Es muy probable que las elecciones, previstas para el 29 de mayo en el hermano país, no llamen la atención de las mayorías venezolanas, pero sí de la ciudadanía que lleva años bregando por la evolución democrática en ambos países, teniendo que lidiar con obstáculos enormes.
Allá, en Colombia, con la ‘efervescente’ y necia actitud guerrillera y paramilitar, ambas aventuras alimentadas por el dinero que provee el narcotráfico y otras prácticas criminales, flagelos que tanta sangre y sufrimiento han causado a colombianos y a otras muchas nacionalidades; la guerrilla, dizque abriéndose paso contra la férrea oligarquía latifundista o terrateniente, dueña de medios productivos y beneficiaria de la mano del Estado, pero con el auspicio ideológico de un pseudo socialismo pupulista hacedor de pobreza y confusión social; los paramilitares, acérrimos opositores de la guerrilla, pero en términos contraproducentes a la genuina idea de preservar los valores democráticos de la Nación y el Estado colombianos.
Y acá, en Venezuela, habiendo tenido la experiencia puntofijista, obcecados castristas facilitaron el lado flaco para instaurar lo que hoy es un panorama paupérrimo y desolador, la ruina de un país repleto de potencialidades, que tiene fuera de nuestras fronteras a la sexta parte [si no más] de su población que ha decidido sobrevivir y auxiliar a sus familiares que quedaron.
Es una Venezuela severamente maltratada en sus actividades económicas y financieras, equipamiento e infraestructura urbanos, procesos culturales y educativos, en su estado de derecho e institucional, en la que generaciones que han estado al frente languidecen de impotencia, y las nuevas no tienen ningún futuro si no se produce un cambio real y efectivo.
En Colombia, a las puertas de la primera vuelta electoral para elegir la fórmula vicepresidencial, mellan las denuncias de infiltración e incluso de suspensión de elecciones, y prosigue el reagrupamiento de quienes más allá de dicha elección ven en peligro el futuro del país que podría caer en destructivas manos.
Las candidaturas se están redefiniendo en la recta final; los que representan la tradición democrática liberal acaudillados por Federico [Fico] Gutiérrez, exalcalde de Medellín, que en el pool de Equipo por Colombia salió favorecido para presidirla; y quienes siguen al llamado Pacto Histórico, encabezado por el senador Gustavo Petro que lidera las encuestas. También se ve con malicia la irrupción del outsider Rodolfo Hernández en el ruedo electoral, empresario que sectariamente contribuye a los esfuerzos de división del voto en el campo liberal.
La polarización —aparte de activar a los expresidentes que se niegan a quedarse en sus pantuflas— ha sacado de sus casillas a prominentes representantes de las soleras democráticas colombianas —y a quienes jugando con fuego facilitan sórdidamente la consolidación de Petro—, a los partidos Conservador, Liberal, y de la U, expectantes por años y a ‘discreción’ del uribismo, que con su partido Centro Democrático a las anchas, es cimiento del gobierno de Iván Duque, y cuyo candidato natural, Óscar I. Zuluaga, desistió temprano para apoyar a Fico.
El expresidente Alvaro Uribe, sigue siendo referencia importante; mentor de Iván Duque, diferencia clara de un decepcionante Juan Manuel Santos que haciéndose de la mano del regio expresidente alcanzó la presidencia para convertirse de inmediato en ‘el buen y mejor amigo de Chávez’, y hoy, lacónicamente, aspira ‘tomarse un café’ con su mentor traicionado, con un Uribe férreo y visionario que siempre consideró una amenaza para su país y la región la gestación y presencia del chavismo en Venezuela.
El Partido Liberal, que representa una fuerza considerable con piso parlamentario, distanciado del ‘continuismo’ oficial tildado de ‘neoliberal’, mantuvo las esperanzas en los principales bandos contendores por su posible apoyo, o cuando menos por la adopción de un bajo perfil que no influyera explícitamente a favor de la candidatura de Fico Gutiérrez, teniéndose en cuenta el respaldo decisivo que en pasadas elecciones el PL diera a Iván Duque.
Por supuesto, el apoyo del Partido Liberal a Fico por intermedio de su jefe, expresidente César Gaviria, que está en campaña, desató una tormenta de críticas y deserciones por parte de quienes no querían el respaldo para Fico sino en términos ‘neutrales’ —basados en la búsqueda de la justicia social frente al gobierno ‘neoliberal’— beneficiar a Petro; entre estos destaca el archi cuestionado expresidente Ernesto Samper.
El Partido Conservador, mantiene su postura democrática adhiriéndose a la tendencia anti Petro, tal es la postura del expresidente Andrés Pastrana. Ingrid Betancourt, ex candidata presidencial y mítica cautiva de la Farc, promotora del perdón para sus vándalos, sin posibilidades de éxito en la actual cruzada se sumó a las aspiraciones de Rodolfo Hernández, simplemente señala los funestos derroteros que ofrece Petro, y a sus beneficiarias huestes criminales, además de que con Hernández pretende complementar una opción al estilo Bolsonaro o Trump (¿?); y Sergio Fajardo, el catedrático, exalcalde, y exgobernador, quien intentó romper con la polarización, ahora en descenso según encuestadoras.
Para la Colombia democrática está todo claro: ponerse a salvo de las garras populistas de Petro, apoyando decididamente a Federico Gutiérrez para que en el marco de valores liberales se pueda realizar el sueño colombiano: de paz, bienestar y desarrollo democrático. Lo que lógicamente redundará en la lucha por la vuelta de Venezuela a los caminos de libertad y reconstrucción nacional.
La percepción que ofrece un Petro presidente es ni más ni menos un regocijo para la corriente socialistoide antiestadounidense del Foro de São Paulo, y por ende caldo de cultivo de aspiraciones autocráticas y dictatoriales al estilo Cuba, Nicaragua y Venezuela, y de otros países en estos inspirados.
Veremos cómo quedamos para la segunda vuelta, el 19 de junio.
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