar, pues el contagio era colectivo en todas partes… Y hasta cine se pasó en aquel célebre certamen carnavalesco. Y tarde ya de la noche, pues la película al público se programó para las nueve y media en la Plaza Araujo. La noche de fiesta culminaba con un nuevo Baile de Gala en el Club del Comercio, cuya máxima atracción eran las comparsas de distintas partes, aún de afuera de Valera, que gustaban participar en aquellos encuentros festivos de alta distracción y concurrencia.
LA FIESTA DEL LUNES… Llegó el lunes 27 de febrero de 1922, lunes de carnaval en Valera. La población de aquellos días había hecho un proyecto de vida distinto, dados al desenfreno bien entendido, es decir, a la francachela colectiva, pues en todos los rincones de la ciudad había un ansia vital por terminar de pasarla bien, visto que ya quedaban solamente dos días de fiesta, por lo que tenían todos que exprimirle el jugo a esas horas, que como siempre ocurre, pasaban raudamente, ya que parece mentira, pero vuela más el tiempo en momentos de fiestas, que en aquellos en que el individuo y las comunidades están en reposo y en silencio.
¿Qué hubo en aquel lunes de carnaval? Muchos ánimos colectivos para continuar la fiesta, ganas acumuladas de exteriorizar nuevamente la fortaleza del espíritu para vivir en libertad, como suele suceder cuando las comunidades se organizan para participar en los hechos de la cultura popular. A las cinco de la mañana, sonaron nuevamente los morteros en todos los sitios de Valera. Las siete colinas se hicieron campos de batalla para la pólvora, y la gente despertó para otro día de antruejo… “Día de San Leandro y San Bartolomeo”, encabezaba el programa del lunes… “Y aducía: Momo también tiene un puesto de mucha categoría en el insigne santoral de la locura”. A las 9 de la mañana comenzó la huerga de las diversiones populares, que se prolongaron con juegos diversos en distintos puntos urbanos. Luego, a las 2 de la tarde, comenzó a cumplirse el anunciado Baile Infantil de disfraces, en los salones del Club del Comercio. A las 5, se tuvo programada una gran batalla colectiva, en que los combatientes tenían los permisos para ponerse los disfraces más escandalosos y originales, y para dispararse caramelos, serpentinas y papelillo, e incluso, para quitarse los disfraces en verdaderos actos de arrojo. Los grupos de comparsas más distinguidos recibirían, cuidadosamente envuelta en agua, grageas y serpentinas, la medalla al mérito de la fiesta.” A las 8, otras retretas con música que permitían los grandes bailes populares. A las 9, otra función cinematográfica (lo que era una novedad en aquel tiempo), esta vez en beneficio del Hospital “Nuestra Señora de La Paz… Y pedía la invitación: “que el dios Momo desea, que sus adoradores se acuerden de colocar un óbolo en el modesto plato del Hospicio, pues la locura de la caridad, como la locura de la cruz y la locura de la caballería andante, hacen del hombre que sabe encausar por buenas vías sus generosos instintos, la madera fina y suave de donde salen los filántropos, los santos y los quijotes”. Finalmente, a las 10 de la noche, nuevamente el Club del Comercio abría sus puertas para otro gran baile de gala.
Y LA FIESTA DEL MARTES 28 PARA CERRAR… Y llegó el día final de aquella fiesta carnestolenda inolvidable de 1922. Sólo había residuos de aquella guerra social participativa. Ya el lento vivir comunal de la ciudad festiva iba recobrándose. Lo hogares multicolores fueron tornándose nuevamente de su color habitual. Sin embargo, se hizo un último esfuerzo social para la animación y el deleite. Y así tenemos la convocatoria a todas las bandas y grupos musicales para que, a una, y de acuerdo con el mandamiento del Directorio, se dispusieran al recuerdo festivo del gran día, “y dispararan, además de los morteros criollos, los instrumentos orquestales y cobres de toda especie habidas en la ciudad, en una caravana a pie que despierte a los valeranos y los estimule para la gran despedida que se hará ese día al jacarandoso dios Momo”, quien hacía sus maletas para el largo vieja anual hacia lo remoto y desconocido.
Se convocó a que a partir de las nueve de la mañana, la gente de la ciudad continuara con sus diversiones populares. Y así durante gran parte de las horas del día, específicamente hasta las cuatro de la tarde, cuando los miembros del Directorio montados en un hermoso biplano de papel, que recorrió en vuelo vertiginoso la ciudad, anunciaron un último capítulo de fiesta popular. Y en una proclama que dejaron caer desde la altura, se leía que: “Valera, por el hecho de haber aceptado el desafío, está en la obligación de salvar, quemando la última reserva de sus bien aprovisionados arsenales, su decoro de pueblo entusiasta, jacarandoso y pródigo”.
Y despidieron el programa de la fiesta aquellos calificados miembros del Directorio de Carnaval, diciendo: “Momo, que de todo puede ser tachado, menos de loco, viendo que con el santo ceremonial de la ceniza, se acerca el reinado del sufrimiento, la penitencia y la atrición, dará esta noche la espalda a los camaradas y devotos que, en Valera, como una tradición digna de loa, conservan siempre encendida la lámpara resplandeciente de su culto”.
VIENDO Y COMENTANDO… Así titulaba una columna el Periódico PAZ Y TRABAJO que circulaba en la ciudad de Trujillo. En su número 49 de 18 de febrero de 1922, da cuenta del Carnaval de Valera, y señala en su texto lo siguiente: “Sabemos que se preparan rumbosos los próximos festivales carnavalescos en la entusiasta y floreciente urbe valerana, y es de esperarse un brillante éxito, pues el Directorio de los festejos está integrado por valiosos y caracterizados elementos de aquella sociedad, bajo la presidencia del culto caballero norteamericano Dr. F. de P. Bellard”.
Y luego, en la misma columna, reseñaba lo siguiente: “Para Reina de las alegres fiestas ha sido elegida la señorita Elisa Rojas, distinguida dama tachirense, que a la presencia de su gentileza suma singulares dotes de bien cultivado espíritu y de una exquisita y afinada cultura”.
Finalizaba la nota, con una felicitación a los organizadores y pobladores de Valera, ciudad simpática, de adelanto cultural, de espíritu noble, hospitalario y generoso.
Lo más valioso de aquella crónica era la invitación poética de “Un Amigo”, que así firmó aquella “Epístola Carnavalesca”, escrita en cuartetas y enviada al poeta Samuel Barreto Peña, director del periódico. El poema en literatura popular y jocosa, expresaba lo siguiente:
Al poeta trujillano
se invita en esta ocasión
a tomar parte en la fiesta
del Carnaval en cuestión.
Si gozar quiere y reír
traiga flores, serpentinas,
y un buen disfraz de Pierrot
que alegre las Colombinas…
Con ansia espera la suya
su Perriot, pues Arlequín
le asedia constantemente
como el colibrí al jazmín…
Si quiere Croniquear
como cuadra a un escritor
traiga lista su cartera
y su lira de cantor.
Hay una Reina… Unas damas
a quien rendir oblación:
Tráiganse un soneto escrito
que cause su admiración…
No deje usted de venir,
que en la esquina del Mercado
hay una ventana abierta
que espera a un enamorado…
UN AMIGO
Fuente: «Valera en el Siglo XX». Capítulo XII. Alí Medina Machado