“El ojo que ves, no es ojo porque lo ves, es ojo porque te ve” Antonio Machado
De ese pueblo apureño, metido entre río y sabanas, unas veces bajo el fuego del sol y otras bajo la inundación de las aguas, ubicado a medio camino entre Bruzual y Guasdualito, aguas arriba del rio Apure, -lugar que el hijo cantor Juan de los Santos Contreras nos lo hizo famoso, en la gracia y fuerza del joropo, con su recia voz como “El Carrao de Palmarito”-, también es oriundo José Manuel Briceño Guerrero; él es uno de nuestros grandes pensadores, un auténtico filósofo de nuestra historia ansiosa de identidad, como sociedad atrapada entre el ser occidentales y no serlo o tal vez, en el inquieto modo de ser occidentales en nuestramérica.
El 6 de marzo de 1929 nació José Manuel Briceño Guerrero en ese Palmarito del Apure, a la orilla del mayor afluente del río Orinoco por la margen izquierda y que fue camino de la república ardorosa cuando ascendió los Andes con la bandera libertadora de Bolívar. También, hace cien años, por esos paisajes transitó la musa modernizadora de Rómulo Gallegos, recreándolos en su “Doña Bárbara”, novela de la “¡Llanura venezolana! ¡Propicia para el esfuerzo, como lo fue para la hazaña, tierra de horizontes abiertos, donde una raza buena, ama, sufre y espera!…”. Ese paisaje de río infinito y sabana reverberante le marcó la vida a José Manuel, la convirtió en su patria, en su lugar más cercano y esencial; en el cierto modo de mirarla que le acompañó en su existencia; también cuando hizo residencia entre las montañas andinas y las aulas de la Universidad de Los Andes, a partir de 1961, desde donde desarrolló la densidad de su obra, -de su cátedra luminosa con revelaciones fulminantes y provocadoras-, con el despliegue gozoso del existir visceral y donde quedó sembrado el 31 de octubre del 2014, para re-convertirse en polvo de estrellas.
José Manuel Briceño Guerrero fue un apasionado del lenguaje cifrado en el misterio de las palabras, en el vivo símbolo del silencio, en la risa y en el llanto, en el dolor y en la alegría de la vida humana que les da origen en las con-versaciones y también, de la creación del sentir humano al que dan origen, por ese camino en la aventura de traductor e intérprete que cada uno va haciendo en los encuentros -con el otro del sí mismo que uno también es, con la alteridad de los otros y, con lo otro del mundo-, cuando se atiende al sentido humano de la propia vida. Desde niño disfrutó el juego de bucear en la ficción narrativa de donde va surgiendo el discurso teórico, como él mismo nos da cuenta con una hermosa y sentida narración autobiográfica en un libro de gran liviandad por lo breve y lo grato, “Amor y terror de las palabras”, publicado en 1987.
Allí nos rinde cuenta de cuando el maestro en el pueblo llanero, -quien atendía su pasión por las palabras y el lenguaje en la búsqueda del nombre verdadero de las cosas-, le coloca en el reto de acompañar a un naturista alemán que llegado al lugar para investigar la flora local, debía ser acompañado por un baquiano de la región y por alguien que podía hablar y hacerse entender con él en latín. “Me paré temblando ante el sabio y comencé a tartamudear, pero pronto me di cuenta que no era tan difícil la prueba, de que podía decir lo que se me había encomendado y terminé con gran seguridad”.
“El primer sorprendido fui yo, luego el sabio que prorrumpió en una exclamación bárbara antes de intentar él también expresarse por ese medio inesperado. Muy bien sabía el maestro que el científico había estudiado años de latín y griego en la escuela media y que los botánicos redactan sus informes en latín”. “…el maestro había aprovechado la insólita ocasión para someterme a examen, pero también para exhibir al discípulo … me había tocado el papel del gallo enmochilado que algún aldeano prepara en secreto y sólo saca cuando un fuereño viene a dominar la gallera”. “Siguieron meses de mucho ajetreo. El científico me manifestó su deseo de aprender bien el español y me propuso intercambio de clases para que yo, a mi vez, aprendiera alemán. A partir del latín y a veces del griego, estudiábamos todos los días”.
