David Uzcátegui
En medio de las turbulencias políticas, las divisiones profundas y las crisis sociales que han caracterizado a la historia de la humanidad, el voto ha emergido siempre como el instrumento por excelencia para dirimir diferencias en las sociedades, sanar a las naciones divididas y tomar decisiones que puedan ser aceptadas por las partes en conflicto.
El reciente evento vivido en el país, nos demuestra la potencia que guarda cada venezolano en sus manos. Amanecimos optimistas e involucrados en la discusión sobre el país posible.
El voto, la esencia misma de la democracia, se erige nuevamente como una herramienta poderosa y pacífica que, si se utiliza correctamente, puede transformar a una sociedad.
La siempre anhelada democracia es, sin duda, el sistema de gobierno más perfecto y siempre perfectible que la humanidad ha conocido hasta la fecha. En su núcleo, la esencia, se basa en la idea de que el poder reside en el pueblo, y una de las formas más directas y efectivas en que el ciudadano puede ejercer su poder es a través del sufragio.
Se trata de un acto que, en su simplicidad, es la voz del ciudadano, la oportunidad de influir en el rumbo de su país y el medio para forjar un contrato social compartido, como pudimos confirmarlo apenas unos días atrás.
En momentos de división y conflicto, como los que tantas veces ha atravesado Venezuela, es fundamental recordar que el acto de sufragar tiene la capacidad de unir a una nación. Cuando los ciudadanos se enfrentan a diferencias ideológicas, políticas o culturales, el acto de votar permite que esas diferencias se expresen de manera pacífica. A través del sufragio, donde las voces de todas las partes pueden ser escuchadas y respetadas. La democracia, en este sentido, es un sistema que busca el equilibrio entre la diversidad y la unidad.
El poder ligado al acto de votar también radica en su capacidad para promover la legitimidad. Cuando la mayoría de la población participa en las elecciones, los resultados se perciben como legítimos y representativos de la voluntad popular. En contraste, llamar a la abstención debilita la legitimidad de cualquier proceso electoral y puede dar lugar a descontento y agitación, que nos coloquen al borde mismo de romper el contrato social.
Es imperativo comprender que llamar a la abstención, en lugar de ejercer el derecho a sufragar, es una decisión que jamás debería tomarse. Y si se cometió semejante error alguna vez, no debe repetirse jamás.
La abstención priva a la sociedad de su capacidad para influir en el futuro de su país y para forjar un camino común. Si es una decisión propia de quien se abstiene, se traduce en una pérdida de oportunidad para accionar en pro del cambio, pero si es inducida por agendas de terceros, es sencillamente un crimen contra la nación.
En lugar de rechazar el sistema democrático, debemos trabajar por optimizarlo y adaptarlo a nuestras necesidades.
Cada oportunidad de votar es una oportunidad para hacer una diferencia, para expresar nuestras preferencias y preocupaciones, y para forjar un consenso. No se puede perder jamás la oportunidad de ser contado, de ser escuchado, de visibilizarse a través de la opinión que se ejerce en un acto electoral.
La sociedad verdaderamente democrática no es un evento estático; es un proceso constante que requiere la participación activa de toda la gente. Al abstenerse, el ciudadano desperdicia una oportunidad valiosa para contribuir al debate político y para dar forma al futuro del país.
Hoy, más que nunca, es crucial reafirmar que este es el único camino que se debe atravesar. En un mundo en constante evolución, donde las tensiones y desacuerdos son inevitables, el voto sigue siendo el medio más efectivo para resolver diferencias y construir un futuro compartido.
En definitiva, votar es un instrumento poderoso que permite a las sociedades avanzar y prosperar a través de la deliberación y la toma de decisiones colectivas.
Del reciente episodio cívico e histórico, aprendimos una vez más que en lugar de llamar a la abstención, debemos instar a todos los ciudadanos a ejercer su derecho, a comprometerse con el proceso democrático y a construir un futuro que refleje los valores y deseos de la sociedad en su conjunto.
Las bases de este país dependen de nuestro compromiso con la participación, porque a través de los eventos electorales, los ciudadanos dirimen sus diferencias en un tono que les permite continuar hacia adelante unidos en la construcción de una nación en común.
En lugar de alejarnos de la política, debemos abrazarla y siempre participar activamente en el proceso electoral. Hoy, más que nunca, debemos recordar que el voto es el lazo que une a una patria.