La iglesia San José Obrero, en San Josecito, municipio Torbes del estado Táchira, se ha convertido, en los últimos tres años, en un centro de atención de migrantes, y desde hace más de cinco años en un lugar de alimentación para los más necesitados de la comunidad.
La parroquia está ubicada a 792 kilómetros al suroeste de Caracas, en la carretera Troncal 5, vía que comunica al estado Táchira con Los Llanos venezolanos. Es un paso obligado para quienes salen del país buscando oportunidades en otras fronteras ya sea caminando o en transporte público.
Con “almuerzos de la misericordia” los días martes y viernes, el padre Gustavo Alvarado, párroco de la iglesia, se ha encargado junto a un grupo de colaboradores de alimentar a “los pobres entre los más pobres” de San Josecito, el municipio con más alto nivel de pobreza en el estado Táchira.
El padre Gustavo Alvarado es un hombre joven, noble, carismático, que desde finales de 2019, ante la salida frecuente de venezolanos, también se vio en la necesidad de atender a la población caminante que buscaba llegar a la frontera con Colombia, y que tocaba las puertas de su parroquia pidiendo alimentos.
“Es una labor que venimos desplegando desde hace aproximadamente unos cinco años. Hace cinco años vino una profunda escasez de alimentos de la cesta básica, fue el tiempo en que se estaba fomentando mucho el bachaqueo y eso hacía que todo estuviera desaparecido de los anaqueles, lo que produjo una gran hambruna. Hay mucha hambre, entonces procuramos que ese almuerzo de la misericordia llegue a los más pobres, entre los pobres de nuestro pueblo”, cuenta el sacerdote.
Mensualmente, manejan una data de casi 3000 migrantes que llegan a tocarles el portón, solicitando alguna ayuda. Son pocos los que regresan a Venezuela, la mayoría se van del país.
Kit de alimentos
Quienes tocan el portón de la iglesia San José Obrero en calidad de migrantes, son recibidos por un voluntario que les pide el nombre, cédula de identidad y de dónde son, con el fin de ser ingresados a una data.
Al lado izquierdo del portón hay unos filtros con agua para lavarse las manos y refrescarse. Una vez lo hacen, se ubican en una carpa que está a las afueras y van entrando uno por uno, en caso de no ser familia, a dar los datos en otra carpa dispuesta en el estacionamiento de la iglesia, donde llevan el control de lo que van entregando.
A cada uno le dan un kit de alimentos con agua mineral, jugos, galletas y enlatados, y un kit higiene con papel higiénico, toallas sanitarias, cepillos, crema dental y jabón de baño, sin dejar de lado implementos de bioseguridad contra el COVID-19 como tapabocas KN95 y antibacterial. También dan pañales a los grupos con bebés.
Quienes ya estén registrados no recibirán otro kit, pues ocurre qué hay ciudadanos que entran y salen del país cada cierto tiempo, pero si le dan atención con un sándwich, jugo o agua. Para realizar esta obra, el padre Gustavo recibe apoyo de las familias de la comunidad, de Cáritas de San Cristóbal, capital del estado Táchira; y también de Acnur, la agencia de las Naciones Unidas para los refugiados.
“El Cáritas Diocesana ha sido un ente que nos ha dispuesto sus manos abiertas y que el apoyo ha sido irrestricto. Acnur es una ONG que se ha convertido también entonces en un gran aliado. Acnur se ha encargado de proveernos los kits de limpieza, de higiene personal que se le está entregando a los migrantes”, destaca el padre Gustavo Alvarado.
Los voluntarios también dan frutas a los niños y sus familiares cuando están descansando a las afueras del portón parroquial.
También los afectó
La migración venezolana también ha tocado a los voluntarios de la Iglesia San José Obrero. De 26 colaboradores que llegaron a ser, ahora quedan solo 10. Los otros 16, la mayoría jóvenes, decidieron viajar a otros países buscando mejor calidad de vida.
Ante este déficit, el equipo tuvo que suspender las jornadas de alimentación que hacían en las noches, y reacomodar sus funciones dentro de la parroquia, pues deben distribuirse entre el trabajo propio de la iglesia, las sopas de la misericordia para la comunidad y la atención a los caminantes.
