Se está poniendo muy raro, como que se lo va a llevar la vida a otro lugar. Es extraña esta frase. Común es oír “se lo va a llevar la muerte”. Duelen las costillas de tantos golpes como si cada quien fuese “un saco de costillas al que le caen a palos”. Si las costillas se alegraran hicieran fiesta. Le pondríamos a la comida “sopa de costilla alegre”. Bueno, no hay nada que hacer, se murió y lo fuimos a enterrar. La caminata era un bamboleo de costillas tristes, frágiles. La brisa se hacía cómplice del espectáculo. Los trajes eran bambalinas colgadas de hebras parlantes. Los chistes comunes de los entierros causaban más tristeza. La señora pregunta ¿y de qué murió? Murió de tristeza, responde una voz lánguida con mucha tristeza.
El maestro lo explica con serenidad pero tajante. Hay momentos de la vida en que esta ya no es. Las energías dominantes son las de la muerte. Para escapar de ellas nos encerramos en nosotros mismos. Pero no hemos sido capaces de crear fuentes propias de alegría para no morirnos de tristeza. Momento crucial es cuando la tristeza de fuera y la de dentro, la tristeza propia, coinciden. Al no saber hacer y ser con tanta tristeza no nos queda otro remedio, triste remedio que morirnos. Así hemos inventado frases como aquellas “se echó a morir” o “murió de amor”. De amor no nos morimos, eso es imposible. Tampoco nos morimos de hambre. El maestro frunce el ceño y aclara. Nos morimos por no poder amar y por no poder comer. Si no nos morimos somos más tristes aún porque nos acostumbramos a la tristeza.
No nos podemos acostumbrar a la tristeza. Repite nuevamente la frase para oírse dentro, en su ritmo interno. Tararea una canción oriental, creo que esa cuya letra canta a una “luna que amanece alumbrando pueblos tristes”. Debemos inventarle una luz a la luna para que amanezca alumbrando pueblos alegres. No ha notado usted, replica el maestro, cuando hablamos siempre queremos que alguien esté triste porque queremos basar nuestra alegría en la tristeza del otro. Eres un esclavo, señalando con vehemencia. Trabajas para la alegría del otro, eres un hombre triste. Reclamo abrir justo aquí una enorme interrogante.
El bamboleo de los cuerpos es sostenido por músicos invisibles. Alguien comienza a golpear una piedra negra con una piedra blanca y todas las tardes esgrimen tempestades. A razón de códigos secretos traídos de múltiples opresiones y conexiones igualmente perseguidas, el muerto se ríe de sí mismo. Comienzan a moverse todos los nervios oculares. Al regresar a casa, comienza a llover y tararea la canción “esa luna que amanece alumbrando pueblos alegres”. No soy esclavo, dice, estoy alegre y canto por la alegría de todos. Así es la vida, se lo llevó a otro lugar.
inyoinyo@gmail.com