En todo amar y servir | Por: Antonio Pérez Esclarín

Por: Antonio Pérez Esclarín

 

La celebración el 31 de Julio de los 467  años de la muerte en Roma de Ignacio de Loyola, el santo fundador de la Compañía de Jesús o de los Jesuitas, me brinda una excelente oportunidad para presentar algunos rasgos esenciales de la espiritualidad ignaciana. Ignacio (Íñigo) pertenecía a una familia noble y se hizo militar. En la defensa de Pamplona contra los franceses, una bala le destrozó una pierna. Fue operado y en la larga convalecencia, para distraerse , pues se  aburría mucho, pidió libros de aventuras y de hazañas de caballeros en busca de una gloria vanidosa y mundana. Como no tenían  esa clase de libros, su hermana le llevó los únicos que tenía: la  vida de Jesús e  historias  de santos. Al leerlos, empezó a cuestionar su vida y se dijo: “Si estos santos fueron capaces de hacer cosas tan extraordinarias, yo también  las tengo que hacer”.   Sintió que  su vida había sido vana y se propuso cambiar radicalmente  para  ser en adelante un caballero de Jesús.  Tuvo  algunas experiencias espirituales profundas en Manresa, España,  y en  La Storta Italia, que servirían de base a sus Ejercicios Espirituales un itinerario para discernir en todo la voluntad de Dios,   y entregarse con radicalidad  a seguir a Jesús y trabajar por su  proyecto. La conclusión de los Ejercicios Espirituales, el camino ignaciano para  encontrar el verdadero sentido de la vida,  es llegar a ser contemplativos en la acción, ver que la ternura de Dios se derrama en todo, y responder a esa ternura amando y sirviendo a todos y en todo, lo que implica hacerse hombre o mujer para los demás con los demás.                      

Pero Ignacio se apresura  a aclarar que el amor se ha de poner en las obras más que en las palabras, en línea con el viejo refrán que  dice “obras son amores y no buenas razones”, o simples   palabras bonitas. Cuando Ignacio habla de amor, no habla de un sentimiento, habla de obras que son el fruto del amor. Amar a alguien es preocuparse y ocuparse por su bienestar y felicidad,  trabajar para garantizarle condiciones de vida digna y oponerse a todo lo que causa su exclusión, sufrimiento  y  miseria. El amor verdadero es un amor  práctico, servicial. Amor como el que practicó Jesús que dedicó su vida a ayudar, a  curar, a dignificar, a liberar,  a perdonar. Amor  solidario con el que sufre, con el desvalido para ofrecerle vida. . Amor humilde, tierno y generoso.  Amar es gastarse por los demás, irse consumiendo como la vela, para dar luz y calor.  En definitiva, la espiritualidad  ignaciana busca  discernir la validez del seguimiento a Jesús en el compromiso de establecer su Reinado y trabajar por una sociedad justa y fraternal. Por ello, el discernimiento supone partir de estas actitudes básicas:

 


(pesclarin@gmail.com)

@pesclarin      

www.antoniopeezesclarin.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Salir de la versión móvil