Eli Jaimes ayuda a preparar alimentos y forma parte del equipo de atención de la casa de paso. Desde que se jubiló como conductor de transporte público, se ha dedicado al trabajo colaborativo en la iglesia.
“Como voluntario yo hago de todo. Yo corto monte, yo barro, yo limpio, pintamos el templo, hacemos los armarios de los altares… Aquí, que es el kilo de amor, que se reúne y se le hace un almuerzo los martes y jueves a los más necesitados, a los más pobres entre los pobres. Ellos vienen, se les sirve el almuerzo, aquí habemos un grupo de voluntarios y entre todos metemos la mano”, dice al Diario de Los Andes.
Para Eli el trabajo en la iglesia San José Obrero significa mucho, tanto, que al decirlo sus ojos se llenan de lágrimas y su voz se entrecorta. “Para mí este trabajo significa mucho, mucho. No tengo palabras para describirlo, porque aquí se necesita demasiada voluntad, y uno lo hace de corazón, que le nace a uno del corazón”.
Muchos niños
La Iglesia San José Obrero maneja una data mensual de entre 300 y 500 menores de edad que viajan hacia la frontera. Desde noviembre de 2021 a junio de 2022 recibieron a 2.663 niños, niñas y adolescentes. Algunos solos, otros acompañados de sus padres.
“Las edades oscilan desde los 0 años, hasta edad materna, edad lactante y hasta chicos en edad adolescente. Siempre es una cuantía bastante grande… Nos llama la atención porque sabemos que es la población más vulnerable, y lo que me golpea un tanto es que hay algunos que inclusive se han atrevido a salir prácticamente solos, porque se alían con otro amigo, y se disponen a la aventura de irse a otros países enfrentando tantos riesgos, enfrentando tantos peligros qué hay”, dice el padre Gustavo.
Adolescentes y mayores de edad han enfrentado exigencias de pago en dólares, y solicitudes de favores sexuales en las alcabalas de camino hacia la frontera, para dejarlos pasar. El padre Gustavo ha escuchado sus historias, e intentado dar consuelo al sufrimiento de estos venezolanos.
“En el año 2020 tuvimos relatos muy dramáticos. Encontrar casos hasta de abuso sexual. Poco se habló, me daba la impresión de que quizás callaban porque se trata de la trata de blancas, para mí entender”, expresa.
El padre Gustavo viajaba hacia el peaje de Vega de Aza, zona sur del Táchira, con un grupo de la parroquia a las “noches de misericordia”. llevaban agua, arepas y lo que pudieran, para ayudar a los caminantes. Allí, fue testigo de los abusos de autoridad.
“Lastimosamente en las alcabalas lejos de que se brindara una ayuda, en algunas alcabalas quizás no todas, lastimosamente se vivieron cosas muy tristes… y pues me percataba que en ocasiones no los dejaban pasar, pero que si pasaban tenían que pagar una tarifa, que si no le pagaban económicamente tenían que prestar hasta su cuerpo”, recuerda.
El padre Alvarado está seguro de que la necesidad de atención a los migrantes continuará por más tiempo, siendo él o no el párroco de la iglesia San José Obrero, pues desde su perspectiva, Venezuela “no se está arreglando”, como reza la propaganda oficial. “Lógico que salen de nuestro país huyendo de la miseria, huyendo del hambre, huyendo de la falta de oportunidades, siguen reprimiendo”, manifiesta.
Para él, la labor de misericordia que realiza con los pobres entre los más pobres, seguirá siendo acompañada por la providencia divina y hombres de buen corazón que siguen ayudando a la parroquia, sea con un kilo de amor, ayudando a cocinar, dando una palabra de aliento a quienes lo necesitan o dando cualquier aporte que permita mantener en pie esta obra de misericordia, que según el padre Gustavo Alvarado, ha convertido a la iglesia San José Obrero en un “oasis en el desierto de los migrantes”.
Este trabajo formó parte de una serie de podcats que Ipys Venezuela publicó sobre periodismo hiperlocal. Escucha el podcats aquí.
San Josecito oasis para migrantes https://ipysvenezuela.org/radiodemocracia/san-josecito-oasis-para-migrantes/