El Obispo de la Diócesis de Cúcuta, Víctor Ochoa, inició hace un año una tarea que no le ha sido fácil, pero si satisfactoria, la de entregar comida y medicamentos a ciudadanos venezolanos en situación crítica, ya sea que vivan en su país o que viajen a diario desde distintas partes de Venezuela
La Diócesis de Cúcuta ha trabajado de la mano con la Diócesis de San Cristóbal en la búsqueda de medicamentos y medicinas para ayudar a los venezolanos, en medio de la crisis política, económica y social que enfrenta el país.
La semana pasada cumplieron un año trabajando en la Casa de Paso “Divina Providencia”, en donde han otorgado más de 8 mil raciones diarias de comida, y desde hace unos meses contribuyen con la entrega de medicamentos, para pacientes con enfermedades crónicas.
El Obispo de la Diócesis de Cúcuta, Víctor Ochoa, conversó con el Semanario de Los Andes sobre la labor que han realizado. Asegura, que a pesar de las limitaciones impuestas por el gobierno venezolano, las ayudas han llegado y espera que continúen llegando, pues le preocupa lo que ven a diario en sus hermanos limítrofes.
– ¿Cómo ha sido el transitar de ayuda a los venezolanos de parte de la Diócesis de Cúcuta?
– La Diócesis de Cúcuta desde el momento que comenzó esta crisis, el 17 de agosto de 2015, la deportación de 32 mil colombianos, comenzó a activarse y a trabajar por todos los que venían con grandes necesidades, muchos de ellos colombianos, muchos de ellos venezolanos- colombianos, nacidos en Venezuela.
Desde hace un año viendo la triste situación y los grandes problemas de los venezolanos, abrimos la casa de paso “La Divina Providencia”, y abrimos otras ocho casas en Cúcuta donde damos alimento caliente, unas 8 mil raciones cada día, repartimos comida seca, muy poca. Los venezolanos son muchos y comen bien, pero tratamos de dar aunque sea un gramo de arroz y medicinas.
Es el gran problema, es la gran dificultad, personas con cáncer, con diabetes, con grandes enfermedades, pues tratamos de ayudar. Tenemos casos muy graves de personas con enfermedades terminales como el cáncer, enfermedades destructivas que necesitan trasplantes. Hemos procurado ayudar y completar.
La semana pasada cumplieron un año de la Casa de Paso, hemos distribuido al menos unas 500 mil raciones calientes, preparadas ordenadamente, y tenemos un principio que es no dejar salir a nadie sin comer, cuando terminamos estas raciones preparadas, damos arroz y huevo y plátano maduro o papa, y damos también pasta con atún, una cosa sencilla, simple, para atender a los venezolanos.
Tenemos dos principios, no dejar ir a los niños sin comer, eso es un límite que nos hemos puesto, ningún niño que se presente puede dejar de comer algo, y ninguna mujer en embarazo se va sin una bolsita de comida.
– ¿Cuál es la dificultad más grande a la que ustedes se han enfrentado frente al gobierno venezolano y su negativa de abrir el canal humanitario?
– Yo no me expreso sobre situaciones de otro país, no me lo permito, soy un eclesiástico y tengo que servir en la caridad a los hermanos. Tenemos grandes dificultades, tenemos dificultades, yo personalmente no entro a explicar por qué o las razones de ellos negarse al canal humanitario, simplemente digo: tengo una crisis humanitaria frente a mis ojos, tengo un drama humano frente a mis ojos, si yo repartiera 10 mil comidas más cada día, las distribuiría.
Tengo niños que vienen a comer a Cúcuta desde Rubio, a cuatro horas. Tengo niños que vienen desde La Grita, tengo familias enteras que vienen desde Barinas o de Caracas, buscando algo para llevar a Caracas. Ninguno se ha ido con los brazos vacíos, creo que es un milagro de Dios que nos ayuda y nos permite ayudar, con sencillez, con humildad lo hacemos.
– Monseñor Mario Moronta dice que ambas Diócesis han abierto un canal humanitario ¿cómo han hecho para pasar medicamentos, comida?
– Nosotros no lo llamamos crisis humanitaria, para nosotros es vida de caridad de la Iglesia, es fraternidad de Iglesia, porque cuando hay hermanos de otra Iglesia que sufren yo los tengo que ayudar, es lo que la Iglesia ha hecho desde el primer día. Lo hacemos, y hemos logrado ayudar a las personas en Cúcuta, y las personas en el canal que hay abierto pues pasan los alimentos hasta allá.
Hemos logrado ayudar a muchos con medicinas, hemos repartido toneladas de medicinas en Cúcuta. Yo no puedo entrar medicinas a Venezuela, pero en Cúcuta lo hacemos.
– Pacientes con enfermedades críticas en Venezuela estaban implorando a la Diócesis que los ayudara para poder recibir asistencia en Cúcuta. ¿Ustedes han adelantado algún plan?
– Hemos ayudado a muchísima gente, es un drama, no somos capaces. Ayer teníamos a una mujer que tiene un cáncer de seno y hay que comprarle Taxol y Cisplatino, me sé los nombres de memoria, tengo que conseguirle 11 dosis de cada medicina, el tratamiento me cuesta unos 4 millones de pesos, puedo ayudarle a una, a 10, pero no a 50, ni a 100, ni a 200 personas. Es muy complejo, pero tratamos de ayudar.
Sé que el Hospital Erasmo Meoz de Cúcuta no ha dejado ir tampoco a nadie sin una ayuda, y sin una colaboración técnica en tema de medicinas.
– ¿Monseñor ustedes reciben apoyo de quién?
– De la caridad de Cúcuta, de los fieles de Cúcuta, es la Iglesia Diocesana de Cúcuta. En el tema de alimentos tenemos dos ayudas muy puntuales: Caritas internacionales y la Obra Episcopal Advenia de Alemania, con sumas muy puntuales. Tenemos también una cuenta de banco abierta en la que muchas personas nos depositan pequeñas cantidades que tratamos de manejar con mucha responsabilidad y con mucha claridad. Las cifras de lo que distribuimos hablan de esa claridad y de ese cuidado con el que manejamos esta situación.
– ¿Maneja cifras?
– En dinero no lo sé, en alimentos se han distribuido 500 mil almuerzos calientes en un año, son unos 8 mil almuerzos diarios.
– ¿Sabe cuántas medicinas?
– En el último mes fue una tonelada, 400 kilos de medicinas, imagínense cuánta es.
– ¿Tiene un mensaje para Venezuela?
– Un mensaje de esperanza, un mensaje de alegría, el pueblo venezolano es un gran pueblo, si algo he aprendido a conocer de los venezolanos es su gratitud, su trabajo, su dedicación, mujeres y hombres que vienen a mi casa, al final del almuerzo comienzan a lavar platos, o comienzan a barrer, a limpiar, a hacer distintas tareas. Es un pueblo trabajador y bueno, yo creo que se merece un gran futuro y hay que confiar que Venezuela entró entre caminos de libertad, de diálogo, de democracia.
“Ningún niño que se presente puede dejar de comer algo, y ninguna mujer en embarazo se va sin una bolsita de comida”