Ese suceso cuasi mágico, le hace vivir una experiencia existencial en la cual “un placer secreto me calentaba el corazón”…”provenía de algo ocurrido en mi interior durante mi primera y modesta actuación como intérprete… algo que descubrí lenta, cuidadosamente, como se descubre apartando los pétalos, el tronco de rojizas escamas que sostiene el ovario de la magnolia, …descubrí una profesión compatible con mi vida íntima, adaptada a mi problemática relación con las palabras, la profesión de traductor e intérprete”.
Seguramente de las enseñanzas de ese maestro, derivó la aceptación para que muchos de sus seminarios de audiencia académica fueran visitados por estudiantes no inscritos en la universidad, de la cual apreciaba que “tiende a caer en una burocracia del conocimiento” y también, a impulsar una metodología del aprendizaje que como él mismo decía “mi sistema de estudio no consiste en que pase los exámenes, sino en que usted aprenda”, de lo cual derivó la formación “a innumerables alumnos en el campo de la filología* tanto de los inscritos en la educación formal como muchos otros autodidactas oficiosos de campos como el teatro, la ciencia y la política”, como nos lo refiere Jesús Serna en un texto sobre Briceño Guerrero, motivado por el otorgamiento del Premio Nacional de Literatura en el año 1996. *Filología: “amor e interés por las palabras”, es ciencia que se ocupa del estudio de los textos escritos, a través de los cuales pretende reconstruir, lo más fielmente posible, la cultura que dio lugar a esos textos y que subyace a los mismos”.
José Manuel Briceño Guerrero fue un políglota con dominio sobre 18 lenguas distintas, vivas y muertas, el griego y el latín, e igualmente el sánscrito, el hebreo y otros. También escribió numerosos libros Jonuel Brige, como también gustaba firmar muchas de sus palabras y decires escritos; con lo cual, así también se hizo llamar.
José Manuel Briceño Guerrero hace reflexiones que nos aventuran por el laberinto de la existencia en el mundo y de la identidad cultural que deriva de nuestra territorialidad en el tiempo histórico. “Cada hombre al nacer es una subjetividad indeterminada, un haz de posibilidades que el colectivo determina. Eso es lo que encuentra el que se busca a sí mismo en su esencia individual”. “Ver el alma es ver hacia afuera” y a la par “verte es ver al que ve en ti” “La humanidad, es el gran sujeto de los quehaceres y de la historia; los individuos somos sus tentáculo transitorio de ese gran decurso. Intentar comprender a la humanidad y a su mundo circundante es también una actividad del gran sujeto apoyada en el linaje de los pensadores y filósofos. Servir al gran sujeto, identificarse con él, sentirse parte de una actividad milenaria que trasciende la vida individual, he allí la solución”.
Desde esa perspectiva y en ese compromiso, José Manuel Briceño Guerrero nos presenta en “El laberinto de los tres minotauros”, una obra de suprema importancia para la aventura de incursionar en los discursos de fondo derivados de nuestras herencias culturales, que gobiernan el pensamiento y la actuación en pugna, como en pugna está la manera de mirarnos como latinoamericanos en nuestramérica.
“Por una parte el discurso europeo segundo, importado desde fines del siglo dieciocho, estructurado mediante el uso de la razón segunda y sus resultados en ciencia y técnica, animado por la posibilidad del cambio social deliberado y planificado, expresado en el texto de las constituciones y en los programas de acción política de los partidos, potenciado verbalmente con el auge teórico de los diversos positivismos, tecnocracias y socialismos. Por la otra el discurso cristiano-hispánico o discurso mantuano heredado de la España imperial en su versión americana, con referencia a un mundo de valores metacósmicos y su comunicación con lo divino a través de la Iglesia Católica, el cual se afianzó durante la colonia y pervive con fuerza silenciosa en el período republicano hasta nuestros días. En tercer lugar el discurso salvaje; albacea de la herida producida en las culturas precolombinas de América por la derrota a manos de los conquistadores y en las culturas africanas por el pasivo traslado a América en esclavitud; también de los resentimientos producidos en los pardos por la relegación de sus anhelos de superación e igualmente de la nostalgia por formas de vida no europeas, no occidentales, conservador de horizontes culturales aparentemente cerrados por la imposición de Europa en América”.
Sobre esta obra y José Manuel Briceño Guerrero volveremos con otros artículos, en esta hora nuestramericana y mundial.
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