Me cuentan familiares suyos y amigos coetáneos quienes lo conocieron desde niño, que en los cañavelares de la hacienda “El Pilar”, de Ejido de San Buenaventura, comenzó a tejer sus imberbes sueños libertarios. Se escabullía de la escuela, más no de los libros, para confundirse con las gélidas aguas de los ríos El Salado y Montalbán.
Y es que desde edad temprana Alí parecía enarbolar el predicamento de Edmond Jabès “El libro es mi universo, mi país, mi techo y mi enigma. El libro es mi respiración y mi reposo”.
Cuando lo visité en el Hospital Militar de Caracas, hace algunos años, lo encontré rodeado de libros. Hablamos de libros y de los desafíos libertarios que enfrentamos en este tiempo histórico.
Hablé con Miriam, su esposa, quien se encontraba en La Habana, pocos días antes de su tránsito a la bóveda celeste. Y cuando ya, los Dioses tutelares de nuestra etnia Timotocuica, le habían convocado al convite de la Pacha Mama. Recito sus palabras: “Hombre íntegro. Indoblegable. Siempre con los pobres y los desposeídos”. Un prístino retrato de quien entregó la totalidad de sus entrañas a las mejores causas de la familia humana.
Compartí con Alí numerosas faenas al lado de nuestro líder histórico, Hugo Chávez Frías, desde el mismísimo comienzo de nuestro transitar por los andamiajes de la V República. Peregrinaje hacia el Asia, para abrir a Venezuela las alamedas del mundo pluripolar.
Periplo por el mundo Árabe-Islámico para organizar la Segunda Cumbre de la OPEP, en Caracas, con el propósito de defender los precios del petróleo.
Después del golpe de Estado contra nuestra democracia participativa y protagónica formamos parte, por mandato del Presidente Chávez, de la Comisión de Negociaciones y Acuerdos. Un fallido intento por canalizar democráticamente las contradicciones inmanentes a cualquier proceso de transformación en una sociedad regida por el capital.
Conocí a Alí, personalmente, en los marcos del nuevo proceso que se inició en 1999. Tenía de él, sin embargo, y por referencia de camaradas que habían compartido con él su larga y aquilatada trayectoria revolucionaria, informaciones que daban cuenta de su valentía y honestidad política a prueba de balas. De alguna manera tenía con él vínculos familiares que también sedimentaron nuestra relación.
Alí es un paradigma ético de nuestro tiempo. Precisamente, cuando más se requiere de eticidad para acometer el oficio político. Alí demostró que se puede defender, con firmeza y radicalidad el ideal que profesamos, manteniendo -al mismo tiempo-, un espíritu dialogante con el contendiente.
En Alí veo un sabio con verbo de humilde artesano. Un guerrillero, en la noche del último astro, cantando aleluyas de paz. Alí se dirige hacia el infinito. Al encuentro de la transparencia, donde el verbo se siembra para la redención de la especie. Allí nos encontraremos. Allí nos encontraremos todos porque la vida es efímera, y el alma es eterna.
Invito a Miriam, su adorada esposa. A todos sus familiares, amigos y camaradas a que entonemos en honor a Alí el verbo de Dionisio Aymará: Vuelve tu rostro, Capitán, tu noble rostro/ Donde la eternidad y las serenas líneas de la luz se reflejan/ Míranos: Alzamos hacia ti los brazos huérfanos/ La ceniza/ La sangre/ Como una lámpara de cabellera interminable/ Ardiendo en tu pasión de libertad y sacrificio…
Jorge Valero*
* Embajador, representante permanente ante las Naciones Unidas y demás organismos internacionales con sede en Ginebra, Suiza.