En el país de los ciegos, el tuerto es el rey

En tiempos difíciles los buenos líderes y sus seguidores siempre sobreviven y se hacen más fuertes. No vale rendirse a la primera porque el adversario es hostil. En tiempos de crisis, cualquier crisis, un buen líder tiene claras un puñado de cosas para sobrevivir y tener éxito. Reconoce la situación de adversidad, la comparte con sus seguidores y toda la orga­ni­za­ción que lidera. Habla claro para que le entienda todo el mundo. Marca objetivos claros. Indica sin ambigüedad hacia dónde hay que empujar para no desperdiciar talento y recursos. El líder es el primero en remangarse. Es muy exigente con los equipos, pero sobre todo con él mismo. Y se hace más visible que nunca para ser un ejemplo y conseguir el compromiso de todos. No tira nunca la toalla. No renuncia nunca a los objetivos por muy difíciles que sean. Sabe muy bien que si muestra síntomas de debilidad, nadie le seguirá. Resiste y pide resistencia a sus seguidores. Siempre respeta a su gente. Por difícil que sean las situaciones, no pierde nunca la compostura. Sabe bien que si no trata con respeto a su equipo, perderá autoridad y, además, se quedará solo. Da confianza a los equipos. Y sabe delegar y pedir responsabilidad, porque sabe lo potente que son los colaboradores cuando tienen espacio para moverse.
Estimula incansablemente hacia el logro. Sabe que así la autoestima de los equipos crece. Busca materializar la visión. Busca y consigue objetivos, y comparte con todos los mejores resultados del grupo para promocionar la excelencia. Nunca exhibe autocomplacencia. Sabe reconocer y recompensar. Sabe bien que todo el mundo necesita reconocimiento, en cualquier nivel jerárquico. Y sabe que éste tiene que ser generoso, no mez­quino, y que debe guardar proporción con el logro conseguido. Y también sabe que el reconocimiento emocional es, a veces, tan poderoso como el económico. Y es consciente de que si sabe valorar a tiempo y con generosidad, tendrá a la gente preparada para afrontar metas aún más difíciles.

Por esto estudiar la historia no debe representar solamente un motivo de ocio o de muestra cultural al prójimo la mayoría de las veces de arrogancia sino de aprendizaje y motivo también para hacernos preguntas aplicándolas al tiempo actual. Pero pocos, muy pocos analizan concienzudamente los hechos, muy pocos perciben que nos acercamos al abismo, a la oscuridad; porque se cierra la puerta al conocimiento y se abre a la ideología. Invadiendo ésta el conocimiento, la manipulación está servida.

La población va moviéndose en función de lo que la política va imponiendo. Una población débil, sin criterio, que a cualquier cosa le llaman valentía, cualquier personajillo mediocre, aunque tenga un pasado dudoso, ya es erigido líder por grupos de fore­ros en internet. En el país de los ciegos, el tuerto es el rey. Esta­mos en unos tiempos en los que son considerados “valientes” aquellos que hablan de lo que otros quieren oír; y reciben los aplausos. El “valiente” es aquel que se aprovecha de la carencia de la gente y llena con discursos esos vacíos. Estamos en los tiempos del bla, bla, bla, de la diversión gratuita que provoca la desidia en lo importante. Estamos en los tiempos de los “hombres débiles” que en un futuro crearán “tiempos difíciles”.

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